Mi nombre es Dua,
momentáneamente me ubico en mi mansión de Nueva York. Son las 7 p.m. y mi
mayordomo, elegantemente vestido con un esmoquin, repite una y otra vez: la
cena será servida en media hora.
A
pesar de que es cuarentena y que no hay invitados, me digo que no tengo nada
que ponerme. Soy lo que llaman una fashion
victim. Deambulo en mi abrigo a cuadros de Marc Jacobs en busca de un vestido
para sentarme en el comedor.
A
veces la mansión me parece estrecha, yo me veo como una mujer diminuta nadando
en esta ropa oversized. Estoy en la
cocina, abro todas las gavetas mientras me paseo con mi falda rosa de
lentejuelas de Tom Ford. Encuentro mi primer vestido dentro del refrigerador. Se
trata de una prenda confeccionada por Area. Podría decirse que es una réplica
del vestido azul de cenicienta para el baile. Al igual que mi ropa anterior, el
vestido me queda enorme, tiene un cono celeste a cada lado de la cadera. Cruzo
el pasillo con dificultad, tengo que zigzaguear y caminar de lado para sortear
los obstáculos. ¡Qué importa sufrir en un vestido si te ves increíble!
Son
las 7:05 p.m. “La cena estará lista en media hora”, dice otra vez Zenón con una amable sonrisa que significa: ese no es el vestido que realmente deseas.
Tengo la sensación de que él siempre está un paso delante de mí.
Continúo
buscando. De una de las recámaras sale, como un mar, un vestido de tela verde,
parece que se tratase de un truco de magia desproporcionado. Un vestido verde
de Christopher John Roberts. Es aún más enorme que el otro, se aprieta a mí
solamente por la cintura. El corte A simula la corola de una flor, una
suculenta y frondosa peonia. Soy incapaz de bajar las escaleras, mis pies se
han perdido entre tanta tela. Prefiero dejarme caer y resbalo por las escaleras
con una suave sensación sedosa entre mis piernas.
Voy
a la sala de estar. Me cambio nuevamente de ropa, esta vez elijo un ceñido
vestido de Rodarte. Algo con lo que no tema caer, o con lo que pueda deambular
a través de mi residencia. Me siento Alicia en el país de las maravillas, en un
mundo en el que ella cambia constantemente de tamaño. Me recuesto en el sofá.
Este vestido rojo no puede darme ningún problema. Duermo plácidamente recostada
en mis guantes blancos con lentejuelas de corazoncitos totalmente kitsch. Creo
que con este look me parezco a Madona en Material
Girl. Una reina del pop siempre sabe referenciar a otra. Pienso que estoy
lista para una sesión de fotos para la portada de Vogue. Aunque en estos
momentos, más que esforzarme en ser una diva, estoy esperando que Zenón vuelva
y me diga la hora. A veces tengo la sensación de que en esta situación de
encierro espero el momento de la cena por siempre.
Vuelvo
a dormir, me despierta la angustia de la imagen del reloj detenido a las 7:19.
Me digo a mí misma que puedo llegar a cualquier parte siempre que ande lo
suficiente. Me levanto y me dirijo a otra de las recamaras, tras un biombo
encuentro un vestido color salmón de Versace. Me lo pongo junto con unos
guantes blancos que son justo de mi medida, y una capa color champaña. En mi
mente suena la canción Ready to go de
Republic, cierro los ojos y con un zoom estridente, repaso cada uno de los
vestidos que he usado este mes esperando la cena.
A
las 7:25 p.m. me considero triunfadora, parece que al fin he vencido al tiempo.
Me siento a la mesa, a esperar que mi cena por fin sea servida.
Comentarios
Publicar un comentario