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Mostrando las entradas de abril, 2020

CENTINELA, por Juan Iván González

En las calles vacías, en los páramos de la ciudad donde ladra un perro a lo lejos, en las colonias muertas por la noche, me muevo como un fantasma. Siempre sin ser visto, corriendo sobre las botellas rotas instaladas en las paredes, caminando en los techos de casas iguales dispuestas en filas infinitas, esperando en las ramas de los árboles. Mirando, escuchando. Soy poco más que una figura oscura y no cometo pecados. Ustedes me ven, me juzgan. Ustedes me ponen palabras. Pero pecados no cometo. Es difícil, porque si escuchan un ruido saben que estoy allí. Hace falta muy poco para imaginar que hay algo afuera. Cuando no hay nada, ustedes le ponen cosas al vacío. Y en el vacío estoy yo. En la oscuridad, mirando, escuchando. Debes ser menos que nada si quieres ser una sombra. Debes ser rápido cuando sea conveniente, y lento cuando sea necesario. No basta con tener buen ojo o buen oído. Debes ser ojo y debes ser oído. Ustedes no tienen lo necesario. No saben mirar, ni s

Instrucciones para comprar comida durante una pandemia, por Elena Gómez

1.  Desayuna. Así evitas las náuseas o el vacío estomacal. Deja una ración para el resto de la familia. 2.   Acicálate. Recoge tu cabello en una coleta. Esto impide que el virus se pegue a tu cabellera. Ponte una blusa de manga larga y de botones que puedas quitarte sin necesidad de rozar tu cara y que impida que tus brazos queden expuestos. Que todas las partes de tu cuerpo estén cubiertas. 3.   No uses aretes, relojes o cinto. Deja el celular en casa. Estos objetos pueden llenarse del bicho. 4.  Ármate de valor. Encomiéndate al santo o a la virgen de tu devoción. De ti depende la sobrevivencia de tu familia. 5.  Lleva una botellita de gel antibacterial y guantes de látex. Sopla en su interior y verifica que no tengan orificios por donde salga el aire. 6.   Utiliza mascarilla para cubrir nariz y boca. Usa lentes. 7.   Bolsas reutilizables, dinero, la lista de lo que necesitas y las llaves de casa son lo único que debes llevar al centro comercial. 8.  Forma fila con t

CARNE, por Mariena Padilla

Se despierta con una sensación de oquedad y un dolor que se mueve en su estómago. Desde la escasez de carne en el país, se alimenta cada vez peor. Los animales han ido desapareciendo. Piensa que los vegetarianos son los que han sobrevivido mejor a esta crisis, aunque tampoco hay comida de sobra y todos padecen hambruna en mayor o menor grado. A diferencia de otros, él no recurre a la ingestión del cuerpo propio, lo ha intentado, pero no lo tolera: alergia a su sabor, una repugnancia que no puede superar, quién lo diría. Abre los ojos, los cierra de nuevo. No importa, de cualquier modo, ve lo que no puede olvidar. El recuerdo empieza con él llegando a la peluquería donde iba una vez a la semana para cortarse el pelo, rasurarse la barba y verla a ella. Las calles de la ciudad se habían vaciado de gente, apenas unos cuantos comercios abrían de vez en cuando. La peluquería funcionaba porque una parte se convirtió en carnicería. A él le habían ofrecido rebanarle una oreja, cosa que ha

FAIM, por Cynthia García Mendoza

I usually solve problems by letting them devour me Franz- Kafka Llevo unos días sentada frente a mi escritorio, tratando de encontrar el epígrafe perfecto para terminar mi tesis. Nada. Soy antropóloga, mi investigación es sobre el canibalismo. Realicé un par de estancias en la Universidad de Witwatersrand y en la Universidad de Ghana. Mientras miro a través de la ventana pasan por mi mente escenas de hombres desmembrando a otros. Desde que empecé el tema, hace cuatro años, he dejado de comer durante los periodos en los que escribo. A veces paso hasta una semana y media sin probar bocado. Es increíble la energía y la claridad que te da el ayuno. Los pocos días en los que como, me atraganto de lo que encuentro en el refrigerador. Hay una señora que me ayuda con la limpieza una vez a la semana, a ella le paso la lista de mis deseos culinarios para que se encargue de surtirla. Salgo del estudio y soy un animal que devora. Desde el estudio he visto a un par de chicos corre

