Acepta que eres un farsante. No pierdes nada. No es como que el
mundo no se haya dado cuenta. Ya no puedes pasar inadvertido, como siempre.
Nadie va a cubrirte, como antes. Eres sospechoso de cualquier cosa. Y posible
culpable de todo. Llegó el momento de quitarte la máscara y que escuches que no
eres monstruo, ni hay voces en tu cabeza que intentan confundirte. Pero algo de
lo que has dicho es cierto: eres un cobarde, malnacido y un asqueroso animal.
Vamos por partes. Porque antes de la mierda
que eres como persona, hay una fachada bastante… ridícula. Puedes empezar por
aceptar que desayunas café con whisky porque fuiste a la peluquería y leíste en
una revista de chismes que eso hace la gente con un talento extravagante. “Tips
para convertirte en un genio extrovertido de la noche a la mañana”. Pero como
alguien como tú no puede decir en público que leyó un artículo mundano, vas
contando por aquí y por allá que es un viejo hábito que adquiriste, sin darte
cuenta, cuando todavía eras adolescente. Te amparas con fotos que subes a
internet mirando hacia cualquier lugar como si no te dieras cuenta, pero luego
vas y tiras el brebaje por el fregadero porque el café te irrita el estómago y
el licor te da asco.
Cuando alguien sube a
tu Chevy 2004 das la explicación de rutina. Tomas el rosario que cuelga del
retrovisor y mueves la cruz entre tus dedos mientras sueltas que eres ateo. Que
lo has sido desde que te expulsaron del colegio en la secundaria por negarte a
hacer la señal de la cruz. Tuerces la boca como si te dieran náuseas y culpas a
tu madre. Por bautizarte sin pedir tu consentimiento, por hacerte pasar la
infancia en una escuela católica, por ser tan terca que incluso si tú quitas
ese rosario de madera, ella lo vuelve a colocar a la primera oportunidad. Pero
vamos. La versión completa debería incluir que tu madre paga el seguro cada año,
que el auto está a su nombre y te deja usarlo para que las personas no vayan a
darse cuenta de que, con lo que ganas en tu trabajo, no te alcanza para vivir
bien.
Otra cosa que podrías
ir aceptando es la verdadera razón por la que dejaste de ir a las reuniones
familiares. Es que tengo muchos pendientes en el trabajo, les dices, hasta me
llevo algunas cosas para terminar en casa. “Michis pindientis”, sí cómo no. Lo
que quieres es tener una excusa por si Mabel, tu hermana menor, toma valor para
acusarte de manosearla cuando estaba borracha. Encima tienes preparada una
versión convincente, según tú, para culpar a tu primo con síndrome de Down.
Asco deberías darte.
Anda, farsante. Dile a
Susana, tu novia, que nadie entró a la casa a robar. Que tú mismo desordenaste
la casa y rompiste algunas cosas para que te creyera que se habían robado su
computadora. Lo único que hiciste fue espiar sus conversaciones, borrar
mensajes viejos de amigos y bloquear a varios hombres que disque le tiraban el
pedo. Le hiciste screenshots a su historial y cuando te diste cuenta de que no
tenías un lugar para esconder la computadora, manejaste hasta el otro lado de
la ciudad y tiraste el aparato en un arroyo. ¿Qué le dijiste cuando te pidió
que pusieras la denuncia? Que te habían amenazado. Incluso tuviste los huevos
de meterte un golpe en la cara tú mismo. Y ella te creyó. Pero que no te quede
duda. El único pendejo aquí eres tú.
¿Qué crees que pase si
tus amigos se enteran de que no eres el señor “inteligente y bien portado”, de
que en realidad te gusta el porno de hombres penetrados por mujeres que se
cuelgan cinturones con dildos gigantes? Anda. Dile al mundo que cuando no te
excitas con eso estás viendo las fotos de la boda de Dariela, la amiga de tu
novia, y te masturbas con ella. Les editaste las caras a todos los demás que
están en la imagen, para no distraerte. Y mientras te la jalas se te escapan
unos ruidos guturales como si estuvieras muriendo por falta de oxígeno. No eres
el semental que presumes. Pero que podría esperarse de ti. Jamás confesarías
que cuando te vienes, echas tu semen en la mano y luego te lo tragas para no
manchar las sábanas.
También está Ramón, tu
mejor amigo. Nunca será tarde para decirle que eres tú el que le roba los
paquetes de jamón en las fiestas. Además, te comes una rebanada y tiras el
resto, infeliz.
¿Qué te parece si
también le platicas a alguien que te conmueven los cuadros de caballos? Ya das
suficiente lastima como para que alguien se sorprenda de que lloras cuando ves
equinos al óleo.
Campeón, confiesa que todas las noches sueñas con alguien que
tiene un circo de ardillas y eso te divierte tanto, que te ríes mientras
duermes y despiertas orinado.
Diles, diles a todos que quisieras que
estos pensamientos no te atormentaran todas las noches antes de dormir, pero
que prefieres irte a la tumba así que soltar la mentira.
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