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La historia de mi alacrán fluorescente y su madre desalmada, por Brenda Macías

 

Para Eslava


Me enamoré de Alacrán a pesar de su fama de asesino, venenoso y depredador nocturno. No sé si fue por la caricia de sus pedipalpos quelados en mi cuello, o los piquetes que me daba con el aguijón de su cola amarilla en mis nalgas cuando hacíamos el amor, o la intensidad de su fluorescencia. 

Así papi, así cógeme, dame más fuerte. 

–Eres mía, cabrona, de nadie más. ¿Quieres coger con un hombre?

–Qué dices, tonto. Sólo te quiero a ti–, aseguré mientras me inoculaba aquel cóctel de feniletilamina, mezclada con dopamina más andrógenos y estrógenos, que circulaba en la neurotoxina de sus fluidos lechosos y blanquecinos.

–Ay de ti si me entero, mamita. 

En el clímax lo llené de mi olor a pan recién horneado y a mi sabor a pescado zarandeado. Le fascinaba. Sí. Así de rica estoy. Gracias a él mi angustia de morir joven desapareció. Nuestra casa se mantenía libre de insectos, roedores, lagartijas y principalmente libre de cucarachas. Mi blatofobia insuperable. Con Alacrán me sentía todopoderosa, la gente me miraba con respeto e incluso aprendí a volar. 

 –Esta noche te quiero presentar a una pequeñísima parte de mi familia, amor. Somos cerca de 1917 especies, 163 géneros y 20 familias.

–Alacrán, ¿en serio? Me vas a hacer el honor de presentarme a mi familia política.

–Sé que se van a querer mucho. Dame un momento. Voy por ellas. Llegaron de León, Guanajuato.

–¿Ellas?

–Solo sobrevive mi madre y una hermana de los 20 que nacimos. No te muevas de aquí. No me tardo. Las invitaré a bajar del sahuaro.

–¿Desde cuándo están ahí? Deben estar sedientas y hambrientas. Hazlas pasar de inmediato.

–No te preocupes, pueden sobrevivir sin agua y alimento hasta por un año.

No quiero conocerlas. Tengo una corazonada. ¡¿A qué hora vamos a coger?! Debí hablar sobre la separación desde que comenzamos esto. A ver, tranquila, Aracné, respira, piensa en otra cosa. No tengo buena experiencia con mis exsuegras ni con mis excuñadas. Lo sabes. Me odian. A ver cómo me va con estas alimañas. Si les caigo bien sería la excepción. Voy a actuar normal. Ahí vienen. 

–Madre, ella es… ella es... Aracné Doré, mi esposa.

Como todo amor prohibido, Alacrán y yo nos habíamos casado a escondidas.

–Qué gusto, Aracné. (Silencio incómodo. Mirada incómoda). Hijo, tienes muy descuidado el jardín. Necesitas más piedras, hojarasca y cortezas de árbol. Falta humedad.

–Mucho gusto, señora. Está en su casa–, dije por cortesía.

–Olvidé unas fotografías en el cajón del escritorio, Alacrán–, espetó la hermana cuando entró a la casa sin saludarme.

Pinches güeras venenosas. Hicimos un corto circuito. Ni loca me acerco a sus colas. Sus pinzas dan miedo. Ya quiero que se vayan.

–Alacrán, te voy a dejar a mi mamá 15 días porque voy a hacer una expedición a Viesca, Coahuila, con unos biólogos. 

–Hermana querida. Qué felicidad. Así que tendré a las dos reinas de mi vida en mi casa. Algo muy bueno hice en mi otra vida para tener este privilegio. Las voy a consentir mucho, ya verán. No tienes problema, amor–, me preguntó mi mal bicho.

–¿Cómo crees? Para nada. Bienvenida sea a este hogar. ¡Celebremos! Mire, le tengo un regalo, un suéter que yo misma tejí. Espero que le guste.

–Y... cuándo nos vamos a Real de Catorce, hijo–, preguntó la adorable madre de Alacrán ignorando mi regalo.

–Hablemos de ese asunto en otro momento, madre.

¡Cómo que van a viajar a Real de Catorce sin mí! Qué misterios esconde este hijo de su tóxica madre.

 

–Ustedes son gente cerrada. Gente de rancho. Qué van a saber de amor si nunca han besado a una viuda negra.

–Hija, nos preocupas. Nunca te habíamos visto así. Estás apendejada. Qué te está dando ese cabrón ponzoñoso.

–No tengo explicación, mamá. Simplemente lo necesito.

–Estás envenenada, hija mía, abre los ojos. Esto no me da buena espina. Y cómo está eso de que ahora su mamá vive con ustedes.

– La señora duerme en medio de nosotros como una diosa. A veces imagino que es un vinagrillo gigante. 

 

Mi cuñada murió. Un pendejo la pisó. No hubo funeral porque la familia no lo acostumbra. Tampoco hubo lágrimas. Pero, desde entonces, Alacrán no es el mismo. Y su mamá es insoportable, inmortal y chantajista. Me duele aquí. Me duele allá. Tráeme esto. Tráeme aquello. Ustedes no me quieren. Qué van a hacer cuando me muera. Su madre lleva la batuta en las dinámicas hogareñas y no hay poder arácnido que la contradiga. Me enteré por mi amiga Araña Patona de Casa que mi Alacrán anda de cabrón con Tarántula Terciopelo Negro. Por eso dejó de brillar para mí. Si a mí se me ocurre salir a tomarme unas copas con mi amigo Alacrán Café Esbelto, él me amenaza con envenenarme con el aguijón de su madre. Con temor puse al tanto de mi incómoda situación a la vecina Serpiente de Cascabel. Desde el sahuaro, mi suegra, doña Infamatus, espía mis movimientos. A esta hora del día ya no estoy aquí. No dejó marca en mi cuello.

 

Aracné Duré fue ingresada a este nosocomio con taquicardia, palidez, angustia, movimiento involuntario de los ojos, excitación psicomotriz, vómitos incoercibles, somnolencia y taquipnea. El médico de guardia solicitó Rx de tórax. 

–Mi hija está envenenada, doctor.

–El diagnóstico que dio el médico de guardia fue estrés por enamoramiento.

–No. Mi hija fue picada por un Alacrán Infamatus Rayado Centruroide.

–Imposible. 

–Ella está muerta en vida, doctor. Póngale antiveneno. ¡Se me muere mi hija! ¡Que alguien me ayude! 

 

Fecha del deceso. 14 de junio. Hora. 3 de la tarde.

 

Alacrán recuperó su fluorescencia. Viajó ligero a Real de Catorce con su mamá y su nueva amada Tarántula Terciopelo Negro. Se llevaron la producción de la bacanora Aracné Duré. Eso les permite vivir sin problemas. Cada noche, antes de dormir, Alacrán y su madre –como dice la canción– ¡brillan tan lindo bajo la Luna llena!

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