Habían
quedado de verse a las nueve y ya eran las nueve con diez. Rodolfo, que
usualmente llegaba tarde a todo, se sentía molesto de que una de las pocas
veces que sí había llegado temprano resultará infructuosa.
Estaba
sentado en una barda, mirando al parque que serpenteaba por el terreno desigual
de las colonias. Con el horario de invierno ya estaba oscureciendo. La noche
era agradable, soplaba un viento fresco. Era buen momento para estar vivo.
Abimael
llegó a las nueve con veinte, la clase de hora en que, cualquiera que lo
conociese, esperaría que Rodolfo llegara.
—No puedo creer que yo
tuve que esperar.
—Para variar, no te pasa
nada.
—Bueno, supongo que es el karma,
—admitió Rodolfo— como quiera te robaré
cigarros. Digo, si no hay problema.
—Adelante, —dijo Abimael, pasándole
la caja— para eso son.
Empezaron
a deambular por el Gran Parque, que atravesaba varias cuadras y pasaba debajo
de avenidas por puentes oscuros. Era jueves por la noche y el lugar estaba casi
abandonado, excepto por algún niño aquí y allá. El parque tenía muchos juegos que
ondulaban un poco con el viento. Como siempre, se oía a lo lejos el ruido de
los carros, infinito y omnipresente, y ese perro que siempre ladra en las horas
tranquilas de cualquier ciudad.
—Me quedé pensando en lo
que dijiste el otro día —dijo
Rodolfo, mientras avanzaban por una vereda de tierra “extraoficial” que llevaba
al camino de pavimento.
—¿Sobre qué las larvas de
una hormiga no pueden cagar? —preguntó Abimael.
—Eso fue un gran tema,
pero no. Hablaba de cuando nos pusimos un poco más —Rodolfo simuló pesar algo
con las manos— densos.
Abimael,
sonriendo, imitó la forma en que Rodolfo hacía pantomimas.
—Hablábamos del perdón.
—Oh, ya. Hablamos de eso,
es cierto. Estaba drogadísimo.
Rodolfo
asintió
—Sólo entonces tienes
buenas ideas —dijo
Rodolfo, pateando una piedra—.
Lo he pensado y no creo en el perdón.
—¿No crees en ello? ¿Para
nada? ¿Seguirás enojado porque llegué tarde?
—Para siempre, hermano. Lo
siento.
—Lástima. ¿Y si te dijera
que llegué tarde por comprar tus benditos cigarros? —dijo Abimael.
—¿Neta?
—No.
—Qué mal chiste.
—Tenía que tratar. Pero
bueno, ¿por qué tan pensativo?
Día
de las madres —respondió
Rodolfo.
—Suena a algo fuerte.
—Así es, una de esas
horribles cosas personales de mi pasado trágico que no acostumbro hablar con la
gente.
La
hora azul había acabado y ya era plenamente de noche. Habían ido subiendo por
las colonias donde las casas que están más arriba parecen mansiones. Ninguno de
los dos vivía por allí, pero tenían la costumbre de rondar por esos lugares
porque eran calles bonitas y no asaltaban. Existía cierto riesgo de que, al verlos,
algún vecino sintiera desconfianza y llamara a policía, de hecho, ya había
sucedido una vez. Sin embargo, Rodolfo y Abimael sólo hablaron tranquilamente con
el oficial y el asunto no pasó a mayores. Tenían mucho sin verse y este lugar
les daba cierta nostalgia de ser adolescentes, así que el riesgo parecía algo
que valía la pena.
Vieron
una solitaria banca azul bajo un poste de luz inusualmente brillante. Abimael
le dijo a Rodolfo que se dirigieran allí. Rodolfo se sentó en la tabla y le
quitó otro cigarro a su amigo, que se quedó quieto, mirando a la ciudad. Por la
inclinación del lugar, la vista de las luces era muy bella.
—Mi madre y yo no hemos
tenido la mejor relación en un rato —dijo
Rodolfo.
Abimael
asintió.
Rodolfo
suspiró y trató de calmarse. Sentía una aversión por esta clase de temas
“pesados”, pero su psicólogo le había sugerido tratar de hacerlo (los
psicólogos casi nunca dan órdenes directas, lo cual es molesto).
—Nos peleamos un poco
fuerte cuando salí del clóset —dijo
Rodolfo. Abimael sólo miraba el suelo, escuchando.
—¿Conoces ese cliché de que
“las madres siempre saben”?
—Mi mamá y mi papá siempre
dicen eso de mi hermana —añadió
Abimael.
