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Conversación en unos columpios solitarios, por Juan Iván González


Habían quedado de verse a las nueve y ya eran las nueve con diez. Rodolfo, que usualmente llegaba tarde a todo, se sentía molesto de que una de las pocas veces que sí había llegado temprano resultará infructuosa.
Estaba sentado en una barda, mirando al parque que serpenteaba por el terreno desigual de las colonias. Con el horario de invierno ya estaba oscureciendo. La noche era agradable, soplaba un viento fresco. Era buen momento para estar vivo.
Abimael llegó a las nueve con veinte, la clase de hora en que, cualquiera que lo conociese, esperaría que Rodolfo llegara.
No puedo creer que yo tuve que esperar.
Para variar, no te pasa nada.
Bueno, supongo que es el karma, admitió Rodolfo como quiera te robaré cigarros. Digo, si no hay problema.
Adelante, dijo Abimael, pasándole la caja para eso son.
Empezaron a deambular por el Gran Parque, que atravesaba varias cuadras y pasaba debajo de avenidas por puentes oscuros. Era jueves por la noche y el lugar estaba casi abandonado, excepto por algún niño aquí y allá. El parque tenía muchos juegos que ondulaban un poco con el viento. Como siempre, se oía a lo lejos el ruido de los carros, infinito y omnipresente, y ese perro que siempre ladra en las horas tranquilas de cualquier ciudad.
            Me quedé pensando en lo que dijiste el otro día dijo Rodolfo, mientras avanzaban por una vereda de tierra “extraoficial” que llevaba al camino de pavimento.
¿Sobre qué las larvas de una hormiga no pueden cagar? preguntó Abimael.
Eso fue un gran tema, pero no. Hablaba de cuando nos pusimos un poco más Rodolfo simuló pesar algo con las manos densos.
Abimael, sonriendo, imitó la forma en que Rodolfo hacía pantomimas.
Hablábamos del perdón.
Oh, ya. Hablamos de eso, es cierto. Estaba drogadísimo.
Rodolfo asintió
Sólo entonces tienes buenas ideas dijo Rodolfo, pateando una piedra. Lo he pensado y no creo en el perdón.
¿No crees en ello? ¿Para nada? ¿Seguirás enojado porque llegué tarde?
Para siempre, hermano. Lo siento.
Lástima. ¿Y si te dijera que llegué tarde por comprar tus benditos cigarros? dijo Abimael.
¿Neta?
No.
Qué mal chiste.
Tenía que tratar. Pero bueno, ¿por qué tan pensativo?
Día de las madres respondió Rodolfo.
Suena a algo fuerte.
Así es, una de esas horribles cosas personales de mi pasado trágico que no acostumbro hablar con la gente.
La hora azul había acabado y ya era plenamente de noche. Habían ido subiendo por las colonias donde las casas que están más arriba parecen mansiones. Ninguno de los dos vivía por allí, pero tenían la costumbre de rondar por esos lugares porque eran calles bonitas y no asaltaban. Existía cierto riesgo de que, al verlos, algún vecino sintiera desconfianza y llamara a policía, de hecho, ya había sucedido una vez. Sin embargo, Rodolfo y Abimael sólo hablaron tranquilamente con el oficial y el asunto no pasó a mayores. Tenían mucho sin verse y este lugar les daba cierta nostalgia de ser adolescentes, así que el riesgo parecía algo que valía la pena.
Vieron una solitaria banca azul bajo un poste de luz inusualmente brillante. Abimael le dijo a Rodolfo que se dirigieran allí. Rodolfo se sentó en la tabla y le quitó otro cigarro a su amigo, que se quedó quieto, mirando a la ciudad. Por la inclinación del lugar, la vista de las luces era muy bella.
Mi madre y yo no hemos tenido la mejor relación en un rato dijo Rodolfo.
Abimael asintió.
Rodolfo suspiró y trató de calmarse. Sentía una aversión por esta clase de temas “pesados”, pero su psicólogo le había sugerido tratar de hacerlo (los psicólogos casi nunca dan órdenes directas, lo cual es molesto).
Nos peleamos un poco fuerte cuando salí del clóset dijo Rodolfo. Abimael sólo miraba el suelo, escuchando.
¿Conoces ese cliché de que “las madres siempre saben”?
Mi mamá y mi papá siempre dicen eso de mi hermana añadió Abimael.
