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Mostrando las entradas de septiembre, 2019

EL BUCLE, por Carlos Mata

El día 26 de diciembre de 1989, a las 3:07 de la tarde, el único reloj que había en el pueblo Pitayas de Abajo dejó de funcionar. Este se encontraba ubicado encima de la puerta de la casa del comisariado para que todos en la comunidad pudieran estar a tiempo en sus actividades.      La primera en notar la falla fue doña Teresita, quien todos los días iba a dejarle el lonche a su marido a la parcela a las 3:15 de la tarde, durante la hora de su descanso. Cuando llegó, encontró a su marido malhumorado y hecho una lluvia de reclamos, que sabía inmerecidos, pues había salido siete minutos antes de la hora de descanso y no cinco, como habitualmente lo hacía.      Los siguientes fueron los niños, que vivieron una agobiante última hora. Sabían que el maestro seguiría hablando hasta que sonara el timbre, a las 3:30.      Poco a poco todos iban notando que el tiempo no avanzaba. Los niños no salieron de la escuela, los trabajadores de las parcelas trabajaron hasta entrada la noche, la o

EL TRUE COST DE UN SUELDO BASE, por Aida Sifuentes

  “Tómele una foto, inge, se ve bien padre”, me dice Toño, el chofer. Será tan sólo un par de años mayor que yo, pero me habla de usted y suena divertido escuchar el tono de respeto en sus jóvenes labios. Preparo el celular, pero cuando veo el acantilado siento un vértigo que me repliega al asiento.      “Desde allá veníamos” añade, señalando la carretera que a la distancia parece sólo un trazo de esos que dejan los niños cuando dibujan en el suelo. Me dan ganas de gritarle que tome el volante con ambas manos, pero no quiero que los cuatro acompañantes noten mi nerviosismo porque, cuando al fin lleguemos, me convertiré en su jefa.      Justo ahora atravesamos la cuesta de Malena, que se encuentra a mil 360 metros sobre el nivel del mal (según lo que encontré en Google).  El abismo será de unos 40 o 60 metros y, entre las curvas de la carretera, luce más temible. El aire puro de la sierra golpea mis mejillas y la frescura de la brisa me sorprende. Hace apenas dos horas que dejamos

DULCE CORAZÓN DE EILEEN MYLES, traducción de Nadia Salas

Fresca tiene un nuevo aspecto pero no es lo que bebo. Mi Coca-Cola sacude el hielo y el cubo de hielo agrietado. Me siento junto al pequeño Buda sentado en mi patio. Imagino entraste jadeando en el mismo sofá la misma cama c asi la misma ciudad pero es lo que quise decir   y hay mucho placer, diferencia en ello. Yo quería estar aquí. Uno duerme sobre los que le importan y surge en el lado que decide y eso es la esperanza. Una sala que se abre por sentimientos tan específicos que te dicen que estás en el borde del espacio y, luego, esperas verla crecer. Crecer como el amor y el sentimiento de desconfianza o un cuerpo agradecido por el sol y la brisa y mi perro que sube y cae de mi pecho sin intestinos. El pequeño Buda sonríe al sureste lo imaginé. Sus genitales son desconocidos en realidad todo sonriente caminaba sobre las hormigas asentadas en la tierra pero no muertas activadas por l

ANA CARROÑA, por César Gaytán

Tus ojos son este cuarto oscuro y la luz dura de la computadora sobre mi cara, tu risa hambrienta. Afuera la nieve. El viento frío se cuela bajo la puerta, roza mis pezones, mi vientre y mis nalgas. Por la ventana rota entra el agua y moja mi cama, moja mis sábanas. Tu aliento es cada sombra que absorbe mi sombra, cada silencio que me arropa y la noche y la lluvia y el viento. Mi aliento ruge alcohol y me revuelve la panza. Me dan ganas de vomitar. Camino temblando hasta el baño donde mi cabeza cae dulce y estúpida sobre la taza, como una rama que se rompe al caer de un árbol. Mi rostro se refleja deforme entre el agua y la mierda acumulada porque la cadena no jala. Mis ojos se revelan ojerosos y no, ya sé que no son los ojos de princesa que creía tener. Son solo un par espejos lagañosos que te recuerdan. Hace ocho meses que no te veo. No, no es un recuerdo: cuento cada mes que no te veo, cada día que no te veo, y sigo desnuda y sigo tirada en el piso del baño y sigo con asco.