—No sabía que tu hermana
era lesbiana.
—Lleva dos años con la
novia. La conociste, la de lentes.
—¿A la que le gustaba
mucho la música de banda?
—Esa mera. Ya están
pensando en casarse. Bueno, ¿decías?
—Sí, bueno. Ese no fue mi
caso para nada. Mi madre legítimamente pensaba que yo me iba a casar y que
tendría hijos y todo eso.
—Pues sí podrías.
—No lo sé. ¿Tú tendrás
hijos?
—Me gustaría. Pero siento
que debería estar realmente bien asentado para eso.
—Entiendo. Yo siento que
debes ser muy buen padre para adoptar niños, y más si formas parte de una
pareja homoparental. Me caga esa palabra, suena tan técnica. No sé, creo que
podría ser un padre pasable a lo mucho si tuviera un matrimonio, no sé cómo
manejaría una situación tan extrema.
—Para ser justos,
preocuparte de si lo harías bien, es más de lo que hacen muchos padres que yo
conozco.
—Buen punto. En fin, hace
como un año, o como diez meses, tuve un susto muy cabrón con ondas de
enfermedades venéreas y esas.
Abimael
le dirigió una mirada que se suponía que era empática, pero no ayudó a que
Rodolfo se sintiera cómodo.
—No pasó nada grave. Fue
algo muy tonto, la verdad. Pero tuve que pagar un doctor y pedir dinero y eso.
—Me recuerda a cuando casi
se embaraza Cristina, el primer año que estábamos saliendo. Como al mes de
salir, de hecho.
—¡Dios! ¿Y qué pasó?
—No se embarazó. Sólo se
le atrasó un poco el…eso.
—Poético. ¿Nunca te has
hecho ninguna prueba?
—¿De VIH y eso? No. Sólo lo
he hecho con Cristina.
—¿En serio?
—Reconozco que a veces me
pregunto si estoy listo para lo que sigue. Da igual, hablábamos de ti.
—Aunque quizá deberías
protegerte. Ya sabes, precaución. No digo que Cristina o tú se hayan puesto
cuerno o algo sólo…
—Está en la lista junto a dejar
de fumar. Tú sigue, hoy te toca, siempre escuchas mis dramas con ella.
—Pues tuve que pedir
dinero y fue así como salí del clóset con mi mamá. Honestamente, no tenía
contemplado hacerlo nunca. Me decía a mí mismo que no le debía esa clase de
verdades. Sentía que sería como rogarle por su aprobación y su apoyo y no
quería humillarme a mí mismo, o así lo veía. Ves por allí muchos gays que
hablan de cómo sus madres y ellos tienen esta relación súper cercana y las
querían un chingo y siempre los aceptaron y blablablá. No puedo empatizar, para
nada. Quiero mucho a mi madre, pero siempre nos hemos llevado como ahorcándonos
mutuamente. Es que tenemos el mismo carácter y eso complica mucho las cosas.
—Lo mismo pasa con mi
hermana y mi padre. Se adoran, pero se van a matar un día…por cierto, nunca has
hablado de tu padre. ¿Tienes padre, siquiera?
—No, concepción
inmaculada.
—De allí tu carácter tan
noble —replicó Abimael entre risas.
—Gracias. En fin, tuve que
decirle, sí o sí, por la situación. Tampoco creo que haya sido el mejor momento
del mundo y por ello, en parte, tengo la culpa.
—No tienes la culpa.
—No moralmente, pero si
fue algo muy estúpido.
—Ser estúpido y tomar
malas decisiones no son pecado.
—Ser estúpido es el único
pecado que existe en la realidad. Regresando, básicamente se armó el desmadre.
Nunca había discutido, mi familia no es discutir. Somos más dados a s llenar la
cena de navidad de silencios cargados y hacer chistes crueles cuando todos
están ebrios. Simplemente no nos gusta externalizar esa clase de cosas.
—Supongo que por eso es
más grave cuando sucede.
—Así es. Terminamos
gritándonos y ella básicamente me acusó de que, por mi culpa, a ella le iba a
dar un infarto cuando yo muriera de sida.
—Como una telenovela.”
—Horrible. Básicamente me
pidió que hiciera un esfuerzo en no ser joto, palabras más o palabras menos. Yo
sólo le repetía que lo que hacía con mi vida era mi problema y lo ciclaba…pero
no soy bueno para las discusiones, sólo lo decía una y otra vez, no pensaba en
argumentos. Me sorprende la gente que trata de probar cosas así, no es algo que
me nazca para nada. Al final los dos nos fuimos por nuestro lado y a los días
me largué de allí.