No sabía que tu hermana era lesbiana.
Lleva dos años con la novia. La conociste, la de lentes.
¿A la que le gustaba mucho la música de banda?
Esa mera. Ya están pensando en casarse. Bueno, ¿decías?
Sí, bueno. Ese no fue mi caso para nada. Mi madre legítimamente pensaba que yo me iba a casar y que tendría hijos y todo eso.
Pues sí podrías.
No lo sé. ¿Tú tendrás hijos?
Me gustaría. Pero siento que debería estar realmente bien asentado para eso.
Entiendo. Yo siento que debes ser muy buen padre para adoptar niños, y más si formas parte de una pareja homoparental. Me caga esa palabra, suena tan técnica. No sé, creo que podría ser un padre pasable a lo mucho si tuviera un matrimonio, no sé cómo manejaría una situación tan extrema.
Para ser justos, preocuparte de si lo harías bien, es más de lo que hacen muchos padres que yo conozco.
Buen punto. En fin, hace como un año, o como diez meses, tuve un susto muy cabrón con ondas de enfermedades venéreas y esas.
Abimael le dirigió una mirada que se suponía que era empática, pero no ayudó a que Rodolfo se sintiera cómodo.
No pasó nada grave. Fue algo muy tonto, la verdad. Pero tuve que pagar un doctor y pedir dinero y eso.
Me recuerda a cuando casi se embaraza Cristina, el primer año que estábamos saliendo. Como al mes de salir, de hecho.
¡Dios! ¿Y qué pasó?
No se embarazó. Sólo se le atrasó un poco el…eso.
Poético. ¿Nunca te has hecho ninguna prueba?
¿De VIH y eso? No. Sólo lo he hecho con Cristina.
¿En serio?
Reconozco que a veces me pregunto si estoy listo para lo que sigue. Da igual, hablábamos de ti.
Aunque quizá deberías protegerte. Ya sabes, precaución. No digo que Cristina o tú se hayan puesto cuerno o algo sólo…
Está en la lista junto a dejar de fumar. Tú sigue, hoy te toca, siempre escuchas mis dramas con ella.
Pues tuve que pedir dinero y fue así como salí del clóset con mi mamá. Honestamente, no tenía contemplado hacerlo nunca. Me decía a mí mismo que no le debía esa clase de verdades. Sentía que sería como rogarle por su aprobación y su apoyo y no quería humillarme a mí mismo, o así lo veía. Ves por allí muchos gays que hablan de cómo sus madres y ellos tienen esta relación súper cercana y las querían un chingo y siempre los aceptaron y blablablá. No puedo empatizar, para nada. Quiero mucho a mi madre, pero siempre nos hemos llevado como ahorcándonos mutuamente. Es que tenemos el mismo carácter y eso complica mucho las cosas.
Lo mismo pasa con mi hermana y mi padre. Se adoran, pero se van a matar un día…por cierto, nunca has hablado de tu padre. ¿Tienes padre, siquiera?
No, concepción inmaculada.
De allí tu carácter tan noble replicó Abimael entre risas.
Gracias. En fin, tuve que decirle, sí o sí, por la situación. Tampoco creo que haya sido el mejor momento del mundo y por ello, en parte, tengo la culpa.
No tienes la culpa.
No moralmente, pero si fue algo muy estúpido.
Ser estúpido y tomar malas decisiones no son pecado.
Ser estúpido es el único pecado que existe en la realidad. Regresando, básicamente se armó el desmadre. Nunca había discutido, mi familia no es discutir. Somos más dados a s llenar la cena de navidad de silencios cargados y hacer chistes crueles cuando todos están ebrios. Simplemente no nos gusta externalizar esa clase de cosas.
Supongo que por eso es más grave cuando sucede.
Así es. Terminamos gritándonos y ella básicamente me acusó de que, por mi culpa, a ella le iba a dar un infarto cuando yo muriera de sida.
Como una telenovela.”
Horrible. Básicamente me pidió que hiciera un esfuerzo en no ser joto, palabras más o palabras menos. Yo sólo le repetía que lo que hacía con mi vida era mi problema y lo ciclaba…pero no soy bueno para las discusiones, sólo lo decía una y otra vez, no pensaba en argumentos. Me sorprende la gente que trata de probar cosas así, no es algo que me nazca para nada. Al final los dos nos fuimos por nuestro lado y a los días me largué de allí.
