Desde
mi cama, veo por la ventana un globo que escapa, es de un color difuso. Mis
venas están hinchadas, huele a orines. A mi vecina de cuarto le hacen diálisis,
sus hijos tragan lágrimas y respiran apretado. El sabor de la gelatina no me
quita lo amargo de la lengua.
Retrocedo
a un tiempo de imágenes indefinidas, a un invierno de sonidos pretéritos, que
regresan como fragmentos y vuelven a ser los mismos. Todo empieza, desenredo mi
memoria.
Tenía
15 años cuando me acostumbré a la violencia, a los silencios y palabras
hirientes. Conocí a Raúl en un mercado. Él vendía fruta en temporada de
posadas, acababa de cumplir 20 años. Su mirada era melancólica, tenía chatos
los dedos de las manos, se mordía las uñas. Guardaba rencor a su infancia, su
padre lo golpeaba con una pala y lo corría de su casa.
Raúl
hacía promesas de días prósperos y caminos tranquilos, pero acostumbraba
quemar
mi cuerpo con cigarros, rompía mis cosas, me gritaba, me pedía perdón y me
contaba
historias viejas de su niñez.
Quedé
embarazada al poco tiempo de estar con él. Vivíamos juntos en una casa
prestada, de tejas suelas y humedad, con una letrina en el patio y una pileta
donde me bañaba a cántaros. Los sonidos se dispersaban como insectos nocturnos.
cuando hacia frío las ventanas temblaban y me parecía que la casa también le
tenía miedo a Raúl.
***
Los
meses trascurren desiguales, sin ilusiones, a veces son pesados y otros
ligeros. Es enero, preparo un atole de avena y bolillo con nata para desayunar.
Tengo siete meses de embarazo. Estoy encerrada porque guardo reposo, es un
embarazo de alto riesgo. Leo una antología de cuentos titulada A todos nos
falta algo y esto me anima. También tarareo una canción de Enrique Guzmán,
la que mi mamá cantaba al barrer. Mi habitación tiene dos ventanas que dan al
patio, las plantas se traslucen, sus sombras sugieren figuras que vagan en el día,
inundadas de luz.
Cuando
él llega de trabajar, la casa se impregna del olor a cigarro, el silencio es
apabullante. Si está de buen humor cenamos viendo la tele, si esta de malas, me
culpa de lo que le paso en el día y tengo que pedirle perdón para calmar su
enojo. Pero hoy los reproches se sueltan de mi boca, fluyen palabras de
resentimiento, siento odio y lo maldigo.
Él
jala mi cabello, me arrastra y el abismo se abre.
–Puta
desgraciada –me grita varias veces mientras trato
de soltarme.
–Perdóname,
no es cierto –le contestó e intento calmarlo.
–Te
voy a matar –me dice pegando su boca a
mi oído.
La
realidad me es ajena, no logro entender lo que pasa y vuelvo a gritar con más
fuerza, pero la mano de Raúl está en mi cuello, lo aprieta. Sus ojos crecen, mi
voz se pierde. Me avienta a la cama, sube
mi vestido y rasga mi ropa interior, su miembro penetra mi ano.
Mi
grito de dolor se expande, hay sangre entre mis piernas, lágrimas en mi cara,
inmovilidad, vértigo. Rezo un padre nuestro: “Dios que acabe pronto”.
Pasa
una semana, intuyo algo malo, mi olor es fétido, tengo escalofríos. Me desmayo en
un par de ocasiones y cuando toco mi vientre no siento que nada se mueva. Voy
al doctor a una revisión, me dice que él bebe murió hace algunos días y que
tengo que internarme en este momento, porque puedo tener alguna infección peligrosa.
***
El
tiempo aquietó su paso. Quisiera ser ave, unirme a la parvada, perder mi rastro
en el azul.
Lo
enterraron en el panteón Señora de Guadalupe, sólo estuvieron mi mamá y Raúl, que
llevaba un ramo de claveles blancos. Rezamos un credo, no quise ver al bebé.
Sólo
una vez regresé al panteón. El viento se sentía más cuando estaba cerca de las
tumbas, parecía que el cielo se deslavaba.
El dolor era un sueño seco.
Dejé
a Raúl.
Los
recuerdos no me dejaron: Quirófano, luces blancas, anestesia, suero, ruido,
oscuridad intermitente, escalofrío, desnudez, miedo, voces distantes, agujas,
manos heladas, preguntas, sangre, fluidos, sudor, desconfianza, punzada, piernas
abiertas, vergüenza, muerte, aborto, yo.
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