Ir al contenido principal

Body & Legs 160cm, por Fernanda Reinert


El sábado vi cosas muy raras. La verdad es que estoy acostumbrado a casos difíciles. Entré a la corporación cuando la violencia y pues ya pocas cosas me sorprenden. Pero esto fue distinto. No peor, sólo distinto. La colonia era buena, de esas donde nunca pasa nada porque lo que pasa lo esconden muy bien. Me tocó llevar la unidad a un edificio de departamentos, los vecinos se quejaron de que olía muy mal y de que el fin de semana pasado había habido mucho ruido, como golpes y cristales rompiéndose. No era normal en esa zona, te digo. La que llamó fue una vecina joven, de unos 28 años, chismosa como su puta madre. No le paraba la boca. Nos dijo que el joven que vivía en ese departamento era muy raro. Según ella, no lo veía salir nunca. Ni al Oxxo, que todo lo pedía por internet. Que a veces lo veía recoger las cosas que había pedido e intentaba sacarle plática, pero siempre le esquivaba la mirada, muy apenas devolviéndole el saludo. Que una vez fue a llevarle un pay de galletas marías dizque para saludarlo, yo creo que sólo para tirarse el chisme. Dice que le abrió enojado y que la casa olía a cigarro. Le recibió el pay pero no la dejó hacerle conversación. Lo entiendo, yo tampoco me hubiera dejado. Total, que desde entonces prefirió ya no meterse con él, que porque no le daba buena espina. El resto de los vecinos dijeron no saber nada de él, varios ni sabían cómo se llamaba o no lo habían visto nunca. Sólo habían escuchado los cristales rompiéndose y percibido el olor. Al que sí le pude sacar más fue al rentero. Era un viejillo que sólo estaba preocupado porque no se hiciera un escándalo, que no se supiera en las noticias para que no se le fuera a devaluar el edificio. Nos echó un rollo sobre lo que hacían para mantener la seguridad, sobre que nunca habían tenido incidentes, que esa era una colonia segura. Nos dijo que nos apoyaría, pero fue medio inútil, de la víctima sólo nos dijo que era muy puntual con todos los pagos, que nunca tuvo quejas por ruido, y que trabajaba en un banco, o al menos eso decía la referencia que le había llevado cuando firmaron el contrato hace seis meses. Finalmente, hablamos con el portero. Él sí no tuvo escrúpulos y nos dijo desde el principio que el tipo no estaba bien, que, al igual que la vecina, desde que se mudó no lo vio salir. Sólo lo veía cuando bajaba a recibir el mandado que pedía por internet, la comida que pedía a domicilio y los paquetes que le llegaban muy seguido. En algunas ocasiones esos paquetes eran grandes, de más de un metro. También comentó que siempre lo trató como inferior, como el servicio. Sin embargo, no nos fue de mucha ayuda, pues el día que los vecinos dijeron escuchar los vidrios rotos no vio entrar a nadie que no fuera un inquilino, o que viniera con los inquilinos. Nadie sospechoso o extraño. Que él estaba haciendo bien su trabajo. Desafortunadamente para nosotros, las cámaras lo comprobaron. Pudimos corroborar a todas las personas que habían entrado ese día. Lo que no pudimos confirmar fue lo que nos dijo el rentero: el lunes marcamos al banco a preguntar por la víctima, y nada. Que no trabajaba con ellos, que no lo conocían, que ni siquiera tenía una cuenta ahí. Tampoco coincidían sus datos con ningún registro del INE o del SAT. Aparentemente había dado papeles falsos. Volví al departamento y encontré, en un cajón, una caja con varias credenciales y pasaportes. Todas con su fotografía, pero con diferentes nombres y datos, inclusive un pasaporte gringo. En esa segunda vuelta también me di cuenta de que había varias computadoras y las llevé a la procuraduría como evidencia, pero aún no logramos entrar en ellas, el tipo las protegió bien. Ahorita esa es la línea de investigación que traemos, sobre su identidad, una vez que la encontremos podremos pensar en quiénes eran sus enemigos. Estamos viendo probables conexiones con el narco para hallar algún móvil, pero yo no sé a quién le debería tanto para que le hicieran algo así de macabro. Aunque igual no le estaba cobrando, sólo le tenía mucho odio, creo yo. Ese tipo de cosas no se hacen con las deudas. Cuando entramos, pues olía a muerto. Lo que sí me sacó mucho de onda fue que había varias, ¿cómo llamarles? ¿muñecas? De esas que son réplicas humanas que compran los pervertidos. Pero no estaban completas. Eran sólo las piernas: de los pies hasta tantillo arriba del ombligo y ahí terminaban. Y no eran dos o tres. Eran cinco, todas hincadas alrededor del cuerpo, como si estuvieran rezando. No sé, eran tan reales que se me revolvió el estómago. Y te digo, al centro estaba la víctima. Es… difícil. Había otra muñeca, igual a las otras, la habían puesto alrededor del cuello de la víctima, ahorcándolo. Lo habían apretado tan fuerte que los ojos del tipo estaban negros. Estaba tirado en el piso, desnudo, sobre un montón de cristales de la mesa de centro sobre la que se había caído, y había mucha sangre. Venía de la herida que le hicieron cuando le mutilaron el pene. A su lado había otra muñeca. Sí, igual, sólo las piernas. Las habían acomodado abiertas y se alcanzaban a ver unos labios perfectos, parecían tan reales… Vete a la verga, yo no soy un pervertido, sólo me sacó mucho de pedo. Aparte también esa muñeca estaba cubierta de sangre. Luego nos enteramos de que era porque adentro del hueco de la vagina tenía el pene que le faltaba al cuerpo. Yo sé, aún no me lo explico… Y pues qué te digo, el caso está medio atorado. No sabemos ni quién es él, ni a qué se dedicaba y nadie lo ha reclamado. Nadie entró ni salió del edificio, no hay otras armas y tampoco hay huellas en las muñecas, sólo las de la víctima. Claro, lo estamos procesando como homicidio, pero ¿contra quién? No hay nadie a quién investigar. La otra es que al joven se le haya pasado la mano. Quién soy yo para juzgar a alguien por tener siete piernas de silicón guardadas en el clóset o por querer que una te ahorque y la otra te corte el pito. Otra es que haya sido un suicidio, pero es lo menos probable. O de plano, no sé, que las monas esas hubieran cobrado vida y lo hubieran atacado, pero eso no lo puedo poner en el reporte, sería una mentada de madre. Y pues, mi escritorio está muy cerca del cuarto de las evidencias … ¿Creerás que me he estado yendo temprano estos días? No vaya a ser que sigan enojadas.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