Sabía un poco de eso. Me dijiste que habías tenido problemas con tu madre y que por eso te habías ido de la casa, pero no que fue por eso específicamente.
No me nace andarlo pregonando. Estuve con Tara unos días, ¿la conoces?
Sí, de hecho, la vi hace unas semanas. Es muy chida.
Después me fui a donde estoy ahora. Digo, no soy un niño. Ya tenía años pensando en irme y eso fue como el empujón que necesitaba. No me está yendo súper bien ni nada, pero tampoco me está yendo tan mal.”
Eso es genial.
Sí. Mi psicólogo me dice que me enfoque en que no hubiera podido hacer esto de adolescente, aunque supongo que si pasó ahora es porque fui muy cobarde como para enfrentarla cuando era más joven.
Quizá. Y tal vez si Cristina si se embarazaba yo me hubiese vuelto abogado como mi padre. ¿Qué importa, güey?
Touché. No hemos vuelto a hablar desde entonces. Bueno, me manda mensajes en WhatsApp, las clásicas imágenes de tía.
¡Que tengas un día lleno de amor!
Exacto. Estuvimos primero como un mes sin hablar nada y luego sólo me preguntó cómo estaba, y ya. No la he visto en persona desde que me fui, aunque si hemos tenido contactos esporádicos. Sólo no hemos hablado en verdad.
Y no han dicho nada acerca de que seas gay.
Por supuesto que no. Eso se ha vuelto el nuevo tabú de la familia. Nadie lo habla. Y es que sí he ido a reuniones familiares. Me invitaron a navidad y todo. Supongo que podría ser peor. He oído historias de gente que los sacaron a patadas y borraron su nombre de la genealogía familiar y no fue mi caso. Entiendo eso.
Es muy triste por ellos, pero ¿qué hay de mí? dijo Abimael, imitando el tono de voz de Rodolfo.
Tú sí me entiendes. Sólo no hablamos del tema y me quedo en una esquina sin hablar con nadie.
La verdad contestó Abimael con una media sonrisa así son también mis reuniones familiares.
¿Por qué?
Creo que no les gusta que Cristina y yo no estemos en sus reuniones. O en general nomás no les caigo bien. No tengo nada de qué hablar con mis tíos, nada.
Dar tantas vueltas para terminar siempre con las mismas chingaderas.
Abimael hizo el gesto de alzar una copa invisible de vino.
Pues, al inicio del año, Ma tuvo que hacerse unos chequeos por ondas cardiacas contó Rodolfo.
            Nada grave, espero.
Todo está bien. Pero nos asustamos. Tuve que acompañarla a ver al doctor y mientras estábamos en la sala de espera hablamos naderías. Le pregunté qué había desayunado, como se sentía. La pasaron y todo y fue sólo un susto por la edad. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiese sido algo peligroso. Conociéndola, no hubiéremos tenido uno de esos momentos telenovelescos: “¡Ama a quien quieras, hijo!”. Nada por el estilo. Digo, un infarto es fuerte, pero ¿reconocer que hizo mal, pedir perdón? ¡Tampoco es para tanto! No, mi madre se iría a la tumba sin decir una palabra de conmiseración, ya la conozco. Yo haría lo mismo. También me puse a pensar: ¿Qué clase de enfermo narcisista piensa en que le pidan perdón por una tontería cuando su madre está muriendo?
Pero no se murió.
No, pero el punto allí sigue. No me decido si lo que pasó entre nosotros es algo muy grande y fuerte que amerita que se lo escupa en la cara por días, o si sólo debería dejarlo estar e irme por mi lado. Eso último es más práctico, ¿no crees? Yo tengo mi vida por mi lado, la veo cuando puedo, no se habla del tema, ¿qué importa? Pero a la vez, molesta un poco, porque esto fue algo que me jodió mucho cuando era más chico. Lo que digo es que no aprendí nada, no me volví más valiente, no tengo ninguna especie de orgullo en particular. Sólo me puso en un montón de situaciones desagradables y ya. “¿A quién le importa?”, pienso, pero también me molesta.
Una patrulla pasó lentamente por la calle detrás de ellos. Rodolfo y Abimael fracasaron en su intento de mirarla en forma discreta y vieron cómo trepaba poco a poco hasta perderse en las colonias elegantes.
