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Con O de Ojeriza, por Rafael Acosta


Fue el año en el que el nieto del Santo apareció entre nosotros y se ofreció a protegernos de todo mal. Las cosas habían ido mal y empeorando, día tras día, mes tras mes y año tras año, desde que el cambio desestabilizó al país, extrayéndolo de su capullo prihistórico. Como sabemos bien, la transición histórica representó la liberación de fuerzas oscuras y poderosas que modificaron el panorama político. En fin, el país estaba postrado en la más ignominiosa situación, sojuzgado bajo el terror. Blue Demon y el Huracán Ramírez, entre otros, se plegaron al esfuerzo para liberar al país de los maestros del pancracio. Sería un camino largo, pero indispensable.
     Y justo en el momento en el que el final del túnel resultaba inconcebible; cuando la más pretérita oscuridad parecía llenar el mundo; cuando el aire se sentía como melaza y parecía más difícil de respirar; cuando el pueblo había perdido la esperanza y se había precipitado en la desesperación…
     Apareció en todos los periódicos, como un ángel bajado del cielo, con su capa blanca resplandeciente y la máscara que ocultaba a todo México detrás. Llevaba del cabello al narco más buscado de todo el país, arrastrándolo por la plaza Tapatía. En tres o cuatro saltos y con el narco en hombros, llegó al punto más alto del Teatro Degollado y le hizo honor a su nombre. Bajando con el cuerpo inerte, lo llevó a la estatua ondulada que está en su centro y lo empaló en ella.
     Dejó una nota donde estipulaba que se ponía a disposición de la autoridad para continuar esa labor con el resto de los maleantes del país.  Posó para fotos de los curiosos que había en la plaza Tapatía, abrazando a señoras y niños y se fue con una sentencia: "Guadalajara, México y el mundo. El nieto del santo va al rescate".

     Blue Demon lo esperaba agazapado en la oscuridad de la copa de un nogal. Esta misión era de esencial importancia para el país y el mundo. Había que atrapar a esa sucia excusa de hombre cuyos enemigos llamaban el Zootonto, pero que, ahí donde nadie los oía, en los recovecos de sus negras conciencias, llamaban El Carnicero.
     El Carnicero se había hecho un nombre como oficial de inteligencia, es decir, torturador. Tenía un precioso rancho nogalero en la rivera del río Conchos, donde habíase creado un pequeño paraíso original. Sus animales favoritos eran los leones y las hienas. Los leones estaban reservados para los justos y las hienas para los que elegían seguir en el error. Al final, aunque fueran ya los últimos pedazos, todos acababan con los leones.
     La indignación alimentaba el fuego en el corazón de Blue Demon, el fuego que pedía justicia, no importaba el precio. Había que llevar a un desenlace la situación. Cuando el Carnicero por fin salió, Blue Demon cayó sobre uno de sus guardaespaldas.
     Le dio una patada voladora a otro de los guardaespaldas, derribándolo muerto en el instante. Se le dejaron ir cinco que le cayeron encima, pero como un fénix que resurge de las cenizas, Blue Demon emergió desde debajo de la pila de hombres, arrojándolos a distancia.
     Uno de ellos corría hacía Blue Demon, pero lo tomó del brazo y, girando, lo arrojó con violencia tal hacia un nogal, que con el impacto cayó muerto como una roca pleistocena.
     A los otros cuatro los tuvo que reducir poco a poco, a patadas y golpes, con movimientos ágiles como solo los podía hacer Blue Demon. A uno de ellos lo tomó con un brusco movimiento, volteándolo y estampándolo en el suelo en un cristo invertido. El Carnicero sintió un estremecimiento en la espalda al oír el crujido con el cual la columna vertebral de su matón cedió al poder de Blue Demon.
     De los tres que quedaban, otro perdió el conocimiento después de que sus piernas se convirtieron en calcetines por el impulso de una llave Cruceta que el maestro del pancracio llevó a cabo con desatada violencia.
     Con el sonido que la gente ha aprendido a identificar con el impacto de un saco de papas en el suelo, el penúltimo guarura pereció, después de que con una perfecta Darketa, Blue Demon le exprimió su último aliento.
     Cuando el último guarro se dejó ir hacia él, El Profesor lo interceptó y con una quebradora desde todo lo alto, lo transformó de él a eso. En ese momento el Carnicero sacó su pistola, pero Blue Demon, tomando eso en vilo, lo colocó en una Alejandrina e interceptó los seis disparos del Carnicero.
     Al día siguiente, en la Avenida Universidad, se encontraron el cuerpo del Zootonto y uno de sus guarros, en la pose correspondiente a una Cavernaria, chapados en bronce.

