Luisa escribe en un pequeño papel amarillo el significado de soñar con
un ramo de novia de flores artificiales. Lo pega en el lado derecho de su
computadora, junto a otros pequeños papeles amarillos que remplazan su memoria.
Se sobresalta un poco cuando lee el papel fucsia que está debajo: miércoles,
1:30 p.m. Costurera: últimos detalles
Ha llegado tarde a las dos citas
anteriores. Está vez Mónica no se lo perdonará. La costurera se lo dejó
bastante claro: "Si esa chica no aparece el miércoles, no podré terminar
el vestido. Hija, a tus damas de honor hay que elegirlas mejor que al novio, son
las que realmente están contigo en la boda".
Mónica le marcó, el día anterior y el
anterior a ese, para asegurarse de que no olvidara la cita.
Si hay algo que a Luisa le molesta más
que una sopa fría, es sentirse corta de tiempo. No está acostumbrada a trabajar
bajo presión, ni siquiera cuando llega el final del mes y tiene que pagar
sueldos e impuestos.
Sabe que no puede llegar tarde y que
también tiene que terminar el cálculo de nómina sí o sí.
Llega con veinte minutos de retraso.
Mónica se lleva la mano al pecho y respira tranquila cuando la ve pasar a
través de los barrotes azules de la ventana.
En cuanto Luisa atraviesa la puerta,
Doña Nelly la estira del brazo, le entrega el vestido y la lleva al probador. Cuando
sale con la prenda puesta, la costurera no tarda ni dos minutos en colocarle
alfileres por todas partes. Mónica la observa con sus ojos negros y brillantes,
parece disfrutar la escena.
Cuando salen de aquel caserón antiguo
en la Roma, Luisa convence a la novia de ir a comer con el pretexto de que
aquella será su "última comida de soltera".
Luisa es una mujer alta y obstinada que
está convencida de que no existe un antes y un después del matrimonio, de que
la parafernalia de las bodas es producto del ingenio de la industrialización.
Pero sabe que para Mónica no se trata de un chantaje, realmente cree en el
simbolismo de la ceremonia. Para ella se trata de un rito de iniciación.
Eligen el Vips más cercano. A pesar de
las diferencias ideológicas, ambas están de acuerdo en que el restaurante tiene
las mejores enchiladas.
Hablan de la luna de miel y del trabajo
absorbente de Luisa. Mónica le agradece por el estupendo diseño minimalista de
las invitaciones que uno de sus compañeros accedió a realizar, pero le
recrimina el que no la haya acompañado a elegir el pastel y las flores.
Luisa se da cuenta que Mónica trata de
evadir el tema, y vuelve a invadirla esa sensación imprecisa que no la abandona
desde que regresaron. No advierte ningún cambio en ella desde la despedida de
soltera y eso le molesta. En aquel momento le pareció que era lo mejor.
Sentadas a la orilla del mar de Acapulco, mientras balbuceaba palabras que
salían deprisa y tropezaban con sus ideas, mientras hablaba de lo que realmente
quería hablar, mientras veía la expresión de adolescente confundida de Mónica y
se esforzaba por frenar el impulso de acomodarle su cabello negro y rebelde
detrás de las orejas.
Sentadas a la orilla del mar de
Acapulco, permitió que Mónica siguiera la conversación sin más, como solía
hacerlo cuando las dos tenían catorce años y ella le hablaba de las piernas
contorneadas y bronceadas de Isabel, la campeona de atletismo. Mónica respondía
algo como: "Preciosas, ¿no? Yo también quisiera tener unas". Y seguía
hablando de Marquitos Loyola y el papelito que le había entregado en la clase
de Cívica y Ética.
Piden un café después de comer. En
cuanto Luisa enciende el tercer cigarrillo, Mónica se lo quita de la mano en un
gesto que se vuelve incómodo. Luisa comienza a contarle el sueño que tuvo la
semana anterior. Se había soñado así misma con un vestido entallado color
lila y llegando a la recepción de una boda, por lo que le agradece que el
vestido que se acaba de probar sea de color marfil. "La recepción
transcurrió normal. Ya sabes, una fiesta como tantas otras en donde las
personas fingen mostrarse contentas por la felicidad de los otros, comen sin
saborear el banquete y beben gratuitamente. Lo interesante, -dice con un tono
de timbre más bajo y acercándose a Mónica-, y lo más gracioso ocurrió al final:
cuando la novia se subió a una silla para arrojar el ramo, me levanté con todo
mi escepticismo dispuesta a atraparlo. Luego lo vi caer lentamente, directo
hacia mí mientras se hacía más y más grande. Había crecido hasta alcanzar el
tamaño de una rama enorme de árbol y, al caer sobre mí, me destrozó los
pulmones".
Mónica suelta una escandalosa risotada
que llama la atención de los otros comensales. "Por fumar tanto,
cabezona".
Dentro de su miedo y amargura
disfrazadas de cinismo, Luisa deja espacio para el humor, para hacer reír a
Mónica, aunque es ella la causa de su miedo, amargura y de su estado emocional
terriblemente inestable. Ella es la razón que puso fin a su relación con
Santiago, quien finalmente terminó por descubrirlo.
Al despedirse entre las mesas color
verde que parecen empeñarse en obstruirle el paso, Luisa tiene la sensación de
que hay algo más que decir, pero sólo piensa en aquel papel amarillo pegado a
la computadora de su oficina: "Significa que estás viendo las cosas mejor
de lo que son. Hay una persona o una situación que dista mucho de ser lo que
parece".
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