Había mucho por
hacer. Las tareas de la escuela me abrumaban desde hace tiempo. La
concentración no se presentaba en ninguna materia. Con trabajo redactaba mi
diario de pensamientos, el cual poco a poco se iba convirtiendo en receptáculo
de cuentos y poemas, ambos malogrados. En los fugaces momentos de lucidez, presentados
una noche sí y dos no antes de dormir, terminaba por culpar al repetitivo sueño
que me hacía abrir los ojos empapados de espanto. Tras despertar me era
imposible apartarlo de mi mente: Después de despedirnos de la madre de
Carolina, arrancamos el Jetta y tomamos camino hacia la Ciudad de México, cenamos
en El Potosino, volvemos a tomar camino, hacemos parada para fotografiarnos con
las estrellas de fondo. Entonces Morrison, de la nada, aparece fumando un marlboro,
leyendo mi diario de pensamientos. Con naturalidad le pido mi diario, le ordeno
que vuelva al retrato suyo que está en mi cuarto y le exijo que no mire a
Carolina de esa manera. Carolina acaricia mi mejilla, me besa delicadamente
la frente y me sugiere que llevar a Morrison con nosotros. Acepto.
Morrison,
al volante, mirándome de reojo por el retrovisor, me cuenta de sus aventuras en
Juárez y Tijuana, mientras apunta que sus biógrafos saben muy poco de él. Siente
gran aprecio por México y lo visita cada que le viene en gana. Los tres hemos fumado
mucha marihuana y bebido bastante de un cóctel alucinógeno. Estamos bien
animados en la 57, auspiciados por las luces de los tráileres: rojas,
amarillas, azules y verdes, de muchos colores. La cercanía emocional con los
resplandecientes astros hace que Morrison acelere a tope. “¡El universo en tu
mano!”, grita. Después, el cantante cita a Blake: “Para ver el mundo en un
grano de arena / y el cielo en una flor silvestre / abarca el infinito en la
palma de tu mano / y la eternidad en una hora”. Carolina me susurra que le encantan esos
versos cuando suavemente se los recito a su oído y añado: “amando a Caro”.
Ciento
cincuenta kilómetros por hora es mucha velocidad. Sólo siento las manos de
Carolina estrujándome con fuerza, pienso que la amo como nunca he amado a nadie
más, que Morrison murió en el 71 y que ya he soñado esto muchas veces.
En
la escuela, el profesor de Filosofía hablaba de la percepción. Refirió que para
el idealismo sólo existe el sujeto y que la realidad es obra suya. Destacó el
trabajo que yo hice sobre el tema. Al llegar a casa, abrí el diario de
pensamientos. No pude hilvanar ningún pensamiento coherente. Me dolía la cabeza,
así que me drogué, cerré los ojos e intenté dormir.
***
Despierto, agitado
por Morrison. Con estridente jovialidad me incita a bañarme. Lo hago y
desayuno. No lo invito a la mesa porque sé que él prefiere drogarse, beber
alcohol y fumar un marlboro tras otro. En un destello, pienso que nunca lo he
visto comer. Lo veo contento y eso me alegra. Hoy nos vamos a París. Me lo
pidió una y otra vez, hasta que por fin acepté. París debe ser muy agradable y
yo disfruto mucho de Moliére y Rimbaud, aunque tengo la sensación de que algo
siniestro me depara en Francia.
Morrison
me conduce por callejuelas francamente inhóspitas, el entorno y los autos me
parecen muy viejos, creo que sólo los he visto en fotografías. Los días
transcurren. Caminamos por las tardes, vamos a cafeterías y bares, pero sobre
todo al cine y a la librería. Morrison escribe muchísimo, aunque rara vez
comparte sus textos. En París mi diario de pensamientos ha crecido mucho, aunque
sigue siendo receptáculo de poemas y cuentos, ahora me gustan.
La
noche llega a nosotros. Morrison tose y Pam le pregunta desde la recámara
si todo está bien, él contesta que sí. Me confiesa que siente un amor tan
grande por Pam que piensa en él como algo inefable. Salimos para el Rock and
Roll Circus, en el trayecto, Morrison habla desdeñoso de Los Angeles y que tiene
planes para fingir su muerte. The Doors no significa nada ya para él y la
poesía es su único anhelo. En Rock and Roll Circus pruebo la heroína por
primera vez, es de la white china. De pronto, Morrison derriba la puerta del
baño en el que estoy sentado con la cabeza entre las piernas y los brazos
colgando. Escucho que discute con otras personas sobre si estoy muerto o sólo
muy pasado. Siento que me cargan, me llevan a un taxi. Morrison dice que
Carolina me espera, que no tema, que ella estará siempre para mí. Cuando
llegamos al departamento, Morrison me mete en la bañera.
Veo
a Morrison flotando sobre mí en la bañera. Intento moverme y no puedo. Escucho Spanish
Caravan y tengo la sensación de haberla estado escuchando eternidades. La canción
me conduce a Carolina. Recuerdo que atendí el teléfono, la madre de Carolina me
dijo rota en llanto que su hija tuvo un accidente fatal mientras viajaba a la Ciudad
de México. Tomo un arma, doy vueltas con ella por toda la casa, mientras me
drogo y escucho en repetición Spanish Caravan. ¿Deliro? Intento moverme y
no puedo. Comienzo a ver a Morrison diferente. Sus ojos se parecen a los míos,
mis cabellos a los suyos, nuestras ropas son las mismas. Morrison aparece y
desaparece de forma intermitente, aparece y desaparece en París, aparece y
desaparece en la 57 y en la Ciudad de México. ¿Escucho un arma dispararse?
Morrison me palmea la espalda mientras recorremos el cementerio Père
Lachaise y me dice que desea ser enterrado en él, que yo también seré
bienvenido.
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