En las calles vacías, en
los páramos de la ciudad donde ladra un perro a lo lejos, en las colonias muertas
por la noche, me muevo como un fantasma. Siempre sin ser visto, corriendo sobre
las botellas rotas instaladas en las paredes, caminando en los techos de casas
iguales dispuestas en filas infinitas, esperando en las ramas de los árboles.
Mirando, escuchando.
Soy
poco más que una figura oscura y no cometo pecados. Ustedes me ven, me juzgan.
Ustedes me ponen palabras. Pero pecados no cometo.
Es
difícil, porque si escuchan un ruido saben que estoy allí. Hace falta muy poco
para imaginar que hay algo afuera. Cuando no hay nada, ustedes le ponen cosas al
vacío. Y en el vacío estoy yo. En la oscuridad, mirando, escuchando.
Debes
ser menos que nada si quieres ser una sombra. Debes ser rápido cuando sea conveniente,
y lento cuando sea necesario. No basta con tener buen ojo o buen oído. Debes
ser ojo y debes ser oído.
Ustedes
no tienen lo necesario. No saben mirar, ni saben escuchar. Creen que son
acciones recíprocas que sólo se logran cuando se es un cuerpo que puede ser
visto, que puede ser escuchado.
Yo
sé la verdad. Sólo las sombras realmente ven y escuchan, sobre un árbol en un
parque, en el techo de una casa junto a la ventana, en el filo de las cercas
que protegen a sus habitantes.
Una
pareja, sentada en una banca del parque, se dice naderías sin sentido. Si alguien
estuviera allí sería diferente. Necesitarían ser para el público. Serían
mentiras. Como no hay nadie allí, su amor me parece real.
Un
hombre cree que nunca en su vida será visto como realmente es. Ese pensamiento es común en los hombres. Usan máscaras y personajes para convencerse de que ellos
sólo existen para ver, para oír. No saben que a través de su ventana abierta, quizá
por primera vez, son realmente mirados y escuchados.
Una
mujer llora en su cama. No habla. Las lágrimas que derrama no son para nadie, son
lágrimas para ella misma, un tesoro. Ella cree que mantiene al mundo fuera,
esas lágrimas son robadas. Qué tremenda maldad.
Las
sombras sólo somos ojos y oídos, pero nos movemos. No nos basta ver y oír, pero
nunca vamos a tocar. Eso sería un pecado. Podríamos, sí. Quisiéramos, sí. No lo
haremos.
En
los corredores de la ciudad, en los ecos de las alegrías humanas, las sombras estamos
llenas de un amor sin rastro ni señales. Somos testigos de lo que ustedes
hacen, de lo que tú haces. En el momento más solitario, cuando el público se ha
ido, cuando las máscaras se han roto y cada acto es un regalo sin recipiente,
nosotros estamos ahí y con hambre insaciable atestiguamos.
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