Frené
porque delante de mí se detuvo un remolque. Un hombre estaba arriando las reses
que salieron despavoridas sobre el distribuidor vial de periférico. Me dio pena
ver la escena porque el granjero estaba desesperado y abría los brazos como si
quisiera juntar a las tres vaquillas, pero éstas no se dejaban. Se resbalaban y
seguían queriendo huir a donde fuera. Vi a una que venía de frente a mi
camioneta, creí que se estamparía, pero pasó corriendo al lado. Varios conductores
le ayudaron al hombre, se envalentonaron para que el señor pudiera guardar a
sus animales en el remolque. El tráfico pudo avanzar y ellos se quedaron atrás.
Pobres animales, hasta ellos
quieren salir. Nadie permanece tanto tiempo en un confinamiento con serenidad.
Hay un momento en el que se quiere tomar un respiro o estirar el cuerpo, lejos
del encierro. Me proyecté en las reses. También tengo la ansiedad de salir corriendo a no sé dónde,
quizá para regresar descansada. Descansar del cansancio de este encierro.
Escucho
las noticias. Después leo un libro, luego otro, para llenarme de otras
atmósferas y alejarme de ésta y apaciguar mi cabeza. Veo videos en el celular.
Busco reír y no cansarme de eso. Es el escape que utilizo para no desesperarme.
La risa me mantiene serena. Así como reírme de mí misma, de mi voz, de mi tono,
de mi sonoridad. Escucho los audios que le mando a mi sobrino de tres años. ¿Qué
pensará el pequeño?, confinado con mi sobrina, mientras mi hermana trabaja
porque el jefe dice que es indispensable su presencia.
“Queyo
patel, no de mentilas”, lo escucho en el audio. Y le respondo: “Yo también
quiero uno de verdad, de chocolate, de fresa, de piña, de yogurt, del que sea,
pero no de mentiras. Quiero comerlo contigo, Yeyo”. Lo extraño.
––Guárdame
un pedacito mi niño ––le digo.
––
Te guadé un pedacito de patel, Ayoya ––me responde.
––¡Qué
bonita voz escucho! –– Le digo en otro audio––¡Ya quiero comerlo contigo!
¿Qué pensará un niño como mi sobrino
de tres años?, ¿qué sucede adentro de él mientras el día es largo y abrumador? El
confinamiento nos mira con esos ojos grandes que no dejan salir a respirar
porque aparece “el Otro”, el miedo que paraliza y hace que uno se convierta en un
ser indefenso y cautivo.
–“Ayoya,
queyo ver los peces de Tita”, me dice en otro audio. Mis ganas de llevarlo a
ver los peces. Mis ganas de ir a verlo y abrazarlo, como si eso fuera otro
alimento más para vivir. Claro que se necesita. Y él lo sabe sin saberlo. Intuye
que es necesario el contacto, el acercamiento, la interacción, el diálogo. Este
lenguaje que tenemos todos de decirnos lo que necesitamos sin palabras.
En estos audios es donde me encuentro porque me río de mí. Me río de
cómo se arman las frases y las palabras para hacer un mensaje para alguien que
también lo recibe riendo. Reír de esta situación áspera e irritable, que
exaspera porque no hay forma de salir, aunque sea por un momento, para
encontrarnos y abrazarnos. También es un modo gracioso y cercano de
comunicarnos entre él y yo. Es un lenguaje entre dos seres en medio de las
emociones y sentimientos que van adheridos por la sangre, la costumbre, el
tiempo, la convivencia y la distancia.
Es dónde aparecen las ansias de
brincarme las trancas, como las reses en pleno periférico. No está mal que un
deseo brote así, descabellado, absurdo, es la necesidad de sentirse libre, de correr
en esa libertad que se siente tan lejana. Es como el amor que no puede
contenerse. Se busca y se anhela y no se puede sólo mirar a través del cristal.
Así cómo los convictos reciben a sus visitas, sin poderse tocar. Hay formas como las palabras contenidas en
una carta, en un audio o en un video, que calman, pero no suprimen las ganas de
tomar al otro y saciarse de su compañía. De esa forma sabes que la vida
transcurrió, que no está en pausa ni en espera.
En este tránsito “detenido” que
circula en derredor hay una pregunta cruel, como una piedra en el zapato: ¿qué
sigue después? Cuando esto termine, ¿qué pasará? Pienso en las personas que a
fuerzas tienen que parar su trabajo para cuidarse del miedo esparcido como
polvo y que el viento lleva silencioso. En los que actúan sin piedad. También
en quien vive en la costumbre: levantarse temprano, preparar la herramienta
para salir a buscar chamba, caminar por las calles. O aquel que ya tiene
preparada su agenda de clientes a visitar para concluir una venta. No hay que
olvidarse del que busca aquí y allá y nomás no encuentra, ni de aquellos que
tienen un deseo viejo y carcomido de conseguir una oportunidad. Hay una gran
plegaria por encontrar esta nueva oportunidad y también de descansar, de reír,
de que todo se saboree mejor.
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