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Toda mi obsesión, por Sylvia Georgina Estrada


Comencé a escribir la fanfiction por petición de mis amigas. Al principio me resistí, no era lo mismo escribir poemas de amor para un chico de secundaria que una historia completa. Pero mi fama de escritora había crecido mucho durante el primer semestre del ciclo escolar, cuando le hice el favor a Fabiola de redactar unos versitos para Paco. Se me hizo fácil, acababa de leer a Jaime Sabines y andaba inspirada. Después llegaron Tere y Anabel, que también querían unos poemas para sus pretendientes. Confieso que copié un verso de aquí y otro de allá, pero el resto de los textos no quedó nada mal. Me sentía cupido porque varios noviazgos se habían logrado gracias a mis poemas.
            Tere fue la que tuvo la idea del fanfic. Habíamos ido en bola a ver la película Cambiando el destino del grupo Magneto. El cine estaba lleno de adolescentes gritonas que no podían quedarse quietas en sus asientos. Comimos palomitas, cantamos, suspiramos y nos repartimos a los integrantes del grupo musical. Tere se quedó con Mauri, Anabel con Charlie, Fabiola con Alex y Cristina, para asombro de todas, prefirió a Elías. Como yo tenía los bonos muy altos gracias a mi reciente papel de cupido pude escoger a Alan, el vocalista de la banda.
            “Nosotras podríamos ser mejores protagonistas que las chavas sosas que salen en la película”, dijo Tere cuando salimos del cine. Yo no conocía a la mayoría del reparto, sí sabía quién era Ernesto Laguardia, que interpretaba al mánager del grupo, también reconocí a “Chachita”, que hizo el papel de la Madre Superiora. Yo creo que por eso nos pegó tanto la película: nosotras, al igual que las chicas del filme, estudiábamos en un colegio religioso de señoritas.
            La diferencia, claro, era que ellas sí conocieron a Magneto y nosotras sólo lo habíamos visto en el concierto que ofrecieron en el Centro de Convenciones, en Siempre en domingo y en la película. Tere tuvo la idea de que yo escribiera la historia de nuestro romance con los integrantes de Magneto. Pero no sólo sería un relato de amor, por qué limitarse, también habría aventuras, acción y música. Como dice su canción, “vuela, vuela, con tu imaginación”.
            Empecé a escribir la historia en las últimas páginas del cuaderno de Formación de Valores, pero una vez, antes de salir al recreo, Sor Isabel estuvo a punto de descubrirme. Así que decidí comprar una libreta sólo para Magneto. Me di cuenta de que la idea me empezó a obsesionar cuando comencé a buscar todas las revistas de espectáculos que hablaban sobre el grupo. También me puse a grabar en VHS sus entrevistas y conciertos. Compré todos los discos compactos que pude encontrar, desde 40 grados hasta Más. Le pedí a mi papá que me consiguiera una copia en video de Cambiando el destino. Unos días después regresó con ella; la había encontrado en las pulgas. Tapicé mi recámara con posters del grupo y los banderines que adquiría en sus conciertos. Cuando llegaba del colegio, me quitaba el uniforme y me ponía una camiseta con el logotipo de la banda -tenía muchas-, desde que me fue encomendada la tarea de la fanfic había acudido a siete conciertos en cuatro ciudades diferentes. No sé por qué al principio mis papás me dieron tanto vuelo, fue idea de ellos invitar a mi prima Rosy para que me acompañara a las presentaciones que tuvo el grupo en Monterrey, también fuimos a Torreón y Zacatecas. Mi mamá y mi tía Susana siempre nos esperaban a la salida de los conciertos. A lo mejor nada más era un pretexto para salir de la rutina, quién sabe.
            A mis papás les parecía gracioso mi apego con Magneto, tal vez pensaban que había llegado a la edad en que me empezaban a gustar los chicos. Pero mi obsesión era estrictamente profesional. ¿Cómo iba a contar una historia si no conocía a los personajes? Esta empresa requería una investigación profunda y seria. Así que indagué en las revisterías de viejo, también en la hemeroteca del Archivo Municipal y con las fanáticas veteranas de la preparatoria para conocer los antecedentes de un grupo que, hasta el año anterior, sólo había sido un pretexto para pasar el rato con mis amigas.
            La amistad también representaba algunos problemas. Por ejemplo, Anabel detestaba las botas y los sombreros norteños, justo los accesorios que usaba Charlie, el regiomontano del grupo. Y Tere sólo había escogido a Mauri porque era güero. Tuve que pasar horas con ella para conocerla mejor y así lograr que su personaje tuviera mayor verosimilitud en el relato.
