Son
las 5:30 de la mañana, he decidido que me tomaré un rato para estar con mi
familia después de la comida, antes de la ceremonia en Santa Elena. Me da
tiempo para cumplir con los pendientes de hoy. Con todos los problemas que
están sobre la mesa, yo sé que van saliendo poco a poco. No se puede resolver
todo de la noche a la mañana. Quién crea que me dedico a repetir como loro mi
discurso está equivocado. No deseo dejar nada inconcluso. Mi prioridad es
México, mi pueblo, el que me puso aquí. Y no me he cansado de decirlo.
Entro al despacho y veo los
periódicos que están sobre el escritorio. Los hojeo uno por uno. Me detengo en el
de mis adversarios. Comienzo a leer la nota. Me da risa lo que estoy leyendo.
Precisamente habla sobre la palabra “enemigo”, qué curioso. No voy a caer en
provocaciones. Al final, a todos los tomo como enemigos. Lo cierto es que, y
también lo he reiterado, mi lucha ha sido incansable, quién me lo puede
desmentir. Mis movimientos han sido muchas veces boicoteados, quién me puede
refutar eso, nadie. Me da risa, no lo puedo evitar. Cuando digo una cosa es por
algo, no hablo así sin nada, sin base. Que este señor, al servicio del
neoliberalismo me encasille como una persona que habla con odio, está
equivocado. No quiere ver que no hay odio. Sé que se dicen infinidad de cosas
sobre mí y de mi manera de actuar. Mi voluntad es que mi pueblo tenga lo que no
le han querido dar, lo que se merece: una vida más digna. A este señor le
importa más un discurso avenido a su manera de ver o de pensar, haciendo
comparaciones arias. Me da risa.
Sin
embargo, es interesante lo que dice. Le regalaré un pequeño momento a su nota,
solo por el hecho de que se esforzó en escribirla para que llegara a sus miles
de lectores y porque de antemano está ese pago que tiene que desquitar. Mis
adversarios seguirán siendo mis adversarios. Y sé que seguirán enojados con
todo lo que haga y lo que no haga. Me criticarán por todo y seguirán hablando. Bueno,
hasta mis zapatos me han criticado. Incluso mi postura al subir el escalón en
el informe de este año, una foto que anunciaron como un presidente derrotado y
solo. Dizque abandonado por mi propio equipo de trabajo. Yo les doy luz verde
para que se desahoguen libres, como somos todos. Libres de expresarse en este
país que amo. Antes, ¿quién podía hacerlo así? Tal vez peco de tolerar que me
falten al respeto. No sé por qué les molesta tanto que a México le vaya bien. O
al revés, parece que desean le vaya muy mal, para así también achacármelo. Por
qué no quieren cooperar para que todo marche rápido.
Me acuerdo que en el aeropuerto me
topé con un joven señor que apenas pintaba cano su cabello. Íbamos a viajar el
mismo vuelo. Se me acercó y me dijo: “Señor presidente, no puedo entender
porque la oposición, y me refiero a la gente, no a la clase política, siempre
está en desacuerdo, nada le embona. Todo lo quieren ver de manera negativa y
escandalosa. Es como si quisieran ver a México hundido en todo. Hay una fuerte
y muy mala vibra en las redes cuando algo se anuncia con respecto a algún
beneficio, firma, tratado. Ahí está el caso de cuándo la secretaria Nahle
tundió a los árabes. Hicieron un despotricadero que dijeron que México es un
gato, de lo peor. Como si México no pudiera ponerse al tú por tú con los
fuertes. Eso me dice que hay un problema en uno, no como nación, sino que uno
mira las cosas desde distintas perspectivas y se busca el lado malo para
incriminar a aquellas personas que tienen el interés de obtener mejores
beneficios para el país, sea como sea”.
Me
pareció muy razonable su pensamiento. Seguí platicando con él en el avión.
También por eso viajo en esos vuelos. Para estar con la gente. Me nutro de
ella. ¿Acaso un presidente debe ser inaccesible, intocable, innombrable,
temible? ¿Por qué yo debería ser así? Hasta pervertido me han dicho por besar a
los niños. Hay candados que se tienen que abrir al respecto y no lo digo yo, lo
dice la gente violentada.
Seguí conversando con ese joven señor,
a quien le di mi aprobación. Él estaba sentado a un lado mío, abrió un refresco
y continuó: “Yo vivo en un fraccionamiento privado, pero las cosas que se
muestran adentro me dan risa. Mis vecinos son unos personajes bien hechos.
Creen que por introducir una clave para que se levante la pluma de acceso es
suficiente para sentirse fifís.
No saben que la élite son los fifís,
no los gerentes de empresas o jefas de departamento. La clase alta es un sector
pequeño, de renombre. Pero parece que se nos ha metido la idea de que este
término se refiere a nosotros y nos lo colgamos. Por eso digo que hemos sido rebobinados.
Los fifís no tienen deudas en
Coppel ni en Liverpool. Y usted no me dejará mentir”.
Yo sonreía mientras lo escuchaba. No
lo interrumpía porque estaba en lo cierto. Y mentalmente le decía, dime qué más,
dime.
