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Mostrando las entradas de 2019

MATERNIDAD, por Elena Gómez de Valle

vaca                 madre novilla              primeriza cargada-preñada-cubierta        grávida-embarazada-gestante-encinta la-chingadapanzonaentripadagorda             n u e v e    m e s e s el cuerpo se deforma   engorda    se redondea    pesa    vaca inhala / retiene dolor    puja / exhala muge                gime becerro             hijo desciende dolor entra en la pelvis dolor sordo el hueso se quiebra en dos dolor gira en el conducto dolor la carne y el pellejo del canal se dilatan se coronan la cabeza y las pezuñas         se corona la cabeza los músculos del suelo pélvico se desgarran como en un rastro hembra y mujer se despojan de     agua    sangre    líquido amniótico     placenta     cordón tejido muerto               vida la vaca, brama la madre cierra los ojos, suspira la pantera, ruge               echó cría             dio a luz             mató a la muerte mamíferas           parturi

LA PAZ EN LOS ZOOLÓGICOS, por Fernanda Reinert

Él no tiene gatos en el zoológico. Se refiere a leones, jaguares y tigres. Prefiere las jirafas, monos pequeños, cebras. Hay muchas razones para no tenerlos, los gatos, pero en general es porque no es negocio. Por ejemplo, un león pasa 20 horas al día dormido. Llega un niño, lo ve y dice “mira, mamá, el león está triste.” La señora va y pone una queja en Facebook y dice que tienen a los animales tristes, que los zoológicos son cárceles, que no deberían permitirles tener a los animalitos encerrados, pobrecitos. La señora no tendría idea de que probablemente ese zoológico hace más por la conservación y reproducción de los leones que toda la SEMARNAT, o que ese león come más veces al día que uno libre, pero ella ya hizo su buena acción del día, con ayuda de San Facebook, y la imagen del zoológico se va al carajo. No es negocio, repite. Es más negocio venderlos que exhibirlos. Así empezó él, comprando y vendiendo primero un orangután, luego un puma, luego un elefante. Al poco tiempo

HOY ES EL DÍA DE AMAR, por Penélope Montes

            entrega de Royal Mail tarda 46 d ías pido pizza mitad de tocino con piña y mitad extra peperonni             pantalla actualiza la aplicaci ón de Netflix             se sube foto a Instagram de paquete WSTUK22439 sin abrir leo mensajes en WhatsApp lloro             llora             come pizza             bebe un Boing de fresa             teclea contrase ña             ca ída de redes sociales             llora escribo lloro, ojalá hablemos en estos días lloro, no sé nada lloro, no estoy bien lloro, necesito saber en dónde estaré lloro, no puedo conocer personas lloro, me pongo mal lloro, no tengo energía lloro, ¿podría quedarme sola en algún lugar? lloro, ¿estar sola? lloro, ¿veré otras personas? lloro, anoche no dormí lloro, tengo ansiedad lloro, no me comporto con normalidad lloro, no voy a convivir con alguien que no seas tú lloro, ¿cuáles reuniones? lloro, estoy tratando de decirte que pasa lloro, cua

JUNTOS EN LO ESTRECHO Y EN LA NADA, por Julián Herbert

“¿Qué hacemos aquí?”, me pregunté mientras flotábamos hacia el último tercio del halo azul y rojo que enmarcaba nuestra segunda órbita lunar. Tomé la mano enguantada y tiesa de Sylvia, que se movía a la deriva muy cerca del visor de mi casco dentro de una astronave con vaga forma de trompo. Respondí para mis adentros: “Aprendemos a estar juntos en lo estrecho y en la Nada”.             Despegamos de la Tierra hace 80 horas pero iniciamos este viaje varios años atrás, la mañana en la que apareció en mi bandeja de Hotmail un mensaje de Karla Harad, representante para Latinoamérica de SpaceX y de su CEO , el legendario vidente tecnoindustrial Elon Musk. El email era una invitación para formar parte del programa espacial de la empresa con miras a una expansión del ámbito tecnológico al humanístico; de lo utilitario al turismo espacial y la conciencia ecológica; y de la investigación militar y científica a las posibilidades demográficas y fisiológicas de la colonización multiplanetaria.