            Después de algunos meses de desvelos y calificaciones regulares, había llenado las cien páginas de la libreta. La historia estaba lejos de terminar, pero ahí estaban los cinco jóvenes que se habían topado con el éxito de forma inesperada, algunos incluso habían tenido que ocultar sus nombres, y el de sus novias, para alcanzar el sueño de la fama. Hay que decir que sí había escenas que transcurrían a la luz de la luna, declaraciones cursis (muy al estilo de canciones como La puerta del colegio o Hacia el sur), pero no faltaron las traiciones ni las rencillas. ¿Podría ser que Toño Berumen, el mánager del grupo, fuera una especie de sembrador de discordia para no perder su poder? A este relato le hacía falta un villano.
            Empecé a transcribir el texto en la computadora. Era muy impráctico pasar el cuaderno de mano en mano. Eso estaba bien para un chismógrafo, pero mis amigas eran muy lentas para leer, aunque más de una vez me di cuenta de que Tere se saltaba varias páginas hasta que encontraba su nombre. Gracias a la computadora pude imprimir varios juegos que repartíamos por todo el salón. No medí el éxito de la saga, que empezó a circular por toda la secundaria y también por la preparatoria. Varias chicas me dijeron que ellas también querían salir en el relato del grupo y me daban regalos como plumas de colores, borradores con olor, chocolates. Las maestras comenzaron a confiscar los manuscritos, mis amigas me abrumaban para que terminara el siguiente capítulo y yo sólo quería que llegara el verano para poder descansar de Magneto.
            Para colmo, llegaron las calificaciones finales. Hacía mucho tiempo que mi nombre no aparecía el cuadro de honor, pero fue hasta que mis papás vieron el 7.2 de promedio final cuando se percataron de los terribles daños académicos causados por mi nuevo oficio. Se enojaron un montón. Como castigo, se cancelaron los conciertos de Magneto y me confiscaron los cd’s. También el VHS de Cambiando el Destino y mi colección de revistas. Me prohibieron, además, desvelarme. Mi uso del teléfono se limitó a dos llamadas diarias de máximo diez minutos cada una. Yo le contaba mis penas a Fabiola, la novia de Alex. Ella me recomendó que dejara todo ese asunto de la escritura: no valía la pena estar castigada por una historia de mentira. Me pareció una traidora.
No importaba: nada de eso me iba a detener. No podían quitarme ni las plumas ni los cuadernos. Seguí escarbando en la idea de mostrar la maldad de Toño Berumen, disfrazada por su extrema religiosidad y sus vínculos con los salesianos. En las noches, acostada en la cama, me ponía a cantar mentalmente las canciones del grupo por orden alfabético, poniendo atención en cada palabra.
            Cuando inició el siguiente año escolar, ya estaba lista para dar cierre a la historia. Pensaba que un grupo rival podría llegar para tratar de quitarle sus fans y sus novias a los integrantes de Magneto. Se necesitaba más melodrama. Tal vez Alex tenía un hermano gemelo extraviado. Charlie podría contraer una extraña enfermedad que lo dejaba sin voz. El padre de Elías perdía la fortuna familiar en una mala inversión. Estaba decidida a ampliar el universo de la boyband en nuevos y emocionantes capítulos. Con una mejor distribución, la historia podría llegar a otros colegios. Mi prima ya había llevado una parte de los anteriores manuscritos a su escuela y la recepción había sido buena.
            Compartí mi entusiasmo con mis amigas. Tere me dijo que ahora sólo escuchaba música en inglés. Me preguntó si conocía a los Backstreet boys, una nueva banda gringa con unos integrantes muy guapos y güeritos. Fabiola dijo que la historia se dispersaba mucho con tantas personas, que tal vez lo mejor sería hacer otra y concentrarse en un solo artista, como Flavio César o Eduardo Capetillo. Anabel opinó que ya era tiempo de ser más incluyentes: su apuesta eran los grupos mixtos como La Onda Vaselina y Kabah. Sólo Cristina apoyó la idea de que continuara con el fanfic de Magneto, pero me di cuenta de que lo decía por lealtad. Después de todo, por algo su integrante favorito era el desangelado de Elías.
            Cuando salí del colegio regalé todo lo que alguna vez poseí en relación con Magneto. No quería ni escuchar una palabra acerca de boybands o música pop, pero tampoco iba a tirarme al piso y escuchar trova o canto nuevo; el trauma no era tan grande. Ahora lamento no haber conservado ni un solo ejemplar de aquel fanfiction. No por nostalgia: estoy segura de que, con sólo cambiar el nombre de la banda, la historia sería un hitazo en Wattpad. ¿Qué acaso no son los covers lo que hace famosos a los grupos musicales?

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