He
vuelto a escribir y fue precisamente cuando te marchaste. Ahora no sé si llorar o
agradecerte. No sé si eres un maldito o mi inspiración. ¿Qué eres exactamente?
Porque yo nunca lo he tenido claro. ¿Cómo es que antes escribía cosas banales
sobre el amor y luego, cuando te conocí, empecé a escribir tan profundo como el
océano? ¿Qué tienes de especial? No creo que tengas nada de especial. De
ordinario, todo.
Te
escribí “Alex, el tiempo, la distancia y yo” y me hizo sentir un poco muerta y
malvada. Siento las palabras en mis dedos, las frases reptando por mis oídos
para meterse y agujerear mi cráneo, cosa que no es fácil porque soy muy
cabezota. Al principio bastante bazofia, pero luego un poco mejor. Entre más
escribo, más recuerdo cuánto me gustaba. En la laptop o en un cuaderno, en las
notas del celular cuando me veo fuera de casa, en un ticket por si acaso. Leo como
loca unos poemarios que me prestó una amiga, o a Pizarnik, y leo en voz alta,
dramatizando, entonando, volviendo a mis clases de lectura en voz, sintiendo
que la profesora Guadiana me pide más emoción en mi tono dulce pero estoico.
Una vez concursamos con un cuento, no me acuerdo cuál es, pero mi papel era el
de una tortuga mágica, y al terminar me sentía la actriz del universo. Eso era
felicidad y no lo sabía.
Ahora
llueve en este desierto. No es metáfora, vivo en un lugar semidesértico donde
lluvias son escasas. Fue precisamente en un día lluvioso cuando te abracé por
primera vez, cuando te besé en esa tarde extraña y de lluvia en mi ciudad. Te
hacía poemas sosos de persona enamorada, poemas basura y sencillos. Ahora que
te has ido ha vuelto la aridez, los días calientes, los quemantes 40°C que me
ponen la piel pegajosa, pero también todo se ha secado hasta el fondo y quedó
lo bueno, lo real. Quedaron los poemas sombríos, los cuentos tristes pero
verdaderos; quedaron mis ganas de leer y de poner el lápiz sobre el papel, o
los dedos sobre las teclas, y escribir hasta titular a algo “Hasta la madre de
escribir”.
“Tienes
ojos de pescado muerto”, me dice el anciano de los harapos que siempre va custodiado
por su séquito de gatos negros. Yo
sonrío mientras le paso un panecito. Tener los ojos de pescado muerto es
genial, tiene un significado que yo conozco.
Tener
ojos de pescado muerto es que no te importa nada, que tienes tranquilidad si
hay tornado o desolación, si hay hot cakes para desayunar o frijoles negros. Da
lo mismo si puedes salir de casa o si no, no importa si muerta o viva, si frío
o calor, si cielo, purgatorio o infierno. Tener este tipo de ojos hace que
quiera volver a leer Opio en las nubes y sentir nuevamente lo mucho que
me gusta Pink Tomate y Amarilla, me dan ganas de escribir mis pensamientos
mientras inhalo el humo que deja escapar mi hermano mientras fuma. Quiero quedarme
acostada mirando el techo blanco y pensar por qué no he quitado las telarañas
de las esquinas, mientras sonrío para hacer una nota mental de usarlo para un
texto más adelante.
Escribir,
escribir. Me gusta tanto como una tormenta eléctrica. Me gusta tanto como comer
sushi o tacos de bistek -beef steak. Pero no me gusta como tú, porque para
empezar si te comparo con la escritura ni siquiera me gustas.
Tengo
que darte las gracias por dejarme caer, por olvidarme, porque no me diste
explicaciones. No importa, caí en los Diarios de Pizarnik y tu olvido me hizo
expulsar millones de letras y actualmente tus explicaciones me valen una
mierda. Estoy feliz de que me hayas hecho sentir miserable porque regresé a mis
inicios, a sentir el dolor y plasmarlo, a coser palabras, a pensar que mis
escritos son bazofia para leerlos después de unos días y decidir que no están
tan mal. Al releerlos meses después no creo que fui yo quien los escribió.
Te
perdono por la simple razón de que provocaste que me reconciliara con mi vieja
amiga y con su tía voluble: la inspiración, a la que soborno con pasteles de
zanahoria para que me quiera ver todos los días. Últimamente viene mucho,
aunque ya sé que no puedo depender de esta tía, sino que tengo que hacer un
hábito de escritura para que poco a poco se meta dentro de mí, para que se
convierta en una parte de mi cuerpo.
Ahora
veo todo, siento todo, debo describir el árbol de mi casa y su historia,
terminar los libros que tengo pendientes: el del caníbal, el de Marybeth y sus
calaveras azules, el de la chica viajando por los mundos, el poemario, los
cuentos de terror. Veo las nubes grises y se me antojan muchos adjetivos para
ellas, para el cuervo que toma del agua estancada que quedó de la tromba, para
el gato que alcanzó a la paloma y la desgarró, para las plumas que volaron y
para la arena secuestrada que tomé de la playa y que puse en un vaso de cristal.
Reviven
mis dedos, mi cerebro maquila escenarios. Leo los libros viejos que tengo en el
librero, los que nunca leí y que ahora tengo deseos de terminar. Vuelve a mí la
escritura y creo que es el mejor regalo que me has dado, aparte de tu ausencia.
Qué bueno que te fuiste. ¿Cómo tenerte rencor si has sido tan bueno? ¿Cómo
odiarte si me has regresado mis ojos de pescado muerto?
Volví
a escribir cuando te fuiste. Ahora sé que debo agradecértelo.
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