El
día 26 de diciembre de 1989, a las 3:07 de la tarde, el único reloj que había
en el pueblo Pitayas de Abajo dejó de funcionar. Este se encontraba ubicado
encima de la puerta de la casa del comisariado para que todos en la comunidad
pudieran estar a tiempo en sus actividades.
La
primera en notar la falla fue doña Teresita, quien todos los días iba a dejarle
el lonche a su marido a la parcela a las 3:15 de la tarde, durante la hora de
su descanso. Cuando llegó, encontró a su marido malhumorado y hecho una lluvia
de reclamos, que sabía inmerecidos, pues había salido siete minutos antes de la
hora de descanso y no cinco, como habitualmente lo hacía.
Los
siguientes fueron los niños, que vivieron una agobiante última hora. Sabían que
el maestro seguiría hablando hasta que sonara el timbre, a las 3:30.
Poco
a poco todos iban notando que el tiempo no avanzaba. Los niños no salieron de
la escuela, los trabajadores de las parcelas trabajaron hasta entrada la noche,
la olla de los frijoles nunca chilló, no hubo hora del café entre las señoras
para contar los últimos chismes.
Al
día siguiente el gallo no cantó, seguía siendo martes. Los niños que durmieron
en la escuela fueron sacados de uno por uno por sus madres, que no le veían
caso a tenerlos en el salón si el maestro ya había terminado con la lección
correspondiente desde el día anterior. Los trabajadores terminaron de revisar
todas las parcelas desde que la luna de metió y ya no había más que hacer, por
lo que también regresaron a sus casas.
El
desayuno se convirtió en comida, la comida en cena y la cena en segunda cena y
hubo un nuevo desayuno. Nadie tenía sueño, no durmieron en varias puestas de sol
hasta que todo el trabajo que había que hacer quedó hecho y las personas se
recostaban en las noches sólo para no perder la costumbre. Las mujeres dejaron
de menstruar y a los niños ya no se les cayeron los dientes. La embarazada de siete
meses se preocupó cuando perdió la cuenta de los días y ya no sabía si su bebé
nacería ayer o mañana.
Muchas
lunas después, el hijo de alguien que trabajaba en la ciudad llegó y se
encontró con que el tiempo se había pausado. Su madre le explicó por qué seguía
siendo martes y lo llevó a ver el reloj. El muchacho pidió una escalera y bajó
el aparato para examinarlo. Ahí estaba el problema: una pequeña lagartija se
había atorado en los engranes impidiendo que estos funcionaran. La retiró y el
reloj comenzó a funcionar, girando a 360 revoluciones por minuto.
El
tiempo regresó a la normalidad en cuestión de segundos: las mujeres menstruaron
seis veces, algunos niños se quedaron completamente chimuelos, las cosechas
crecieron y se secaron, la embarazada parió un bebe de cuatro meses y una
señora se puso triste porque se le hizo tarde para hacer un pastel de
cumpleaños para su hijo que llegaba hoy de la ciudad.
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