SOLDADOS MUERTOS, por Julián Herbert

Conocí a William Ricardo Almasucia –no quiero saber si tal era en verdad su nombre– una noche de viernes, jugando dados en la cantina de Esperanzas. Yo me escapaba de los soldados de Maximiliano luego de envenenar a tres de sus tenientes, pero me había parado una semana entera en ese pueblo de camino donde nadie resulta demasiado sospechoso. Me hospedé en una casa donde, a cambio de moneda juarista, daban aposento y viandas a aventureros y vendedores ambulantes como yo. Durante mi última noche en aquel jacalerío, entré a la cantina con la intención de tomar suficiente sotol como para soportar la marcha rumbo a la frontera en medio de la madrugada, oculto entre los trebejos de un guayín de arrieros. Cuando iba a ordenar, se me atravesó la voz del hombre: –Eh, tú, el del maletín. ¿Qué guardas: dineros o menjurjes? Me volví; pensé que se trataba de un jornalero borracho. Me topé con un oso rubio de dos metros de altura, un gringo que mascaba bien el español. –Son insectici

Secuencia de un instante, por Daniela Méndez Vega

Desde mi cama, veo por la ventana un globo que escapa, es de un color difuso. Mis venas están hinchadas, huele a orines. A mi vecina de cuarto le hacen diálisis, sus hijos tragan lágrimas y respiran apretado. El sabor de la gelatina no me quita lo amargo de la lengua.  Retrocedo a un tiempo de imágenes indefinidas, a un invierno de sonidos pretéritos, que regresan como fragmentos y vuelven a ser los mismos. Todo empieza, desenredo mi memoria. Tenía 15 años cuando me acostumbré a la violencia, a los silencios y palabras hirientes. Conocí a Raúl en un mercado. Él vendía fruta en temporada de posadas, acababa de cumplir 20 años. Su mirada era melancólica, tenía chatos los dedos de las manos, se mordía las uñas. Guardaba rencor a su infancia, su padre lo golpeaba con una pala y lo corría de su casa. Raúl hacía promesas de días prósperos y caminos tranquilos, pero acostumbraba quemar mi cuerpo con cigarros, rompía mis cosas, me gritaba, me pedía perdón y me contaba historias v

Las películas extranjeras, por Raúl Lemuz

Dentro del tanque del excusado guardo una pistola nueve milímetros. Pagué dos mil pesos y un juego de sillones semi nuevos por ella. Mi dealer de planta me aseguró que funcionaba a la perfección: Ya está calada, tiene dos muertos encima. Supuse que no debía probarla, dos muertos encima me parecieron suficientes para no dudar de su letalidad.  La idea de guardar ahí la Nueve Eme, como yo la llamo, la tomé de una película extranjera de los años ochenta. No recuerdo si es italiana o francesa, pero es rara como todas las que se producen en el viejo continente. En el filme un hombre calvo y con bigote esconde de su esposa una revista pornográfica cubierta por una bolsa de plástico. Un día su hijo, un adolescente, encuentra por error la revista y queda maravillado por las imágenes. Después de aquel descubrimiento, el hijo no puede parar de entrar al baño, echar una mirada a las revistas y tirarse una paja. El desenlace de la película es fatal. El adolescente está enganchado a la revista ig