Sabía
un poco de eso. Me dijiste que habías tenido problemas con tu madre y que por
eso te habías ido de la casa, pero no que fue por eso específicamente.
—No me nace andarlo
pregonando. Estuve con Tara unos días, ¿la conoces?
—Sí, de hecho, la vi hace
unas semanas. Es muy chida.
—Después me fui a donde
estoy ahora. Digo, no soy un niño. Ya tenía años pensando en irme y eso fue
como el empujón que necesitaba. No me está yendo súper bien ni nada, pero
tampoco me está yendo tan mal.”
—Eso es genial.
—Sí. Mi psicólogo me dice
que me enfoque en que no hubiera podido hacer esto de adolescente, aunque
supongo que si pasó ahora es porque fui muy cobarde como para enfrentarla cuando
era más joven.
—Quizá. Y tal vez si
Cristina si se embarazaba yo me hubiese vuelto abogado como mi padre. ¿Qué
importa, güey?
—Touché. No hemos vuelto a
hablar desde entonces. Bueno, me manda mensajes en WhatsApp, las clásicas
imágenes de tía.
—¡Que tengas un día lleno
de amor!
—Exacto. Estuvimos primero
como un mes sin hablar nada y luego sólo me preguntó cómo estaba, y ya. No la
he visto en persona desde que me fui, aunque si hemos tenido contactos
esporádicos. Sólo no hemos hablado en verdad.
—Y no han dicho nada
acerca de que seas gay.
—Por supuesto que no. Eso
se ha vuelto el nuevo tabú de la familia. Nadie lo habla. Y es que sí he ido a
reuniones familiares. Me invitaron a navidad y todo. Supongo que podría ser
peor. He oído historias de gente que los sacaron a patadas y borraron su nombre
de la genealogía familiar y no fue mi caso. Entiendo eso.
Es
muy triste por ellos, pero ¿qué hay de mí? —dijo
Abimael, imitando el tono de voz de Rodolfo.
—Tú sí me entiendes. Sólo
no hablamos del tema y me quedo en una esquina sin hablar con nadie.
—La verdad —contestó Abimael con una
media sonrisa —así
son también mis reuniones familiares.
—¿Por qué?
—Creo que no les gusta que
Cristina y yo no estemos en sus reuniones. O en general nomás no les caigo
bien. No tengo nada de qué hablar con mis tíos, nada.
—Dar tantas vueltas para
terminar siempre con las mismas chingaderas.
Abimael
hizo el gesto de alzar una copa invisible de vino.
—Pues, al inicio del año,
Ma tuvo que hacerse unos chequeos por ondas cardiacas —contó Rodolfo.
—Nada
grave, espero.
—Todo está bien. Pero nos
asustamos. Tuve que acompañarla a ver al doctor y mientras estábamos en la sala
de espera hablamos naderías. Le pregunté qué había desayunado, como se sentía. La
pasaron y todo y fue sólo un susto por la edad. Me pregunto qué hubiera pasado
si hubiese sido algo peligroso. Conociéndola, no hubiéremos tenido uno de esos
momentos telenovelescos: “¡Ama a quien quieras, hijo!”. Nada por el estilo.
Digo, un infarto es fuerte, pero ¿reconocer que hizo mal, pedir perdón?
¡Tampoco es para tanto! No, mi madre se iría a la tumba sin decir una palabra
de conmiseración, ya la conozco. Yo haría lo mismo. También me puse a pensar:
¿Qué clase de enfermo narcisista piensa en que le pidan perdón por una tontería
cuando su madre está muriendo?
—Pero no se murió.
—No, pero el punto allí sigue.
No me decido si lo que pasó entre nosotros es algo muy grande y fuerte que
amerita que se lo escupa en la cara por días, o si sólo debería dejarlo estar e
irme por mi lado. Eso último es más práctico, ¿no crees? Yo tengo mi vida por
mi lado, la veo cuando puedo, no se habla del tema, ¿qué importa? Pero a la
vez, molesta un poco, porque esto fue algo que me jodió mucho cuando era más
chico. Lo que digo es que no aprendí nada, no me volví más valiente, no tengo
ninguna especie de orgullo en particular. Sólo me puso en un montón de
situaciones desagradables y ya. “¿A quién le importa?”, pienso, pero también me
molesta.
Una
patrulla pasó lentamente por la calle detrás de ellos. Rodolfo y Abimael
fracasaron en su intento de mirarla en forma discreta y vieron cómo trepaba poco
a poco hasta perderse en las colonias elegantes.