La trampa del supermercado, por Aida Sifuentes

Camino por los pasillos del supermercado deseando no existir. No sé qué tipo de talento se necesite para comprender y disfrutar de las tareas del hogar, pero definitivamente no lo poseo. Todo aquí me molesta: las señoras con sus bolsos gigantescos, las parejas que actúan como si este ambiente fuera perfecto, como si elegir qué marca de jamón comprar fuera un sueño realizado. Me enfadan las voces de los niños que gritan desde su asiento en el carrito del mandado y ni mencionar a los que hacen berrinche para que les compren el cereal de figuritas. En los altavoces suenan  Ojitos mentirosos, 16 toneladas, Agüita de melón.  El ambiente es como para ir a un baile, pero la luz blanca me fastidia los ojos y no me deja concentrarme en lo que busco. Por si fuera poco, los pasillos están franqueados por edecanes que ofrecen muestras gratis: trocitos de queso clavados con mondadientes, totopos con salsa, sartenes gratis en la compra de 500 pesos en cuadritos de tomate para sazonar el arroz.

EL ÚLTIMO PRESENTE, por Quidam Fierro

Me colé a la habitación de mi abuelo en una maleta de ruedas. En la oscuridad del trayecto recordé las visitas que nos hacía a mamá y a mí, que casi siempre estábamos solos. No fingíamos sorpresa cuando debajo del sombrero, de la manga de su abrigo o tras su espalda, sacaba unos ChocoRoles, un Gansito o alguna golosina. Ya quería salir y devolverle el gusto. Cuando mamá abrió la maleta y salté afuera, vi que lo que había sido el dandi ranchero, alto y con porte recto de montar caballo, ahora era una momia de cartón conectada a una cabecera de armatostes clínicos. Ojos cielo claro en coágulos de vidrio astillado. Él dijo: “enderécenme para ver al amigo”. No se refería a mí. El abuelo observó un punto sobre mi cabeza, en la esquina entre techo y pared. Tendió la mano, balbuceó y entró en coma. El peso de mi mamá sobre mis hombros me comprimió a posición fetal de nuevo. Las enfermeras entraron al escuchar las alarmas de los aparatos y los gritos que pegaba mamá. El siseo del cierr

La taza de porcelana, por Aurora Alvarado

La taza en la que Jimena tomaba café era muy enojona. Al lavarla bajo el grifo secaba rápido y se mantenía opaca. Todo tenía que ver con el ánimo de su dueña. El hecho de que la apretaran con fuerza bastaba para saber que la mujer se había levantado con muina, que ya era una costumbre. Y la taza lo sentía. ¿Ahora qué te pasa mujer? , preguntaba la taza, pero Jimena nunca se daba cuenta. Entonces, molesta también, el recipiente escondía su brillo.           Un par de años atrás, Jimena había abierto una hermosa caja decorada con tulipanes. En su interior estaba la taza de porcelana. Era el regalo que le hizo su mamá al independizarse. La joven siempre tomaba café, le gustaba mucho. Su mamá le dijo que la taza sería su primer contacto con el día, cuando tomara café en las primeras horas de la mañana. Como si fuera el primer beso a la vida, pero ahora lo sentiría en su propio espacio.           Jimena comenzaba a abrirse camino. Había encontrado otro empleo como reportera para u

