El sábado vi cosas muy raras. La
verdad es que estoy acostumbrado a casos difíciles. Entré a la corporación cuando
la violencia y pues ya pocas cosas me sorprenden. Pero esto fue distinto. No
peor, sólo distinto. La colonia era buena, de esas donde nunca pasa nada porque
lo que pasa lo esconden muy bien. Me tocó llevar la unidad a un edificio de
departamentos, los vecinos se quejaron de que olía muy mal y de que el fin de
semana pasado había habido mucho ruido, como golpes y cristales rompiéndose. No
era normal en esa zona, te digo. La que llamó fue una vecina joven, de unos 28
años, chismosa como su puta madre. No le paraba la boca. Nos dijo que el joven
que vivía en ese departamento era muy raro. Según ella, no lo veía salir nunca.
Ni al Oxxo, que todo lo pedía por internet. Que a veces lo veía recoger las
cosas que había pedido e intentaba sacarle plática, pero siempre le esquivaba
la mirada, muy apenas devolviéndole el saludo. Que una vez fue a llevarle un
pay de galletas marías dizque para saludarlo, yo creo que sólo para tirarse el
chisme. Dice que le abrió enojado y que la casa olía a cigarro. Le recibió el
pay pero no la dejó hacerle conversación. Lo entiendo, yo tampoco me hubiera
dejado. Total, que desde entonces prefirió ya no meterse con él, que porque no
le daba buena espina. El resto de los vecinos dijeron no saber nada de él,
varios ni sabían cómo se llamaba o no lo habían visto nunca. Sólo habían
escuchado los cristales rompiéndose y percibido el olor. Al que sí le pude
sacar más fue al rentero. Era un viejillo que sólo estaba preocupado porque no
se hiciera un escándalo, que no se supiera en las noticias para que no se le
fuera a devaluar el edificio. Nos echó un rollo sobre lo que hacían para
mantener la seguridad, sobre que nunca habían tenido incidentes, que esa era
una colonia segura. Nos dijo que nos apoyaría, pero fue medio inútil, de la
víctima sólo nos dijo que era muy puntual con todos los pagos, que nunca tuvo
quejas por ruido, y que trabajaba en un banco, o al menos eso decía la
referencia que le había llevado cuando firmaron el contrato hace seis meses.
Finalmente, hablamos con el portero. Él sí no tuvo escrúpulos y nos dijo desde
el principio que el tipo no estaba bien, que, al igual que la vecina, desde que
se mudó no lo vio salir. Sólo lo veía cuando bajaba a recibir el mandado que
pedía por internet, la comida que pedía a domicilio y los paquetes que le
llegaban muy seguido. En algunas ocasiones esos paquetes eran grandes, de más
de un metro. También comentó que siempre lo trató como inferior, como el
servicio. Sin embargo, no nos fue de mucha ayuda, pues el día que los vecinos
dijeron escuchar los vidrios rotos no vio entrar a nadie que no fuera un
inquilino, o que viniera con los inquilinos. Nadie sospechoso o extraño. Que él
estaba haciendo bien su trabajo. Desafortunadamente para nosotros, las cámaras
lo comprobaron. Pudimos corroborar a todas las personas que habían entrado ese
día. Lo que no pudimos confirmar fue lo que nos dijo el rentero: el lunes marcamos
al banco a preguntar por la víctima, y nada. Que no trabajaba con ellos, que no
lo conocían, que ni siquiera tenía una cuenta ahí. Tampoco coincidían sus datos
con ningún registro del INE o del SAT. Aparentemente había dado papeles falsos.
