Qué
van a saber de la vida si no la han repensado a las tres menos cuarto de la
madrugada, con un frío de las mil perras y el recuerdo del almuerzo en el
estómago. Yo, que de niño me rehusaba a conseguir la bendición, he mal
aprendido a rezar cuando el terror a un intruso, a dos, o a una pandilla
entera, llega a esta hora bajo el golpe seco que adivino echa abajo el único
portón que no veo desde la altura de la garita. Ese punto de acceso que no alcanzo
a mirar, aunque lo intente subido al balde donde meo la noche entera, por no
abrir la reja que deja pasar el sereno y bajar a pisar mi propia sombra cuando
dejo atrás las bombillas, y con su miedo se me adelanta. Dios Santo, que hiciste de tus ojos luz la vigilia permanente para
cuidar a tus hijos, vela por mis despojos en vida también esta noche. Bien lo
dijo la maestra Rosa María que acabaría de celador, y puso en mis manos un
libro de Leo Buscaglia que fue el primero en acompañarme durante una noche oscurísima
en la que, luego de masturbarme pensando en Farrah Fawcett, ya no tenía en qué
ocuparme, así que encendí una linterna y me puse a leer. Y ese manual de
autoayuda, Vivir, amar y aprender, no
sólo me alertó sobre el vacío que ya me advertían los dientes de conejo de mi seño,
sino que también me hizo de una inesperada popularidad entre las niñas. El contenido,
no sé si lo recuerdo bien o lo inventé, iba de una anécdota con un aterrizaje tristísimo
que luego entendí como un guiño a García Márquez. Un padre de familia ya sin
mucho en la despensa, prepara para la cena el último paquete de espaguetis que
les queda. Lo adereza con una salsa que resolvió con dos tomates, sal, y les
advierte a todos que si bien no hay nada para el día siguiente, son un clan que
al menos celebrará que esa noche están juntos. En un insomnio tengo que
encontrar ese relato y repasar su broche pues, al compartirlo en el colegio una
y otra vez, en recreos, paseos y en tardes muertas, le fui agregando pasajes de
otros cuentos similares que la maestra me fue agenciando. Recuerdo a esta hora
tan distante al desayuno, que me inventé un amanecer para aquella gente en la
que «milagrosamente recibían una llamada de un primo lejanísimo que los hacía
herederos de una fortuna», en un cierre cliché
que levantaba aplausos. Llegué incluso a organizar los remates y a compartirlos
según la expectativa de quien me escuchaba. «Todos acababan intoxicados y
muertos», para los varones. «La verdad eran fantasmas y no había nada que temer»,
para los incrédulos. Que «sólo había sido un mal sueño del viejo», para las
niñas rosa que aspiraban seguridad y orden. Y una versión en la que el papá de aquella
casa era yo, y la mamá Jaclyn Smith, otra de Los Ángeles de Charlie, y que
no se la contaba a nadie. Luego crecí. Seguí leyendo. Y enterado como estaba de
las infinitas posibilidades de un buen cuento, cuando se truncó mi bachillerato
vi conveniente abrazar el augurio escolar y me busqué un oficio que me regalara
suficientes horas para la lectura. Muchas horas. Inacabables horas. Y aprendí a
leer con respeto a lo que está dentro y fuera de los libros. Para espantar el
frío. Como sustituto del café. Y cuando quiero que por los barrotes de este calabozo
se cuele el aire. Haciéndolo de cuando en cuando en voz alta para mi perro, o
para la oscuridad. Para el que mejor atención me preste. Y si leo la misma
historia, cambio el final la siguiente vez para que no aburra. Si una noche entran
los choros les tengo un remate por hora, hasta que amanezca. No hay quien no se
rinda por conocer el desenlace de una buena crónica. Y con unos ladrones sin lecturas
no tiene por qué ser diferente. Les voy a confesar que yo soy ese padre de familia.
Que temprano al salir de la guardia iré directo a comprar el último paquete de
espagueti para mi prole, y que con gusto volveré mañana, para que me maten.
***
Lenin Pérez Pérez estudió Periodismo en la Universidad Central
de Venezuela. Se gana la vida como Redactor publicitario y ha cursado
estudios de Escritura creativa. Siembra, riega y poda, textos de literatura
mínima en @microcuentos, su exitosa cuenta en Twitter que lo llevó a
publicar en España -de la mano de Penguin Random House- una selección que
tituló Microcuentos de amor, lluvia y dinosaurios.
Me encantó, gracias por este regalo.
ResponderBorrarMuy bueno, cálido, excelente
ResponderBorrarMaravilloso relato.
ResponderBorrarConfieso que ¡me rendí!
ResponderBorrarConfieso que ¡me rendí!
ResponderBorrarEspero que pronto publiques una novela... GA
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