Digo, tampoco fui un hijo perfecto. Creo, que ni siquiera fui un buen hijo. Me pasé buena parte de mi adolescencia drogado.
Lo sé, yo estuve allí.
            Gracias por eso. Y tampoco me gustaría estar haciendo un drama por algo que siento que debería importar más de lo que realmente importa.
¿Sientes que decir “mi madre no acepta mi sexualidad” es algo simbólico?
Es una “cosa”.
Ah, ya. Las “cosas” son importantes.
Las “cosas” son horribles, son laberintos en que puedes perder tu identidad. Es muy difícil mantener tu mente centrada cuando estás en una “cosa”. Ayer fue día de las madres y ella me llamó. Yo no la llamé. Me preguntó cómo estoy. Le digo que bien. Esa es nuestra conversación hasta que me doy cuenta de que es el puto día de las madres.  Y es una festividad estúpida y plástica y fruto de estrategias comerciales.
Para entonces se habían levantado y mientras hablaban, como no queriendo, se habían acercado a los columpios abandonados. Rodolfo se sentó en uno y siguió hablando mientras se mecía para atrás y se dejaba caer mientras las cadenas chirriaban en forma temible por el peso de un adulto en ellas. Por su parte, Abimael seguía fumando y dando vueltas en una de las barras de metal oxidado del columpio.
Como todo en esta vida contestó Abimael.
Como todo en esta vida. Pero, aun así, fue raro. Siento que ella se arrepiente, más bien lo sé. Pero creo que soy una mala persona, porque no estoy seguro de si me importa. Sé que por las noches va a seguir llorando y rezando Aves Marías para que su hijo llegue con una novia. Y una de parte de mí piensa que sólo debería superarlo. Como quiera ya no vivo allí, no puede hacerme nada, ¿por qué habría de quitarme el sueño? Pero, por otro lado, siento que algo que me tomé cuando era puberto realmente me frió el cerebro, porque en algún lado tengo todavía a un adolescente gritándome en el oído y no sé lo que quiere, pero no puedo ignorarlo.
Esa parte de ti se llama humanidad, Rodolfo.
Asco. ¿Cómo se arregla?
Trabaja de abogado.
Chiste de cuarentón que escucha Caifanes.
Cállate. ¿Ya acabaste?
Algo así. Di a entender mi idea lo mejor que pude, creo que un poco mejor de como explicaba en clase. Lo que diría para acabar es que a eso me refiero con que no creo en el perdón, no creo que exista y por eso no lo espero. Sólo pienso en seguir adelante, vivir la vida. Mi madre me es provechosa, me sigue, no pienso olvidar nunca lo que hizo por mí, pero ¿qué gano cambiando mi vida? Sin embargo, me digo eso, y algo no me cuadra, no sé qué es.
Todo es mejor que lo que hacías en clase. Y tampoco se trata de palmearse en el hombro y decir “qué bueno soy que no me ensancho con la ira”, eh.
¿Y por qué no? Mínimo así tienes algo a cambio del desmadre.
En fin, lo que puedo decir es chale dijo Abimael, imitando el tono de Rodolfo.
Muchas gracias por la sabiduría, Abimael.
No puedo decir mucho sobre esto. No soy gay y me llevo bien con mi madre.
Lo cual pone en serias dudas nuestra amistad.
Es mutuo. En fin, no sé. El otro día hablaba contigo sobre eso porque había estado hablando con Tara del tema. El exnovio de ella había vuelto con una ex que lo había tratado de apuñalar.
Rodolfo chifló en apreciación.
Bueno, Tara piensa que perdonar siempre al otro es una estupidez, es lo peor que puedes hacer.
Hay gente que habla sobre tener paz interior y esas cosas.
Una reverenda tontería. Creo que tenías un punto cuando decías que a veces ignorar es más práctico.
Sirve. Es lo más que se puede pedir muchas veces. Sabes, me dan ganas de ponerme a hablar del tema con alguien que realmente me caiga mal. Quiero encontrarme a alguien que me diga que debo entender que a mi madre la criaron con otros valores. Me quiero enojar.
Por favor, no lo hagas. Pareces Kirby cuando te enojas. Te pones colorado.