Body & Legs 160cm, por Fernanda Reinert

El sábado vi cosas muy raras. La verdad es que estoy acostumbrado a casos difíciles. Entré a la corporación cuando la violencia y pues ya pocas cosas me sorprenden. Pero esto fue distinto. No peor, sólo distinto. La colonia era buena, de esas donde nunca pasa nada porque lo que pasa lo esconden muy bien. Me tocó llevar la unidad a un edificio de departamentos, los vecinos se quejaron de que olía muy mal y de que el fin de semana pasado había habido mucho ruido, como golpes y cristales rompiéndose. No era normal en esa zona, te digo. La que llamó fue una vecina joven, de unos 28 años, chismosa como su puta madre. No le paraba la boca. Nos dijo que el joven que vivía en ese departamento era muy raro. Según ella, no lo veía salir nunca. Ni al Oxxo, que todo lo pedía por internet. Que a veces lo veía recoger las cosas que había pedido e intentaba sacarle plática, pero siempre le esquivaba la mirada, muy apenas devolviéndole el saludo. Que una vez fue a llevarle un pay de galletas maría

Un bouquet de flores, por Nadia Salas

Luisa escribe en un pequeño papel amarillo el significado de soñar con un ramo de novia de flores artificiales. Lo pega en el lado derecho de su computadora, junto a otros pequeños papeles amarillos que remplazan su memoria. Se sobresalta un poco cuando lee el papel fucsia que está debajo: miércoles, 1:30 p.m. Costurera: últimos detalles Ha llegado tarde a las dos citas anteriores. Está vez Mónica no se lo perdonará. La costurera se lo dejó bastante claro: "Si esa chica no aparece el miércoles, no podré terminar el vestido. Hija, a tus damas de honor hay que elegirlas mejor que al novio, son las que realmente están contigo en la boda". Mónica le marcó, el día anterior y el anterior a ese, para asegurarse de que no olvidara la cita. Si hay algo que a Luisa le molesta más que una sopa fría, es sentirse corta de tiempo. No está acostumbrada a trabajar bajo presión, ni siquiera cuando llega el final del mes y tiene que pagar sueldos e impuestos.  Sabe que no puede ll

Mi casa no tiene ojos, por Juan Iván González

Me mudé hace poco de la casa de mi madre. Allá las cosas tenían rostro. Mi madre tenía un resumidero con cara de rana. Bueno, tenía dos. También una palita para la pasta con una cara sonriente y una colección de tazas y tazones, todos felices. Mis utensilios son más prácticos porque, a pesar de mis sueños de independencia, son las sobras que Madre ya no estaba usando. Mis platos y mis tazas son blancos y negros, viejos, con experiencia y sin la jocosidad de sonreírme. La cafetera es la más antigua y tiene un filtro que se abre solo a veces; la licuadora luce una grieta, la canasta para las verduras se abre por abajo. A todas estas cosas las he visto por años, pero a la luz de mi nuevo hogar adquirieron una dimensión diferente. Con el foco amarillo y las altas paredes blancas de mi cocina, pierden los ojos. Puedo cocinar sin que nadie me vea, como si fuera un secreto. Lleno de colillas  el cenicero de la cocina   para perder el tiempo. Nunca las tiro. Me gusta ver cómo se va l

No voy a dejar que me lance por la ventana, por Francisco Robledo

Me gusta ser pesimista y pienso que jamás te volveré a ver. El fin del mundo se interpone entre nosotros. Desde esta ventana apenas puedo imaginar lo que hay afuera, lo que se alcanza a vislumbrar es un nefasto color de atmósfera como en un libro de Ballard ¿Y quién es ese y por qué tengo su nombre en mi imaginación? Letras de neón en un anuncio que se levanta en medio de la carretera. Me harto de pensar en las cosas que no ocurren, y que pasarán, si no salgo de esta casa que se encoge. De los cinco que había, ahora sólo queda un cuarto, donde miro fijo las esculturas que hago con tus libros. Esta casa muda es el reino del silencio. Muda desde que un día en la mañana, antes de irte al trabajo, te despediste de mí con tus labios néctar de los dioses que ahora busco por toda la casa, pero desaparecieron. La puerta quedó sellada. Imagino que por fuera es una boca tapada con un trapo, secuestrada se muere de asfixia conmigo dentro. Claro que mis puños humanoides no pueden romper est