Me
gusta ser pesimista y pienso que jamás te volveré a ver. El fin del mundo se
interpone entre nosotros. Desde esta ventana apenas puedo imaginar lo que hay
afuera, lo que se alcanza a vislumbrar es un nefasto color de atmósfera como en
un libro de Ballard
¿Y quién es ese y por qué tengo su nombre en mi imaginación? Letras de neón en
un anuncio que se levanta en medio de la carretera.
Me
harto de pensar en las cosas que no ocurren, y que pasarán, si no salgo de esta
casa que se encoge. De los cinco que había, ahora sólo queda un cuarto, donde
miro fijo las esculturas que hago con tus libros. Esta casa muda es el reino
del silencio. Muda desde que un día en la mañana, antes de irte al trabajo, te
despediste de mí con tus labios néctar de los dioses que ahora busco por toda
la casa, pero desaparecieron. La puerta quedó sellada. Imagino que por fuera es
una boca tapada con un trapo, secuestrada se muere de asfixia conmigo dentro. Claro
que mis puños humanoides no pueden romper estas paredes mágicas y sólo me quedó
una ventana desde la que estoy gritando.
Cuando
te fuiste la puerta se cerró por última vez, a este y al otro mundo. Yo me
quedé por ser mi descanso de la jornada. Ni siquiera tengo energía para pensar
en lo que sería de mí si no estuviera dentro de esta especie de libro. Abres
una página y un sol te quema, das la vuelta y el león te está gruñendo, una vuelta
más y cuidado, te puedes ahogar, y hay de ti si te toca la página del pozo. Ese
día apagué el celular para no recibir alguna llamada que me fuera a pedir
trabajo, y ya no lo volví a prender desde entonces, tampoco la televisión. Los
putos relojes, todos, se fueron deteniendo en diferente hora y día.
Llamaste
a este lugar “la casa de los relojes”, era una broma por mi obsesión por ellos.
Hasta me decías que yo era el padre de Fadanelli en Educar a los topos. No lo leí. Siento que nunca sabré lo que me
quisiste decir porque aquí ya ningún libro se puede abrir, están tiesos, como ladrillos
que con el tiempo he ido apilando de distinta forma, haciendo esculturas con
ellos por puro entretenimiento. Pensé que, si los dejaba caer afuera, lograría
hacer una escalera hasta la ventana con toda tu biblioteca. Mantengo la
esperanza de que algún día todo esto vuelva a ser como antes, que despertaré y
escucharé tu llegada. No sentirte me vuelve el loco que saltará al vacío.
Esto
es como esos sueños en los que en algún momento tomas conciencia y se vuelven
lúcidos. Debo aprender a volverme consiente de ellos para poderlos manipular. Hay
sueños que nos engañan, nos agotan y consumen nuestra energía si nos dejamos
llevar por las emociones que nos producen.
Igual y no importa, la única sensación que
tengo últimamente es la de estar soñando. La normalidad se transforma, como las
pesadillas que tenía con regularidad cuando era niño. Muros gigantes donde la
sombra de Reptar, el dinosaurio de caricatura, se plasma para asustarme y
hacerme correr entre el caos de gente alborotada que no me deja pasar. El suelo
de la casa se convierte en una ola, que derriba todos los muebles. Angustia
tras angustia, luego aparecían mis padres muertos y yo me obligaba a despertar,
como si mis ojos fueran alcantarillas que los vagabundos destapan. Ya es de
día, tengo los ojos abiertos y el corazón agitado, me voy tranquilizando porque
mis padres en su recamara tienen el sueño, quiero pensar que del paraíso. Esta
pesadilla es una casa oscura que se empieza a encoger, elástica, y también me
la quiero quitar de encima. Es como si una cobija negra me quisiera atrapar. No
hay por donde salir. La ventana no cuenta, juro que el precipicio que hay bajo no
tiene fondo. He ido aventando los muebles en la depuración de mis ansias, a ver
si encuentro la puerta. No quiero que ésta no se esconda debajo de algún mueble
no removido. Los objetos, al caer por la venta, nunca han hecho ruido. A veces
me conformo con gritar para ver si alguien me escucha, pero lo único que suena
es del laúd de mi voz fastidiada, asustada, como si me estuviera pidiendo ayuda
a mí mismo desde una lejanía que la bruma oculta.
Sólo
tus preciados libros son los que habitan la casa. Espero que cuando vuelvas
puedan volver a abrirse. ¿Comida, sueño?, ¿qué puede sentir un corazón que no
se agita?
***
Aquí
mis ideas, mis pedos se quieren materializar en situaciones maliciosas. Me
arranco los cabellos, sumo e inflo la panza. Yo también soy un mueble que ve al
humano escandalizarse porque me muevo de un lado para otro, en vez de quedarme
quieto en el lugar en que me dejaron. Como si ser un quieto inodoro al que
cagan y mean en la boca todo el tiempo fuera algo divertido. Luego vienen sus
gritos, arrancarse los cabellos de la cabeza, el acto desquiciado de treparse
en la fotografía de Francisco Toledo, de sentarse en el marco de la ventana.
En
su espalda destellan a contraluz sus alas rotas. Nunca aprendió a volar y la
ansiedad ha hecho que él mismo se mutile, se despluma. Se acobarda antes de lanzarse,
todos los días que lo ha intentado. Es raro verle dormir por culpa de las
supersticiones que lo han obligado a ir desnudo por toda la casa. Furioso
porque no puede trepar las paredes y caminar en el techo. Desde que la mujer se
fue de casa no lo he visto dormir. Creo que una vez se quedó dormido después de
llorar hasta que la cabeza y los ojos le explotaron encima de mí. Apenas y me
di cuenta porque soy de sueño pesado.
A
veces me despierta cagando pedos porque aquí no se come nada. El día es una superstición,
como siempre, carente de buen humor. Me llama duende, nos confunde con un
vulgar fantasma. No sé con exactitud cuál idioma habla cuando me llena de
saliva la cara, y él se pone rojo con las venas saltadas en el cuello. Lo escucho
y, cuando termina, me muevo a donde pueda, la casa es enorme y éste siempre me
tiene que estar siguiendo. Lo tengo decidido, no voy a dejar que me lance por
la ventana.
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