A QUIEN MÁS CONFIANZA LE TENGAS, por Luis Bañuelos

Uno de esos pinches comerciales del gobierno. Eso se chingó a mi familia. Mi esposa lo vio un miércoles mientras hacía la salsa. “¿Reconoce usted estos síntomas en sus hijos? Puede que sean víctimas de abuso sexual. Escuche a sus hijos.” Se quedó callada, pensando. Desde entonces, sepa por qué, se le metió en la cabeza que a Marcelita alguien le había hecho una cochinada. Chingado, si a la Marcelita siempre la traía embarrada con ella, nunca la soltaba, y aparte es una chamaca gordilla, no digo que a nadie, a alguna niña sí, no, pero, bueno, mucho menos a la Marcelita, con lo choncha que está. Se me encabronó. Me miró torvo, torvo, por eso cabrón, no oyes que ahí dicen, que los atracones y la comedera impulsiva son muestra de nervios, de trauma, no ves que podría ser por eso que está como está. No quise contradecirla, pero se me ocurrió que, no sé, yo soy muy pendejo, pero igual y eso de tenerla encerrada en casa tragando todo el perro día podría también ser una causa. Pero no le dij

UN DÍA SIN SEXO, por Nadia Salas

X siempre se ha visto envuelta en situaciones absurdas por las que ninguna mujer debería pasar, como la de esta noche. Son las dos de la mañana y X camina por la calle Victoria con B. Mientras caminan, X se detiene cada tanto para marcar algún número de teléfono sin obtener respuesta, sigue con la mirada a B que se ha adelantado hacia uno de los cajeros automáticos. Mira cómo sostiene el cigarrillo en la boca para buscar la cartera en uno de los bolsillos traseros del pantalón. X está enamorada de B. Está dispuesta a luchar por él incluso cuando sabe que B sigue enamorado de su exnovia. Sabe que eso tomará tiempo. Sabe también que no soporta estar sola, por eso sale con A, quien por fin responde a las llamadas de X. Le pide que pase por ella al centro de la ciudad. Se excusa diciendo que la aplicación de Uber está fallando, el cajero automático de su banco está en remodelación y no trae efectivo. Ya te vas a coger, eh , susurra B y le pica las costillas a X, que lleva el brazo haci

EL BUCLE, por Carlos Mata

El día 26 de diciembre de 1989, a las 3:07 de la tarde, el único reloj que había en el pueblo Pitayas de Abajo dejó de funcionar. Este se encontraba ubicado encima de la puerta de la casa del comisariado para que todos en la comunidad pudieran estar a tiempo en sus actividades.      La primera en notar la falla fue doña Teresita, quien todos los días iba a dejarle el lonche a su marido a la parcela a las 3:15 de la tarde, durante la hora de su descanso. Cuando llegó, encontró a su marido malhumorado y hecho una lluvia de reclamos, que sabía inmerecidos, pues había salido siete minutos antes de la hora de descanso y no cinco, como habitualmente lo hacía.      Los siguientes fueron los niños, que vivieron una agobiante última hora. Sabían que el maestro seguiría hablando hasta que sonara el timbre, a las 3:30.      Poco a poco todos iban notando que el tiempo no avanzaba. Los niños no salieron de la escuela, los trabajadores de las parcelas trabajaron hasta entrada la noche, la o

EL TRUE COST DE UN SUELDO BASE, por Aida Sifuentes

  “Tómele una foto, inge, se ve bien padre”, me dice Toño, el chofer. Será tan sólo un par de años mayor que yo, pero me habla de usted y suena divertido escuchar el tono de respeto en sus jóvenes labios. Preparo el celular, pero cuando veo el acantilado siento un vértigo que me repliega al asiento.      “Desde allá veníamos” añade, señalando la carretera que a la distancia parece sólo un trazo de esos que dejan los niños cuando dibujan en el suelo. Me dan ganas de gritarle que tome el volante con ambas manos, pero no quiero que los cuatro acompañantes noten mi nerviosismo porque, cuando al fin lleguemos, me convertiré en su jefa.      Justo ahora atravesamos la cuesta de Malena, que se encuentra a mil 360 metros sobre el nivel del mal (según lo que encontré en Google).  El abismo será de unos 40 o 60 metros y, entre las curvas de la carretera, luce más temible. El aire puro de la sierra golpea mis mejillas y la frescura de la brisa me sorprende. Hace apenas dos horas que dejamos