Volví al departamento y encontré, en un cajón, una caja con varias credenciales
y pasaportes. Todas con su fotografía, pero con diferentes nombres y datos,
inclusive un pasaporte gringo. En esa segunda vuelta también me di cuenta de que
había varias computadoras y las llevé a la procuraduría como evidencia, pero
aún no logramos entrar en ellas, el tipo las protegió bien. Ahorita esa es la
línea de investigación que traemos, sobre su identidad, una vez que la
encontremos podremos pensar en quiénes eran sus enemigos. Estamos viendo
probables conexiones con el narco para hallar algún móvil, pero yo no sé a
quién le debería tanto para que le hicieran algo así de macabro. Aunque igual
no le estaba cobrando, sólo le tenía mucho odio, creo yo. Ese tipo de cosas no se
hacen con las deudas. Cuando entramos, pues olía a muerto. Lo que sí me sacó
mucho de onda fue que había varias, ¿cómo llamarles? ¿muñecas? De esas que son
réplicas humanas que compran los pervertidos. Pero no estaban completas. Eran
sólo las piernas: de los pies hasta tantillo arriba del ombligo y ahí
terminaban. Y no eran dos o tres. Eran cinco, todas hincadas alrededor del
cuerpo, como si estuvieran rezando. No sé, eran tan reales que se me revolvió
el estómago. Y te digo, al centro estaba la víctima. Es… difícil. Había otra
muñeca, igual a las otras, la habían puesto alrededor del cuello de la víctima,
ahorcándolo. Lo habían apretado tan fuerte que los ojos del tipo estaban
negros. Estaba tirado en el piso, desnudo, sobre un montón de cristales de la mesa
de centro sobre la que se había caído, y había mucha sangre. Venía de la herida
que le hicieron cuando le mutilaron el pene. A su lado había otra muñeca. Sí,
igual, sólo las piernas. Las habían acomodado abiertas y se alcanzaban a ver unos
labios perfectos, parecían tan reales… Vete a la verga, yo no soy un
pervertido, sólo me sacó mucho de pedo. Aparte también esa muñeca estaba
cubierta de sangre. Luego nos enteramos de que era porque adentro del hueco de
la vagina tenía el pene que le faltaba al cuerpo. Yo sé, aún no me lo explico…
Y pues qué te digo, el caso está medio atorado. No sabemos ni quién es él, ni a
qué se dedicaba y nadie lo ha reclamado. Nadie entró ni salió del edificio, no
hay otras armas y tampoco hay huellas en las muñecas, sólo las de la víctima.
Claro, lo estamos procesando como homicidio, pero ¿contra quién? No hay nadie a
quién investigar. La otra es que al joven se le haya pasado la mano. Quién soy
yo para juzgar a alguien por tener siete piernas de silicón guardadas en el
clóset o por querer que una te ahorque y la otra te corte el pito. Otra es que
haya sido un suicidio, pero es lo menos probable. O de plano, no sé, que las
monas esas hubieran cobrado vida y lo hubieran atacado, pero eso no lo puedo
poner en el reporte, sería una mentada de madre. Y pues, mi escritorio está muy
cerca del cuarto de las evidencias … ¿Creerás que me he estado yendo temprano
estos días? No vaya a ser que sigan enojadas.
Conocí a William Ricardo Almasucia –no quiero saber si tal era en verdad su nombre– una noche de viernes, jugando dados en la cantina de Esperanzas. Yo me escapaba de los soldados de Maximiliano luego de envenenar a tres de sus tenientes, pero me había parado una semana entera en ese pueblo de camino donde nadie resulta demasiado sospechoso. Me hospedé en una casa donde, a cambio de moneda juarista, daban aposento y viandas a aventureros y vendedores ambulantes como yo. Durante mi última noche en aquel jacalerío, entré a la cantina con la intención de tomar suficiente sotol como para soportar la marcha rumbo a la frontera en medio de la madrugada, oculto entre los trebejos de un guayín de arrieros. Cuando iba a ordenar, se me atravesó la voz del hombre: –Eh, tú, el del maletín. ¿Qué guardas: dineros o menjurjes? Me volví; pensé que se trataba de un jornalero borracho. Me topé con un oso rubio de dos metros de altura, un gringo que mascaba bien el español. –Son insectici
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