     El Huracán Ramírez acababa de hacer la última huracarrana de la historia. Yacía muerto, caído como uno de tantos mártires que habían dejado su sangre en la liberación del yugo de México. El nieto del Santo había estado ahí para ajusticiar al líder del Senado, uno de esos gángsteres que había secuestrado al país, asesino del Huracán.
     El Presidente, superado por los eventos, había dejado su sitio ante el recrudecimiento de la violencia y el nieto del Santo se vio en la necesidad de ocupar el vacío de poder, para ofrecerle al pueblo un símbolo alrededor del cual unirse.
     Unos meses después, ante el nuevo Congreso electo, el nieto del Santo juró ante todo lo que tenía por sagrado defender la Constitución del País y mantener el orden para poder estimular el progreso. Inmediatamente, el Honorable Congreso votó para darle poderes plenipotenciarios al nuevo Presidente, quien instauró una ley pancracial en el país.

     En la guarida del nieto del Santo, versión Los Pinos, se sucedían los problemas unos detrás de otros. Las cosas se habían vuelto tan complicadas, que a veces, cambiando la indumentaria plateada que todo México tenía en su corazón por un traje negro y un disfraz sin máscara, Su Serenísima Nietitud del Santo, se escabullía en su Bentley por las calles de Garibaldi, con hambre de algo que nunca había sentido, con deseos de ejercer otra vida.
     Primero empezó con las rancheras. Bebía tequila hasta perder la conciencia mientras cantaba el Rey, una tras otra vez, hasta que un día, antes de que el mundo se transformara en una confortable oscuridad, Su Excelsa y Serenísima Nietitud, El Santo, desprovisto de su cara verdadera y bajo la apariencia de un naco con biyuyo, le echo el ojo a una gorda y se la llevó al camerino del cantante.
En el ejercicio de sus labores oficiales, había expropiado más de un ladrillo de cocaína, pero ante la insistencia de la futura Nieta Consorte, una vez la probó. El Santo, la Suprema Excelsa y Serenísima Nietitud Encarnada, vio la luz y decretó que era buena. Pronto se vio quitando con una mano (Blue Demon) y dando con la otra (Tinieblas).
     Hasta que el país adquirió el plateado color de la verdad, hasta que su nariz produjo poros para la mejor interacción, hasta que las riendas del poder estuvieron bien tensas, hasta que las riendas del poder se soltaban y tensaban a placer. Hasta que empezó el reino del Santo y un Nuevo Orden nació.

     Javier iba caminando apresurado para llegar pronto a casa de Julia. La noche había ya caído y uno no debía estar afuera. Ya habían instaurado un toque de queda. Pero la cosa estaba complicada y había tomado un trabajo que acababa tarde. Sin embargo, no podía dormir en una cama fría, aunque el fresquito no estaría nada mal en estas noches infernales, era otro calor del que hablaba. Al acercarse a la esquina, un hombre le puso una mano en el hombro. Javier soltó un golpe por reflejo. Sin saber cómo, se encontró en una llave de lucha, con el brazo en posición imposible y unos dedos apretando su garganta, justo en la tráquea.
      El hombre, manteniendo la llave, le pidió la cartera, de inmediato y sin réplica, cosa que produjo rápidamente. El hombre que lo había detenido buscó la credencial de elector y se la pasó a su compañero. Hasta el momento, no había reparado en el diminuto acompañante del hombre que lo había detenido.  Mediría como unos 80 centímetros de altura. Sacó un aparato extraño y tecleó el número homologado de la credencial.
     Volteó y le dijo algo en una lengua extraña al atracador.
     El atracador volteó y le dijo: Usted está en un problema mi estimado. Parece ser que es un criminal. Tiene cuatro multas de tránsito sin pagar. Me temo que tendré que expropiar las pertenencias que lleva con usted de momento para saldar su deuda con la sociedad.
     En ese momento reaccionó tratando de recuperar su cartera para escapar, pero se dio cuenta cuando el hombre sacó una máscara negra, con un borde dorado y negra en el centro y se percató de con quién estaba tratando:
     ¡Tinieblas! El capitán aventuras.
     Volteó a ver a su acompañante: ¡Alushe de pelushe! El duende maya.
     En ese momento se percató que se lo había cargado la chingada.
     Sin escalas.

     Fue el año en el que Kalimán apareció entre nosotros y se ofreció a protegernos de todo mal. Las cosas habían ido mal y empeorando, día tras día, mes tras mes y año tras año, desde que el Nuevo Orden se instauró en el país, precipitándolo en un estado de excepción. Como sabemos bien, la transición histórica representó la liberación de fuerzas oscuras y poderosas que modificaron el panorama político. En fin, el país estaba postrado en la más ignominiosa situación, sojuzgado bajo el terror. Chanoc y Tsekub Baloyán, entre otros, se plegaron al esfuerzo para liberar al país de los maestros del pancracio. Sería un camino largo, pero indispensable.

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