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El espejo negro, por Carolina Herrera


La mesa está servida. Mamá se enfada porque Miranda y yo nos reímos como cómplices. Nos pregunta por qué la risa.
—Es cosa de gemelos. —Le digo.
Miranda siempre se levanta en la noche. Mamá dice que es sonámbula y que debo ayudarla a regresar a la cama. No sé qué hora es, pero me levanto para acostarla. Mañana tenemos que prepararnos temprano para ir a la escuela.
Al día siguiente papá nos despierta con regaños porque no le gusta llegar tarde a su trabajo. Mi hermana y yo tenemos que estar listos a tiempo. Yo no batallo para levantarme y casi brinco de la cama, me apuro para ponerme el uniforme y cuando termino paso por la cama de mi hermana y le pego una patada al colchón mientras me río. Ella se levanta enojada. Poco después nos encontramos desayunando cereales de colores. Papá come como si estuviera en un concurso de comida de la feria de la ciudad, de esos en los que gana el que come mucho y rápido. Mamá nos da nuestras loncheras. Después papá nos lleva a la escuela y yo corro con mis amigos. 
Miranda y yo no nos portábamos bien, por eso nos pusieron en grupos separados. Yo estoy en el A de aplicados y Miranda en el B de burros, aunque ella diga que es el A de asnos y B de buenos. Lo que más me gusta de la escuela es ver a Julia, es una niña blanca de cabello rubio, siempre me sonríe y varios de mis amigos me han dicho que le pregunte si quiere ser mi novia, sólo hay un problema, a Miranda no le agrada para nada. Nosotros tenemos un pacto, por el que nos pinchamos el dedo índice y juntamos las manos manchándonos de sangre: si uno quiere tener novio el otro tiene que estar de acuerdo. Y yo no estoy de acuerdo con que Leo sea novio de Miranda, ni Miranda quiere a Julia.
Terminamos las clases y mamá viene por nosotros. Nos vamos caminando hasta la casa. Está un poco lejos, pero a mi hermana y a mí nos gusta. Jugamos a que somos agentes secretos y tenemos que proteger a mamá porque alguien quiere llevársela lejos. Juntamos nuestras manos, elevando el índice y el pulgar, de esta manera tenemos un arma y vigilamos todo el camino con desconfianza.
La tarde pasa aburrida. Está lloviendo y no nos dejan salir. Mamá fuma en la cocina mientras prepara galletas, nosotros jugamos con las muñecas y los soldados.
—A ella le dieron en la cabeza, ¡bang! —dice asustada y con fuerza le zafa la cabeza a su muñeca y la avienta hacia una esquina.
—Miranda, esa era nueva, mamá te va a regañar.
Se queda mirándome confundida y luego ve el cuerpo de la muñeca en su mano. Empieza a lloriquear y le digo que se calle. Por supuesto mamá viene a ver qué sucede y al darse cuenta nos pone una tunda bien dada. Por el resto de la tarde yo estoy enojado y no le hablo a mi hermana. Comemos galletas y leche mientras están las caricaturas. Miranda me da el control, pero aun así no quiero hablarle, aunque acepto ofendido el mando de la TV.
En la noche papá llega con helado. Miranda me deja el de chocolate, pero decido que aun así no soporto su traición.  Es hora de ir a dormir.
Doy vueltas en la cama. No logro quedarme dormido. En una de esas vueltas abro los ojos y veo a Miranda frente al espejo otra vez. Maliciosamente decido dejarla ahí parada, esta noche no le ayudaré a volver a su cama, se quedará ahí para que amanezca cansada. Me doy la vuelta para darle la espalda y no verla.
Por la mañana mi papá entra al cuarto y regaña a Miranda por estar frente al espejo, ya que lo asustó. Mi hermana se disculpa y yo sonrío feliz de obtener mi venganza. El día transcurre de lo más normal. Voy a la escuela. Hago algunos trabajos, veo a Julia. Juego futbol en el recreo. Regreso a las últimas tres clases y es matemáticas y ciencias, mis peores materias. Me quedo pensando por qué Julia ya no está, ni sus cosas. La maestra me regaña por estar distraído. En la salida veo a mamá y me dice que nos vayamos.
