Tengo un pequeño estudio en casa de mi mamá. Decir
“estudio” es una fanfarronería cursi que me hace sentir poderosa. Sólo acierto
en llamarlo “pequeño” porque no es más que un miserable escritorio de
computadora, tan diminuto que apenas cabe la laptop y una taza que sirve de
lapicero.
La
faena empieza cuando quiero escribir porque hay que retirar el armatoste,
guardarlo en otro lado, limpiar todo y hacer espacio para colocar el block de
hojas amarillas. Es otro hábito arraigado de niña hispter, que para sentirse
Alice Munro necesita apuntar a mano (¡con pluma negra y pésima caligrafía!),
sus ideas sueltas y primeros borradores de cada texto. Pero no pretendo
aburrirlos con mis intentos frustrados de alcanzar la fama y la gloria… yo vine
a contar las propiedades místicas que rodean a la taza-lapicero que mencioné al
inicio y que casi pasó inadvertida, pero que de facto es el
centro gravitacional de este relato.
La
taza-lapicero es en realidad una tinita de aluminio con grabados de Star Wars y
el rostro (¿la máscara?) de Darth Vader. Llegó a la casa de mi mamá como parte
de un regalo de san Valentín de ya no recuerdo qué año y muchos menos de qué
pretendiente. Por razones que parecería obvio mencionar, la tinita consiguió
hacerse de un puesto privilegiado en el hogar sin que nadie se atreviera a
lanzarla a la basura. El romance caducó, pero el lado oscuro de la fuerza
consiguió permanecer impoluto. Primero como dulcero, luego arrinconada por
allí, después como portabrochas, hasta que finalmente fue ascendida a lapicero
oficial del Centro de Inteligencia y Mando de Aida Corporation.
Vader
supo corresponder con honores a su cargo. Desde que fue designado como líder
del imperio de las plumas y marcatextos fosforescentes, ni un solo día le han
faltado suministros. No importa cuántas plumas exploten, cuántos lapiceros se
rompan o cuantos marcadores se sequen, la tinita-lapicero siempre está llena y
lista para la orden. Siempre.
Aunque
este hecho ya me había llamado la atención desde hace tiempo, no le había
dado la importancia necesaria hasta ahora. Con la cuarentena me paso el día
entero encerrada aquí, viendo ocurrir el milagro de nuestro señor Jesucristo que
aparece en el libro de Mateo: la multiplicación de las plumas y de los correctores
(suena la música angelical).
¿Por
qué siguen apareciendo artículos, de tan diversos estilos y colores, si nadie
ha salido de esta casa en días?
Sólo
hay una solución posible: el señor Vader es uno de esos empleados
comprometidos, que se ponen la camiseta y están dispuestos a dar el ciento diez
por ciento, tal como le indica su coach de vida. Mentalidad de tiburón. El
límite es el cielo. Puedes conseguir cualquier cosa que te propongas. Etcétera.
Para no fallar en su única tarea, que es proporcionarnos insumos de oficina,
manda traer desde todas partes del planeta, y hasta nuestra pequeña
tinita-lapicero, multitud de artículos escolares. Un mal menor, entre todos los
que se ejecutan en la galaxia.
Desde
hace décadas que los bolígrafos han sido infravalorados en las relaciones de
apego. Son el artículo más sencillo de extraviar y aun cuando percibimos su
ausencia, ninguna pena aqueja a aquél ser humano que ha sido ultrajado. Nos
resignamos sencillamente a la pérdida: firmar la cuenta en un restaurante y
extraviar la pluma. El cliente sale. El mesero piensa que el comensal se la ha
llevado y continúa con su jornada sin la menor angustia. Al llegar a su casa, el
cliente descubre que la pluma que llevaba atorada en el bolsillo de su camisa
ya no está. “La habré dejado en el restaurante cuando firmé la cuenta”, piensa
sin darle importancia. En realidad era una artimaña del señor Vader, quien hace
uso de la fuerza y abre un agujero de gusano que atraviesa el mundo entero. La
pluma desaparece del lujoso restaurante, del bolsillo de la camisa, de la
mochila de la estudiante, para ir a depositarse en la mágica
tinita-lapicero.
La maniobra se repite infinitamente. Igual en el
supermercado. En firmas de autógrafos. Cualquier lugar. Basta un par de humanos
despistados para sustraer de su mochila o bolso el objeto deseado y
transportarlo hacia nuestro estudio. Llevamos meses en esta dinámica
sobreviviendo de plumas y colores ajenos.
¿Por
qué les cuento esto ahora?
En
primer lugar porque estaba aburrida y la historia de la tinita-lapicera-mágica
parecía un buen pretexto para pasar el rato; en segundo, para notificarles a
quienes han perdido algún bolígrafo de manera misteriosa durante el último año,
que ya no las busquen ni se angustien por su desaparición, su prenda se
encuentra en perfecto estado y es utilizada para el bien (y en ocasiones para
difundir las noticias del imperio).
Gracias
por sus colaboraciones con nuestra pequeña empresa.
Que
la fuerza las acompañe.
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