—Digo, tampoco fui un hijo
perfecto. Creo, que ni siquiera fui un buen hijo. Me pasé buena parte de mi
adolescencia drogado.
—Lo sé, yo estuve allí.
—Gracias por eso. Y
tampoco me gustaría estar haciendo un drama por algo que siento que debería
importar más de lo que realmente importa.
—¿Sientes que decir “mi
madre no acepta mi sexualidad” es algo simbólico?
—Es una “cosa”.
—Ah, ya. Las “cosas” son
importantes.
—Las “cosas” son horribles,
son laberintos en que puedes perder tu identidad. Es muy difícil mantener tu
mente centrada cuando estás en una “cosa”. Ayer fue día de las madres y ella me
llamó. Yo no la llamé. Me preguntó cómo estoy. Le digo que bien. Esa es nuestra
conversación hasta que me doy cuenta de que es el puto día de las madres. Y es una festividad estúpida y plástica y
fruto de estrategias comerciales.
Para
entonces se habían levantado y mientras hablaban, como no queriendo, se habían
acercado a los columpios abandonados. Rodolfo se sentó en uno y siguió hablando
mientras se mecía para atrás y se dejaba caer mientras las cadenas chirriaban
en forma temible por el peso de un adulto en ellas. Por su parte, Abimael
seguía fumando y dando vueltas en una de las barras de metal oxidado del
columpio.
—Como todo en esta vida —contestó Abimael.
—Como todo en esta vida. Pero,
aun así, fue raro. Siento que ella se arrepiente, más bien lo sé. Pero creo que
soy una mala persona, porque no estoy seguro de si me importa. Sé que por las
noches va a seguir llorando y rezando Aves Marías para que su hijo llegue con
una novia. Y una de parte de mí piensa que sólo debería superarlo. Como quiera
ya no vivo allí, no puede hacerme nada, ¿por qué habría de quitarme el sueño? Pero,
por otro lado, siento que algo que me tomé cuando era puberto realmente me frió
el cerebro, porque en algún lado tengo todavía a un adolescente gritándome en
el oído y no sé lo que quiere, pero no puedo ignorarlo.
—Esa parte de ti se llama
humanidad, Rodolfo.
—Asco. ¿Cómo se arregla?
—Trabaja de abogado.
—Chiste de cuarentón que
escucha Caifanes.
—Cállate. ¿Ya acabaste?
—Algo así. Di a entender
mi idea lo mejor que pude, creo que un poco mejor de como explicaba en clase. Lo
que diría para acabar es que a eso me refiero con que no creo en el perdón, no
creo que exista y por eso no lo espero. Sólo pienso en seguir adelante, vivir
la vida. Mi madre me es provechosa, me sigue, no pienso olvidar nunca lo que
hizo por mí, pero ¿qué gano cambiando mi vida? Sin embargo, me digo eso, y algo
no me cuadra, no sé qué es.
—Todo es mejor que lo que
hacías en clase. Y tampoco se trata de palmearse en el hombro y decir “qué
bueno soy que no me ensancho con la ira”, eh.
—¿Y por qué no? Mínimo así
tienes algo a cambio del desmadre.
—En fin, lo que puedo
decir es chale —dijo
Abimael, imitando el tono de Rodolfo.
—Muchas gracias por la
sabiduría, Abimael.
—No puedo decir mucho sobre
esto. No soy gay y me llevo bien con mi madre.
—Lo cual pone en serias dudas
nuestra amistad.
—Es mutuo. En fin, no sé. El
otro día hablaba contigo sobre eso porque había estado hablando con Tara del
tema. El exnovio de ella había vuelto con una ex que lo había tratado de
apuñalar.
Rodolfo
chifló en apreciación.
—Bueno, Tara piensa que
perdonar siempre al otro es una estupidez, es lo peor que puedes hacer.
—Hay gente que habla sobre
tener paz interior y esas cosas.
—Una reverenda tontería.
Creo que tenías un punto cuando decías que a veces ignorar es más práctico.
—Sirve. Es lo más que se
puede pedir muchas veces. Sabes, me dan ganas de ponerme a hablar del tema con
alguien que realmente me caiga mal. Quiero encontrarme a alguien que me diga
que debo entender que a mi madre la criaron con otros valores. Me quiero
enojar.
—Por favor, no lo hagas.
Pareces Kirby cuando te enojas. Te pones colorado.