Vaya, que cruel. Déjame un poco, ¿sí? Esperaba que argumentaras algo así. Tal vez sólo tenemos una vida y eso es poco tiempo para sopesar en una balanza cada detalle de la crianza de todas las personas que conocemos para saber exactamente qué podemos esperar de ellas.
Nomás lo que es. En fin, este tipo, lo que dice es que siempre la amo.
¿A Tara?
No, a la apuñaladora. Dice que es la mujer de sus sueños, que estar con ella fue la época más feliz de su vida. Que no le importa si se burlan de ellos, porque para él su amor importa más.
            Y sí dijo Rodolfo, imitando a un cuchillo entrando en un cuerpo.
Supongo que verá que hacer en su momento, si llega el momento.
Suena tonto.
Perdonar es tonto. La reconciliación es una estupidez. Es mejor vivir por allí con listas de quien exactamente nos jodió aquí y allá y perseguirlos para vengarnos.
Como ninjas vengadores, claro.
Estoy siendo sarcástico. Personalmente, no creo que nadie nunca me haya ofendido. La idea de tener rencor me da hueva.
Bueno, entonces eso es pereza. Y eso es pecado, hijo. Además, es falta de emprendimiento. ¿Neta nadie te ha ofendido?
No se me ocurre nadie. Probablemente si me han jodido, sólo no recuerdo. No tengo una naturaleza de odiar personas.
Bueno, ese es tu problema. Creo que la mayoría de la gente odiamos fácilmente y no creo que eso sea malo. El amor y el odio son como frutas, ¿no? Simplemente salen solas. Ahora bien, el otro detalle, vivimos en una cultura donde a la madre se le idolatra sin cuestionarlo. Ves gente ya adulta hablando de sus “mamis” y demás. A mí enferma.
¿No te estarás proyectando?
Por supuesto. ¿Qué tendría de malo ello? Lo que digo es que hace falta entender a nuestros padres como personas, al menos yo quiero hacer eso. No me quiero anclar con mi madre como un símbolo, pero es muy difícil no hacerlo. Y más cuando los corajes no siempre son la cosa más racional del mundo.
¿De qué hablábamos al principio, Rodolfo?
Del perdón. ¿Qué se gana con él?
La noche era más profunda. Se estaban acabando los cigarros. Frente a ellos, un hombre anciano en pantaloncillos cortos corría a medias, tropezando. Se les quedó mirando y siguió avanzando hasta el tramo del parque que no tenía pavimento, donde siguió corriendo y tropezando hasta perderse de vista. Ambos se estaban cansando, Rodolfo se preguntaba si no había hecho mal en sacar un tema tan personal con su amigo.
No sé qué hacer, pues fue lo que dijo Rodolfo para romper el silencio. Mi vida ha mejorado desde que me fui, pero ella es toda la familia que tengo.
Qué jodido.
Sí. ¿Tú disfrutas de tus reuniones familiares, aunque no te lleves bien?
No me llevo mal, sólo no tengo de qué hablar. Voy porque sería más triste no ir, supongo.
Algo así siento con mi madre. Es más triste no estar allí.
¿Pero tú crees que ella se sienta mal?
No está feliz. Quizá si ha cambiado, pero no lo sé. Es católica, creo que el Papa de ahora dijo que los gays no son todos demonios. Quizá eso la motive. Pero no sé si buscaría una reconciliación porque entiende que me jodió o porque no le gusta que la haya dejado sola. Supongo que es egoísta hacer esa distinción.
No es algo que se deba decir, pero quizá esperas demasiado de ella.
Probablemente.
Ambos se quedaron callados. Querían decir algo profundo y verdadero, pero a ninguno se le ocurría nada. Tanto cigarro le había dado dolor de cabeza a Abimael y ahora pensaba en regresar con Cristina, que seguro ya estaría dormida. Por su parte, Rodolfo pensaba que su madre estaría en alguna de las luces de la ciudad, rezando porque dejara de vivir la vida que a él lo hacía feliz.
Quizá deberíamos irnos, Rudy.
dijo Rodolfo, parándose y estirándose.
Abimael le dio una palmada en el hombro.
El mundo sigue girando, hermano dijo mientras su amigo asentía con pesadez.
Se alejaron por el camino oscuro del parque, el que era una especie de puente bajo la avenida. A esa hora sólo quedaba uno que otro carro solitario, dando la vuelta por la ciudad con razones ocultas.

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