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UN DÍA SIN SEXO, por Nadia Salas


X siempre se ha visto envuelta en situaciones absurdas por las que ninguna mujer debería pasar, como la de esta noche. Son las dos de la mañana y X camina por la calle Victoria con B. Mientras caminan, X se detiene cada tanto para marcar algún número de teléfono sin obtener respuesta, sigue con la mirada a B que se ha adelantado hacia uno de los cajeros automáticos. Mira cómo sostiene el cigarrillo en la boca para buscar la cartera en uno de los bolsillos traseros del pantalón. X está enamorada de B. Está dispuesta a luchar por él incluso cuando sabe que B sigue enamorado de su exnovia. Sabe que eso tomará tiempo. Sabe también que no soporta estar sola, por eso sale con A, quien por fin responde a las llamadas de X. Le pide que pase por ella al centro de la ciudad. Se excusa diciendo que la aplicación de Uber está fallando, el cajero automático de su banco está en remodelación y no trae efectivo. Ya te vas a coger, eh, susurra B y le pica las costillas a X, que lleva el brazo hacia arriba sosteniendo el teléfono. Molesta, le hace una señal con el dedo índice y luego cuelga. X sabe que B tiene razón. A es el tipo de hombre con el que ella evita la cercanía; no sabe si carece de una visión política, religiosa o filosófica del mundo o si simplemente no le interesa hablar del tema. Cuando X le preguntó si creía en Dios, A respondió que para él sólo existía el caos y luego preguntó que por qué tenían que hablar de ello. X no hizo ningún otro intento por conocerlo. Le parecía divertido y el sexo era alucinante, pero nunca sabía dónde estaba parada cuando estaba con él. No te voy a dejar aquí sola, dice B. ¿Segura que va a pasar por ti?, dice B. Sí, sí, segura, responde X, le da un beso apresurado en la mejilla y camina hacia la calle Allende. Después de treinta minutos, X comienza a desesperarse. Se da cuenta que la batería de su teléfono está por agotarse. Escribe un mensaje: por favor, no tardes. Durante fracciones de segundos duda en escribir que lo extraña. Se distrae con los gritos de una mujer a lado de una patrulla que obstruye la calle. Es una disputa entre policías y una pareja de cubanos. Pinga, que no te lo va a llevá, grita la mujer rubia interponiendo su cuerpo entre uno de los policías y un hombre con la camisa estampada de pájaros. El forcejeo termina cuando los dos son arrestados. X se da cuenta que pasó casi una hora. El teléfono se apaga en el intento de llamar a A. Cualquiera se daría cuenta en este punto que la espera es innecesaria pero X decide esperar, en realidad no puede hacer otra cosa. Desde que era una niña, X está acostumbrada a esperar: durante años esperó un hermano que nunca llegó, los mismos años que esperó a la Barbie dentista. Tuvo que esperar a que su tío abuelo falleciera para que dejara de tocarla. Las calles del centro de la ciudad de Saltillo comienzan a quedarse vacías después de las tres de la mañana. X está sentada en una de las gradas de la plaza de armas cuando un taxi amarillo toca el claxon. ¿A dónde la llevo?, dice el conductor. Estoy esperando un Uber, responde X. Es muy tarde para que éste esperando aquí solita, dice el conductor. X se levanta y camina hacía el 7 Eleven que está en la esquina. Se prepara un café y pregunta si puede esperar dentro mientras pasan por ella. Sí, no hay problema, responde una de las dos cajeras. Como las dos cajeras tienen cierta relevancia esta noche, habrá que designarlas como Y y Z. X tiene la costumbre de golpear el suelo y hacer círculos con los zapatos cuando está desesperada. Z nota su desesperación y le pregunta si está esperando un Uber. X responde que está esperando a su novio y pregunta la hora. Pasan de las tres y media. Pendejo, dice en un tono bajo aunque no lo suficiente para no escucharse. No se permite decir malas palabras aquí, amiga, dice Y. Ahí está el letrero, dice Y, y Z comienza a reír a carcajadas. X pide disculpas. Perdón, pero se suponía que el pendejo de mi novio pasaría por mí y ya tardo una hora, dice X. Los siguientes veinte minutos X y Y se lo pasan haciendo conjeturas sobre porque A no llegó. Incluso, Y le ha prestado un cargador de batería, y a pesar de la renuencia de Z debido a la cámara de seguridad, X entró al pequeño baño de la bodega. Al salir, Z pregunta a X si no le importa quedarse encerrada con llave; tienen que hacer inventario. Irónicamente, X está atrapada en el centro de la ciudad a las cuatro de la mañana sin saber cómo regresar a casa. A estas alturas piensa pasar la noche o lo que resta de la noche ahí. Para cuando terminan de hacer inventario, Y y Z están realmente preocupadas por cómo llegará X a su casa. Porque mientras ellas hicieron el inventario, X elaboró una mentira para que ellas, las cajeras del seven, le permitieran quedarse adentro. Les dijo que vivía con A. Les dijo que vivía con A desde hace un mes. Que estuvieron viviendo juntos en Monterrey dos años y que en el trabajo lo habían promovido pero tenía que mudarse a Saltillo. O sea, que ella apenas tenía un mes viviendo en Saltillo y no conocía muy bien la ciudad porque a A no le gustaba mucho salir y que justo por eso habían discutido hace un par de horas en el Cerdo de Babel. Él había salido encabronado del bar y ella se había quedado y había pedido otra cerveza. X no sabe por qué continúa mintiendo pero lo hace. Se pregunta si realmente podría dormir, comer, leer al lado de A. Le parece más fácil imaginarse una vida con alguien a quien no conoce. B tenía un carácter difícil: voluble y voluntarioso. Sin embargo, aún cuando las diferencias de sus opiniones tenían distancias kilométricas siempre podían mediarlas. B, analizaba y daba una segunda oportunidad a las cosas y eso a X la desbordaba. Z y Y, piensan que a X le espera una abochornada discusión en su casa. Las penas con pan son menos, dice Y, y le ofrece una de las gorditas que saca del microondas. X las acompaña a cenar a la bodega que apenas es más grande que el baño. Z, es una morena de cabello rizado y ojos grandes que dejó la escuela para cuidar a su bebé de cinco meses, y Y, también morena y de cabello rizado pero de cuerpo más ancho que Z, trabaja y estudia. X se siente a la deriva, no tiene idea de qué puede hacer para ganarse la vida en Saltillo, y es cierto: acaba de terminar su ciclo como maestra y sabe que no la ocuparan el siguiente. Ahora sólo quiere estar en casa. Piensa en tomar un taxi y pagarlo al llegar. Antes de salir, ve a través de la puerta cristalizada a un hombre tirado en la acera. Mueve su mano repetidamente dentro de sus pantalones. Nuestro admirador, dice Y. Ni lo mires, ahorita se va solito, agrega. X piensa que ella debió haber hecho lo mismo: tirarse en su cama y masturbarse.


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