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Mostrando las entradas de julio, 2019

POEMA SACADO DE UN SEGUNDO TIEMPO, por Penélope Montes

La Eme casi se oculta tras la porra de los cementeros del Cruz A zul traigo la quincena en billetes de cincuenta y monedas de diez en la bolsa del pantalón             minuto 50 pas ado el último sorbo de cerveza caliente grito el gol de Gata Fernández             minuto 68 despu é s de mucho batallar la metió el negro (pajoleros rayados que divisan el panorama de mi cerro) temporada apertura de caza de tigre Tiguere entra por la puerta 7 con abono de zona de gol norte en mano bebe fría la mitad de la caguama goza unas semillas saladas con cá scara se la mienta al á rbitro suda en sábados por la tarde cada quince días celebra goles y me los hace: ruge intercambiamos jerseys malolientes con el diez en la espalda que el siguiente lunes se revuelcan jabonados en la lavadora mientras en la tele Futbol al Día revela la Tabla General de la Jornada 11.

CON CARIÑO, TE ENVÍO ESTA POSTAL, por Fernanda Reinert

Cruzando el Túnel Ogarrio, iluminado apenas por algunas lámparas, con las sombras de las paredes haciéndote dudar de tus sentidos, se extiende Real de Catorce: un antiguo pueblo minero en la sierra antes llamada el Astillero. Con dos iglesias en menos de un kilómetro cuadrado, se genera un interesante sincretismo entre las tradiciones huicholes que aún se conservan y el catolicismo, sumándole el asombro que se busca provocar en los turistas, locales e internacionales por igual, de forma que es posible comprar recorridos a los campos de peyote, peyotitos secos de recuerdo y otras hermosas artesanías. Si le preguntas a cualquier persona del lugar, te dirá que es católico, creyente de la Virgen. De la Purísima Concepción en particular, ya que a ella se dedica la devoción en su parroquia principal: una pequeña imagen de María inmaculada vestida de celeste, con un manto de estrellas y la luna a los pies. Lo más interesante de la parroquia no está en el altar, con la Virgen o el cruc

RABIA, por Edgardo Valero

Soñé con rabia,   que era un perro rabioso atado a un poste después de lanzada la mordida. Soñé que a mi mano tibia  le faltaba el trozo de carne que abandoné corriendo,  una tarde, a los seis años. Desde entonces mis párpados  no reaccionan al dolor, no se cierran para dejar de ver la herida,  no la que sangra,  porque esa se extinguió  y dejó menos que una cicatriz,  sino aquella de la furia de cinco animales que con el hocico logran derribar a un niño.  Como única defensa,  un libro de historia: a los siete años vi una loba de bronce amamantando a sus dos hijos. Luperca venía a mis sueños  para guiar mi mano  lejos del perro, y me advertía que todo es rabia.  Una vez que el filo blanco  atraviesa,  no existe cura.

EL TROMPO Y LA CUERDA, por Luis Bañuelos

El soldado, el capitán de fuerzas especiales, el más valioso elemento del noreste se mantuvo inmóvil para escuchar las instrucciones de su superior y luego se paró, se llevó la palma extendida a la sien y soltó como metralla los nombres y señas de los tres pobres diablos que ya bien podían darse por muertos, y los tres puebluchos donde había que buscarlos. Luego el soldado, el veterano de incontables operativos en dos costas, el cabrón responsable por casi la mitad de las leyendas de sangre y fuego de la corporación estrechó la mano que su jefe le ofrecía, un gesto de igualdad y de respeto ganado hace ya muchas muertes. Asintió cuando se le ordenó reportarse tras completar cada uno de los encargos y dio media vuelta al escuchar el grito con el que al superior le gustaba poner en marcha los engranes de la guerra. —¡Jálele! El jefe del operativo activó a doce de sus hombres, apenas levantados, los distribuyó en tres camionetas blindadas y bien marcadas con las siglas de la instit

LA VIDA SIGUE, por Jesús Humberto González

Estamos en la oficina de la directora de la escuela. Es la hora de salida, nos citaron porque mi hija Angélica empujó a su compañerito Daniel hacia la calle. Un auto atropelló al niño. Hablo con la directora mientras Angélica ve atenta un mural con fotografías grupales de generaciones escolares. De repente, Angélica grita y señala con su dedo una fotografía: “¡Mira mamá, es él!” Todo empezó hace un año. Una tarde fría de enero, nos encontrábamos en la casa donde hoy vivimos: Calle Candela y Campeche.  Mi niña acababa de despertar de su siesta y aún estaba en su cama. Sus dedos sostenían la punta de su cabello y se lo llevaba a la boca.  Me contó que, cuando estaba dormida, oyó una voz de niño que le susurró al oído “Angélica, ayúdame.” Ese día en la noche, le ayudé a mi hija a ponerse la pijama.  Ella estaba parada sobre la cama, sus manos apoyadas en mis hombros. De repente, mi niña miró hacia la puerta detrás de mí, agitó su manita izquierda y dijo “hola”. Giré mi cabeza hacia