—¿Y Miranda? —pregunto extrañado de que no la esperamos.
—La recogí en la mañana. Su maestra la expulsó este día. Se peleó con una niña.
—¿Miranda? —Me sorprendí para bien de mi hermana. Ella nunca se peleaba. Era la mejor de nosotros dos. Si se peleó fue porque la hicieron enfadar.
—Sí. No se te ocurra hacer lo mismo, niño. —Me advierte.
—Pero yo siempre hago las cosas que hace Miranda y Miranda hace las mismas cosas que yo, porque somos gemelos. Y si le estiras el cabello a ella yo también lo siento.
—Pero no significa que tú también te metas en problemas porque habrá severas consecuencias. Te quitaré la soda y las galletas.
—Está bien, mamá.  —Es mejor no hacerla enojar, así que finjo que le haré caso.
Llego a casa y corro hacia Miranda para preguntarle los detalles. Quiero saber a quién golpeó y cómo lo hizo.
—A Julia. —Mi sonrisa malévola se deshace. Ahora que lo pensaba, Julia no había aparecido después del receso.
—¿Qué le hiciste? —le pregunto enojado.
—Solo la empujé y la tonta se cayó por las escaleras.
—Entonces mañana le voy a pegar a Leo. —le grito.
—No me importa, haz lo que quieras. —Me mira seria.
No es Miranda. Ella me habría puesto la cara contra el piso si amenazaba a su querido Leo. La dejo en paz y mejor me voy a comer. Estoy enojado con ella otra vez. No la soporto. No quiero que sea mi hermana.
Es de noche. Miranda estará sonámbula y yo no la voy a ayudar a volver a su cama. Se quedará parada hasta que se le cansen los pies y luego en la escuela irá toda desvelada. Me alegro. Ojalá la maestra la regañe por quedarse dormida.
Estaba soñando con Julia, que la consolaba en el salón de clases, pero algo me hizo despertar un poco. Miranda estaba comiendo. Mamá odia que vayamos al refrigerador en la noche y comamos, así que la voy a acusar. Me levanto rápido y la veo que está sentada frente al espejo y mastica fuerte.
—Le voy a decir a… —Hablo con voz vengativa, pero me detengo. La poca luz que se mete de la ventana me deja ver que el espejo está quebrado de abajo. No. Miranda no sería tan tonta. Camino hacia ella y le veo las manos, tiene pedacitos de espejo brillante, voltea a verme hacia arriba mientras mastica. Sus pequeños labios y su barbilla están manchados. La poca luz me deja ver que es algo rojo como la sangre.
Trastabillo hacia atrás mientras Miranda se me queda viendo y me sonríe tiernamente. Corrí gritando por el pasillo. Pegué un brinco a la cama de mis papás y los desperté llorando.
Los demás días pasaron demasiado rápido. Llegamos a casa y nadie dijo nada. Papá se pone a ver televisión, mamá fuma en la cocina y hace galletas. Yo me voy a mi cuarto. Han olvidado quitar el espejo. Nunca le había prestado atención como hasta ahora. Es grande y delgado, mide de la mitad de la pared hasta el suelo, y lo rodea un metal negro con adornos raros. Miro abajo y veo que el suelo está limpio, pero al espejo le faltan pedazos. Pedazos que no le pudieron sacar a Miranda.
Si tan solo la hubiera cuidado en la noche como siempre lo hacía. Si tan solo la hubiera llevado a su cama. Es mi culpa. Soy el peor hermano. Ojalá me castiguen mis padres y me regañe la maestra todos los días.
Mi gemela ya no está. Ese espejo se la ha llevado. Fue él. Lo sé porque es cosa de gemelos, y yo sé lo que sabe Miranda.



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