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LA PAZ EN LOS ZOOLÓGICOS, por Fernanda Reinert


Él no tiene gatos en el zoológico. Se refiere a leones, jaguares y tigres. Prefiere las jirafas, monos pequeños, cebras. Hay muchas razones para no tenerlos, los gatos, pero en general es porque no es negocio. Por ejemplo, un león pasa 20 horas al día dormido. Llega un niño, lo ve y dice “mira, mamá, el león está triste.” La señora va y pone una queja en Facebook y dice que tienen a los animales tristes, que los zoológicos son cárceles, que no deberían permitirles tener a los animalitos encerrados, pobrecitos. La señora no tendría idea de que probablemente ese zoológico hace más por la conservación y reproducción de los leones que toda la SEMARNAT, o que ese león come más veces al día que uno libre, pero ella ya hizo su buena acción del día, con ayuda de San Facebook, y la imagen del zoológico se va al carajo. No es negocio, repite.
Es más negocio venderlos que exhibirlos. Así empezó él, comprando y vendiendo primero un orangután, luego un puma, luego un elefante. Al poco tiempo tenía tantos animales que ya era mejor sacar el permiso y que la gente los fuera a ver. Le sirvió la licencia de veterinario y que en ese tiempo las cosas eran más fáciles, los trámites más sencillos. No era tanto pedo para que te dejaran tener tu zoológico en un terreno a las afueras de la ciudad si hablabas con el alcalde del municipio rural indicado. No te pedían tanto papeleo, tanta lata: todo se resolvía hablando. 
Ahora las cosas son más complicadas, te ponen más trabas. Como cuando pasaron la ley para que no hubiera animales en los circos, se hizo un desmadre. A un par de meses de que entrara en vigor, le dice un amigo cirquero que le vende a sus tigres, bien baratos, todos juntos, o se los iban a quitar. Pero él no tenía dónde ponerlos. Pasó un tiempo y vuelve el amigo y le insiste, cómprame a mis tigres, te los dejo a plazos, no quiero que se los lleven. Pero él no quería tener tigres. A una semana de que entrara en vigor la ley ve acercarse un camión por la carretera. Su amigo traía todos los tigres consigo, se baja y le dice “te los regalo.” No quería que se los llevaran, que le quitaran el trabajo de toda su vida. Sus tigres estaban más gorditos que en los zoológicos federales, vivían mejor que en las reservas. Pero él no podía mantenerlos. Los tigres fueron sacrificados. Eran cuatro hembras y un macho.
La principal razón por la que no es negocio, según dijo, es que son muy peligrosos. Se te suelta uno, mata a alguien y no te la acabas. Incluso aunque no se suelten, puede ser fatal. Como en un zoológico de por aquí, no nos quiso decir cuál, pero de por aquí. El encargado de limpiarle a los tigres era un pelirrojo de buen beber, por decir algo, y era normal que a veces faltara al trabajo, o a su casa, o a las dos. Así que un día no se presentó al zoológico y no les pareció extraño. Al día siguiente, tampoco, pero sí apareció su esposa, preguntando por él. Ni había llegado a su casa en dos días ni a trabajar. Presentaron una denuncia de desaparición, lo buscaron, pero nunca apareció. Sin embargo, en esos días encontraron restos de pelo rojo entre las heces de los tigres.
Aunque, la verdad, yo no conozco a muchos pelirrojos, tampoco a muchos cuidadores de tigres. Una persona que sea ambas cosas sería mucha coincidencia.

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