“Se
actúa con una prepotencia que lo veo y no lo creo. Por ejemplo: A mi vecino de
enfrente le falló su camioneta y la dejó en la cochera de mi otro vecino, quien
tiene arena en su banqueta porque está construyendo en su casa sin el permiso
de municipio. Mientras llegaba el mecánico, ahí se quedó el vehículo,
obstruyendo la pasada. Entonces, salió la esposa del vecino, la de la casa
donde obstruían la cochera, a decirle que lo moviera. Él le pidió chanza de que
llegara el mecánico, pero ella le habló a la patrulla y a la grúa. Se hizo un
relajo porque la mujer quería el espacio libre para que, cuando llegara su
marido, estacionara su coche sin ningún problema. Sabe presidente, así somos. Apenas
tenemos un puesto más alto, o cierto poder en alguna dependencia, o conocidos, y
nos hacemos de los recursos que están a la mano para mostrar superioridad. Eso
es subirse a un papel mojado y marearse. Eso es pura influencia elitista mal
entendida. Mi vecino tuvo que pagar una multa para que no se llevaran la
camioneta al corralón. Y ahora me pregunto si este señor afectado se quedará tranquilo”.
Lo escuchaba atento. Le dije al joven
que estábamos en el mismo canal. Me despedí de él apretándole la mano con cordialidad.
Sé que tengo miles de pendientes en
la cabeza, pero es más ameno y confortable escuchar a mi gente. Mucho más
importante que una nota de un literato enojado porque ya no se le extendió un
cheque al portador. Como que quiere reivindicarse, me da la impresión. Lo
lamento, pero mientras esté yo aquí, no lo habrá. Así me digan que tengo odio
en mi discurso. Me molesta que mi gente no pueda trabajar, que tenga que acatar
reglas, instrucciones, pero hay que llevar esta fiesta hasta dónde yo lo
permita. Mi gente no puede quedarse sin comer.
***
Es
la hora de la ceremonia en Yucatán. Apenas estoy listo para llegar al festejo
ceremonial del día de la Santa Cruz en Santa Elena, otro lugar que no me
arrepentiré de apoyar.
Aquí
voy a dejar una parte del artículo de opinión de mi adversario. Aunque no
pensamos igual, no es mi enemigo. Me cuido. Todos se cuidan de sus enemigos, si
no lo sabré yo. Lo respeto, nada más. Si yo fuera un tirano, él ya no
escribiría en contra mía. El león cree que son todos de su condición.
Amigo o enemigo
Carl Shmitt, el
filósofo de Hitler, escribió que “la distinción específica de la política, la
que caracteriza sus acciones y sus motivos, es la confrontación del amigo y el
enemigo”. La tolerancia, la pluralidad, la disposición a escuchar, a considerar
las razones del otro, eran para Schmitt excrecencias formales del liberalismo
que detestaba. Pero Schmitt no limitaba su dicotomía a la vida política sino a
la vida toda: “dime quién es tu enemigo y te diré quién eres”. Y en otro sitio
es aún más brutal: distingo ergo sum.
Es decir que el ser de Schmitt no es
nadie ni nada en sí mismo, el ser de Schmitt se define por el odio a quién no
es su amigo. Schmitt es su odio al enemigo. Schmitt es el odio.
Ninguno de los
populistas de nuestro tiempo ha leído a Schmitt, pero todos somos schmittianos.
Lo fue Chávez… Lo es Trump… el dictador Víctor Orbán y el enloquecido
Bolsonaro. Y lo es López Obrador.
Nunca antes en la
historia mexicana –lo digo con dolor y plena convicción– un presidente había
atizado a este grado el odio entre los mexicanos. Para él los críticos son
enemigos de su régimen y, por tanto, son enemigos del pueblo que él
místicamente cree encarnar.
Por ello hay que cuidar
la forma y moderar el tono de los textos en la prensa y en las redes. No estoy
sugiriendo un límite a la libertad de expresión, derecho irrenunciable en
cualquier circunstancia. La crítica no puede darse tregua. Lo que es preciso es
evitar el odio… Ese tufo inconfundible que despide la mala fe. Se dirá que las
palabras y las imágenes de odio no matan, pero el daño que provocan es inmenso:
envilecen a quien las formula, empobrecen a quien las lee.
Debe saber que el odio
desde el poder se llama tiranía.
Enrique Krause. Periódico
Reforma, 3 de mayo de 2020.
Cuando leí el artículo de
opinión me llamaron la atención esos párrafos. ¿Se lo diría a sí mismo?, me
pregunté.
De vez en cuando he escuchado la
radio y he captado cómo infunden ese “odio” en sus mensajes malversados y
tergiversados, que realmente sí son a conveniencia de cierto interés político
dirigido al pueblo, a todo el pueblo, al que sí me importa. No es paranoia. Me pregunto para quién
trabajan. ¿Lo respondo? O será mi respuesta una extensión de mi verdad. No me
van a dejar en paz porque estoy en este lugar. Ese es todo el problema que tienen ellos.
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