En la carretera vieja que va de Ciudad Victoria a Tampico
está la villa de Llera de los Canales. Antes de llegar allí, si vienes desde la
capital del estado, el tramo de carretera se curva a través de varios cerros. Son
vueltas cerradas y es un peligro para quien no sepa manejarlo.
A un lado tienes el bosque del cerro y, al otro, precipicios.
A lo lejos ves valles llenos de cultivos de azúcar y montañas solitarias.
Son los linderos de la Huasteca Tamaulipeca y el clima ya es
selvático. En mis recuerdos siempre es verde. Ejidos de menos de diez casas
atraviesan las partes más bajas de la zona y en la primavera hay tantas
mariposas que parece que estás bajo el agua y que peces coloridos atraviesan tu
camino de lado a lado.
En el sexenio de Peña Nieto instalaron una plaza eólica:
Tres Mesas. Entre los cerros se esconde y se asoma esa línea de molinos blancos
coronando las montañas: grandes como la torre de un dios, pero pequeños como
tus dedos si los ves desde la cuesta. En medio de una de las mesetas está el
monumento que marca el Trópico de Cáncer. Es un globo terráqueo volteado con una
línea marcada para la división infinita e invisible atravesándolo. Siempre ha
estado grafiteado y cada vez que paso con mi madre ella dice: “La gente siempre
arruina las cosas”.
“¿Vamos a ir por La Cuesta
de Llera?”, le preguntaba a ella cuando era niño siempre que preparábamos el
viaje a Ciudad Mante para visitar unos familiares. La carretera nueva era, y es, más rápida, sus lados son menos peligrosos, pero para mi madre la ausencia de
camiones vale el riesgo de caerse por un precipicio. Además, ella conoce el
camino bien pues viajó por él toda su vida. Para ella, y ahora para mí también, La Cuesta es un viejo amigo.
Cuando era pequeño las curvas más peligrosas estaban
repletas de tumbas. Las cruces se amontonaban unas con otras como hongos, como huevos
de insecto. Ese lugar que nos gusta tanto a mi madre y a mí fue un
matadero. Antes de una buena
pavimentación o mejores opciones para atravesar la
zona, La Cuesta de Llera era una trampa para conductores. Según páginas poco
confiables de internet, los rumores cuentan los muertos en más de 200 en un
tramo tan pequeño. Carros, tráileres y camiones chocando o cayendo al vacío,
derrapando en la lluvia y la oscuridad, alimentando con sus cruces el paisaje
de La Cuesta.
Esas cruces desaparecieron cuando yo tenía 10 años. Al
parecer, en el 2000 se hicieron cambios al lugar y se abrió la nueva carretera
porque habían muerto tantas personas que el gobierno terminó haciendo algo al
respecto. Quizás es egoísta, pero me gustaban las cruces. Me daban
escalofríos y me encantaba verlas. De niño, La cuesta era una aventura de
miedo, pero siempre pasé por ella sin daño alguno.
Todavía está en pie una pequeña capilla en una de las partes
más altas de La Cuesta. Cada año, si el clima es bueno, Ma y yo nos paramos allí
y observamos. No hay mucho que ver, pero lo hacemos. Cada año tratamos de
tomar fotos que no terminan de verse bien. Cada año Ma se queja de que el lugar
entero huele a meados.
La capilla es un pequeño edificio azul con un azulejo de la
Virgen, a sus pies el espacio está repleto de velas y flores. Entre las
flores hay marcas de cera de velas más viejas, algunos cigarros y credenciales
de elector. Las familias marcan en las paredes sus apellidos y la fecha de su
paso. La tinta negra brilla en mil pequeños garabatos a lo largo del azul cielo
de las paredes. A Ma le parece una falta de respeto para el altar, así que
nunca lo hemos hecho.
Detrás de la capilla se ve un cerro solitario en medio del
valle. Es un lugar hermoso, aunque apeste. Supongo que las almas de aquellas
cruces han venido a concentrarse en este altar. Economía espiritual, depósito
de almas compacto.
No nos quedamos mucho tiempo. No hay nada para entretenerse
y tampoco es como si el sitio cambiara mucho con los años. Era diferente cuando
era niño, pero desde el 2000 La Cuesta ha quedado congelada y no se ha movido.
Ya no tiene ni víctimas ni sangre para ser un lugar maldito. Tal vez, con
algunos muertos más, se hubiese convertido en un famoso paraje embrujado.
La carretera tenebrosa incipiente. Los cambios del Estado la
hicieron fracasar, por eso La Cuesta me genera aún más simpatía. ¿Cuándo se
acaba la violencia de un lugar que es olvidado? Ni idea. En el último viaje, Ma
y yo nos fuimos pronto. Espero volver en el siguiente y seguir visitándola,
hasta que un día ya no lo haga.
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