—Vaya, que cruel. Déjame
un poco, ¿sí? Esperaba que argumentaras algo así. Tal vez sólo tenemos una vida
y eso es poco tiempo para sopesar en una balanza cada detalle de la crianza de
todas las personas que conocemos para saber exactamente qué podemos esperar de
ellas.
—Nomás lo que es. En fin,
este tipo, lo que dice es que siempre la amo.
—¿A Tara?
—No, a la apuñaladora.
Dice que es la mujer de sus sueños, que estar con ella fue la época más feliz
de su vida. Que no le importa si se burlan de ellos, porque para él su amor
importa más.
Y
sí —dijo Rodolfo, imitando a
un cuchillo entrando en un cuerpo.
—Supongo que verá que
hacer en su momento, si llega el momento.
—Suena tonto.
—Perdonar es tonto. La
reconciliación es una estupidez. Es mejor vivir por allí con listas de quien
exactamente nos jodió aquí y allá y perseguirlos para vengarnos.
—Como ninjas vengadores,
claro.
—Estoy siendo sarcástico.
Personalmente, no creo que nadie nunca me haya ofendido. La idea de tener
rencor me da hueva.
—Bueno, entonces eso es
pereza. Y eso es pecado, hijo. Además, es falta de emprendimiento. ¿Neta nadie
te ha ofendido?
—No se me ocurre nadie.
Probablemente si me han jodido, sólo no recuerdo. No tengo una naturaleza de
odiar personas.
—Bueno, ese es tu
problema. Creo que la mayoría de la gente odiamos fácilmente y no creo que eso
sea malo. El amor y el odio son como frutas, ¿no? Simplemente salen solas. Ahora
bien, el otro detalle, vivimos en una cultura donde a la madre se le idolatra
sin cuestionarlo. Ves gente ya adulta hablando de sus “mamis” y demás. A mí
enferma.
—¿No te estarás
proyectando?
—Por supuesto. ¿Qué
tendría de malo ello? Lo que digo es que hace falta entender a nuestros padres
como personas, al menos yo quiero hacer eso. No me quiero anclar con mi madre
como un símbolo, pero es muy difícil no hacerlo. Y más cuando los corajes no siempre
son la cosa más racional del mundo.
—¿De qué hablábamos al
principio, Rodolfo?
—Del perdón. ¿Qué se gana
con él?
La
noche era más profunda. Se estaban acabando los cigarros. Frente a ellos, un
hombre anciano en pantaloncillos cortos corría a medias, tropezando. Se les
quedó mirando y siguió avanzando hasta el tramo del parque que no tenía
pavimento, donde siguió corriendo y tropezando hasta perderse de vista. Ambos
se estaban cansando, Rodolfo se preguntaba si no había hecho mal en sacar un
tema tan personal con su amigo.
—No sé qué hacer, pues —fue lo que dijo Rodolfo
para romper el silencio—.
Mi vida ha mejorado desde que me fui, pero ella es toda la familia que tengo.
—Qué jodido.
—Sí. ¿Tú disfrutas de tus
reuniones familiares, aunque no te lleves bien?
—No me llevo mal, sólo no
tengo de qué hablar. Voy porque sería más triste no ir, supongo.
—Algo así siento con mi
madre. Es más triste no estar allí.
—¿Pero tú crees que ella
se sienta mal?
—No está feliz. Quizá si
ha cambiado, pero no lo sé. Es católica, creo que el Papa de ahora dijo que los
gays no son todos demonios. Quizá eso la motive. Pero no sé si buscaría una
reconciliación porque entiende que me jodió o porque no le gusta que la haya
dejado sola. Supongo que es egoísta hacer esa distinción.
—No es algo que se deba
decir, pero quizá esperas demasiado de ella.
—Probablemente.
Ambos
se quedaron callados. Querían decir algo profundo y verdadero, pero a ninguno
se le ocurría nada. Tanto cigarro le había dado dolor de cabeza a Abimael y
ahora pensaba en regresar con Cristina, que seguro ya estaría dormida. Por su
parte, Rodolfo pensaba que su madre estaría en alguna de las luces de la
ciudad, rezando porque dejara de vivir la vida que a él lo hacía feliz.
—Quizá deberíamos irnos,
Rudy.
—Sí —dijo Rodolfo, parándose y
estirándose.
Abimael
le dio una palmada en el hombro.
— El mundo sigue girando,
hermano —dijo mientras su amigo asentía
con pesadez.
Se
alejaron por el camino oscuro del parque, el que era una especie de puente bajo
la avenida. A esa hora sólo quedaba uno que otro carro solitario, dando la
vuelta por la ciudad con razones ocultas.
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