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FRAGMENTACIÓN, por Elena Gómez


Nos hemos vuelto desconocidos.
Después del COVID-19 nos invadieron otras cepas, no sólo zoonóticas sino energnóticas. Mi contagio fue de electronóticas. Algunos conocidos sufrieron brotes acuosos.
Estos microbios se desplazan a través del cableado eléctrico y la tubería del agua. Se mimetizan con los líquidos, la electricidad y en algunos casos hasta con red inalámbrica.
La red potable está contaminada. En los jardines se han aprovisionado sistemas de vaporización de los que se obtiene agua para beber.
Como medida preventiva, las habitaciones permanecen oscuras. Sólo se iluminan cuando entra el sol al amanecer; lo que da ocho horas para buscar alimento enlatado en las tiendas de autoservicio cercanas. Las casas ahora utilizan dispositivos solares independientes de electricidad.
Al principio, algunos se aventuraron a abrir los grifos después de que se declaró la noticia oficial de invasión y el estado de guerra, mutaron de tal forma que ahora son seres acuáticos con tres pares de patas largas. Buscaron alojamiento en los mantos acuíferos. Tienen tomado el ojo de agua de la Iglesia. Permanecen inmóviles por horas en la escalinata hasta que algún animal distraído pasa por ahí y lo devoran.    
Me he acercado por el parque que queda frente al antiguo templo. Es increíble tomar fotografías de las más de 150 formas que adoptaron esas personas. Algunas reducidas a enanos de patas delanteras con músculos desbordados. Tomé una foto del momento justo en que un grupo devoraba un gato pardo. Mientras unas lo sujetaban, otras elevaban sus esnórqueles respiratorios mientras introducían sus aguijones en la cabeza para inyectarle toxinas. El cuerpo del felino se descompuso en cuestión de minutos hasta desaparecer absorbido por los acuáticos. Eso por tratarse de una presa pequeña. En otra ocasión pasó un anciano por ahí y lo intoxicaron al igual que el animal, sólo que su cuerpo siguió respirando durante varias horas sobre el asfalto.
Con el telefoto de la cámara pude ver el interior del templo, donde están apostados los machos. Llevan los huevos en el lomo como si fueran un gran anillo de perlas grises. Los alimentan y los protegen hasta que eclosionan. Las hembras, en cambio, cazan para comer.
La mutación a ovíparo ha hecho a estos híbridos súper predadores. Algunos lograron reproducirse en el Lago de la República de la Alameda, pues ahí tienen patos y carpas para alimentarse. Y uno que otro niño despistado que sale de las escuelas cercanas.
El Lago del Parque Francisco I. Madero les provee de garzas africanas y palomas. Fue por ese motivo que el gobierno suspendió las visitas a estos lugares. Aun así, no faltan quienes se acercan para cazarlos y comerlos fritos o hervidos. La comida como la conocíamos no existe más.
Los que nos desplazamos a través de los cables de alta tensión invadimos cada espacio que antes era habitado por el hombre. Estamos en los techos, detrás de los sockets de los focos. Nos llaman electroandroides o luciérnagas cyborgs.  Nuestros cerebros ya no se alimentan de azúcar sino de impulsos eléctricos.
Nuestras células musculares evolucionaron para producir electricidad. Somos como luciérnagas iluminando los callejones y avenidas. Nos desplazamos de noche. Nos comunicamos entre nosotros a través de señales eléctricas. Así marcamos territorio. Los seres vivos que entran en contacto con nuestros brazos quedan hechos ceniza que utilizamos como una de nuestras fuentes para producir energía. Somos capaces de emitir ráfagas de mil voltios. Las muertes humanas por un encuentro con nosotros se producen por un corto circuito que les genera insuficiencia cardiaca respiratoria.
Ahora somos humanoides cubiertos de millones de electro-receptores por medio de los cuales detectamos campos eléctricos. Hemos perdido el habla y conservado la escritura. Utilizamos las imágenes que viajan hacia nuestro cerebro a través del tiempo-luz para interpretar la realidad.
Detectamos los impulsos eléctricos emitidos por nuestras víctimas para atraparlas. Tenemos un delgado exoesqueleto con el que generamos energía eléctrica. La piel de nuestra espalda tiene franjas amarillas y marrón para cosechar la solar. Las rayas color marrón atrapan la luz solar y las amarillas la convierten en electricidad. Así producimos enzimas para metabolizar los alimentos que requieren nuestros órganos eléctricos.
Nuestro sistema circulatorio cambió. La electricidad entra en nuestro torrente sanguíneo y circula. Es nuestra nueva sangre.
El brinco viral entre varias especies nos impide respirar como lo hacíamos antes y nos vemos forzados a utilizar mascarilla 3M para protegernos de vapores orgánicos.
A veces he cometido la imprudencia de quitármela para oler alguna flor que encuentro sobre el pavimento de camino a casa, lo que es un hecho afortunado. Lo único que conservo de mis hábitos humanos es mi cámara fotográfica. La llevo a cada lugar para capturar los últimos vestigios de belleza.
Ninguno imaginábamos que las cosas cambiarían tanto y tan rápido.

***

En los días previos a mi transformación, el número de cadáveres ya rebasaba la capacidad de las funerarias. Los trasladabnn en tráileres hacia los panteones. Desde lejos vi cómo lo subían envuelto en plástico. No volví a saber de él.
Lamento haberlo abrazado aún a sabiendas de que yo estaba contagiado. No pude despedirme de él mientras agonizaba. Los hospitales no permiten visitas a los enfermos.
Fue rápido. Aparecieron dibujos de relámpagos azules en mi cuerpo, después lanzaba descargas a cualquier ser vivo que tocaba. Eso fue lo que le hice al abuelo y a mi perro Sam.
Cuando supe que yo fui el que los contagió, decidí aislarme. Instalé una casa de campaña en el jardín y desde entonces merodeo para ver a mi familia a través de las ventanas mientras miran películas y comen palomitas. He tomado el papel guardián de Sam.
En la casa vecina, Luisa abre la puerta con sigilo. Es obligatorio el uso de cubrebocas. Sólo puedo ver sus ojos. Nos miramos como cuando éramos novios. Su risa me hace falta. Me saluda agitando la mano mientras me pregunta cómo estoy. No puedo responderle. Pasa frente a mí y sube al auto para ir por comida. Queda en el aire el olor afrutado de su champú.
Nos hemos vuelto desconocidos.

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