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Pensamientos dedicados para un cobarde, malnacido y asqueroso animal, por César Gaytán


Acepta que eres un farsante. No pierdes nada. No es como que el mundo no se haya dado cuenta. Ya no puedes pasar inadvertido, como siempre. Nadie va a cubrirte, como antes. Eres sospechoso de cualquier cosa. Y posible culpable de todo. Llegó el momento de quitarte la máscara y que escuches que no eres monstruo, ni hay voces en tu cabeza que intentan confundirte. Pero algo de lo que has dicho es cierto: eres un cobarde, malnacido y un asqueroso animal.
Vamos por partes. Porque antes de la mierda que eres como persona, hay una fachada bastante… ridícula. Puedes empezar por aceptar que desayunas café con whisky porque fuiste a la peluquería y leíste en una revista de chismes que eso hace la gente con un talento extravagante. “Tips para convertirte en un genio extrovertido de la noche a la mañana”. Pero como alguien como tú no puede decir en público que leyó un artículo mundano, vas contando por aquí y por allá que es un viejo hábito que adquiriste, sin darte cuenta, cuando todavía eras adolescente. Te amparas con fotos que subes a internet mirando hacia cualquier lugar como si no te dieras cuenta, pero luego vas y tiras el brebaje por el fregadero porque el café te irrita el estómago y el licor te da asco.
Cuando alguien sube a tu Chevy 2004 das la explicación de rutina. Tomas el rosario que cuelga del retrovisor y mueves la cruz entre tus dedos mientras sueltas que eres ateo. Que lo has sido desde que te expulsaron del colegio en la secundaria por negarte a hacer la señal de la cruz. Tuerces la boca como si te dieran náuseas y culpas a tu madre. Por bautizarte sin pedir tu consentimiento, por hacerte pasar la infancia en una escuela católica, por ser tan terca que incluso si tú quitas ese rosario de madera, ella lo vuelve a colocar a la primera oportunidad. Pero vamos. La versión completa debería incluir que tu madre paga el seguro cada año, que el auto está a su nombre y te deja usarlo para que las personas no vayan a darse cuenta de que, con lo que ganas en tu trabajo, no te alcanza para vivir bien.
Otra cosa que podrías ir aceptando es la verdadera razón por la que dejaste de ir a las reuniones familiares. Es que tengo muchos pendientes en el trabajo, les dices, hasta me llevo algunas cosas para terminar en casa. “Michis pindientis”, sí cómo no. Lo que quieres es tener una excusa por si Mabel, tu hermana menor, toma valor para acusarte de manosearla cuando estaba borracha. Encima tienes preparada una versión convincente, según tú, para culpar a tu primo con síndrome de Down. Asco deberías darte.
Anda, farsante. Dile a Susana, tu novia, que nadie entró a la casa a robar. Que tú mismo desordenaste la casa y rompiste algunas cosas para que te creyera que se habían robado su computadora. Lo único que hiciste fue espiar sus conversaciones, borrar mensajes viejos de amigos y bloquear a varios hombres que disque le tiraban el pedo. Le hiciste screenshots a su historial y cuando te diste cuenta de que no tenías un lugar para esconder la computadora, manejaste hasta el otro lado de la ciudad y tiraste el aparato en un arroyo. ¿Qué le dijiste cuando te pidió que pusieras la denuncia? Que te habían amenazado. Incluso tuviste los huevos de meterte un golpe en la cara tú mismo. Y ella te creyó. Pero que no te quede duda. El único pendejo aquí eres tú.
¿Qué crees que pase si tus amigos se enteran de que no eres el señor “inteligente y bien portado”, de que en realidad te gusta el porno de hombres penetrados por mujeres que se cuelgan cinturones con dildos gigantes? Anda. Dile al mundo que cuando no te excitas con eso estás viendo las fotos de la boda de Dariela, la amiga de tu novia, y te masturbas con ella. Les editaste las caras a todos los demás que están en la imagen, para no distraerte. Y mientras te la jalas se te escapan unos ruidos guturales como si estuvieras muriendo por falta de oxígeno. No eres el semental que presumes. Pero que podría esperarse de ti. Jamás confesarías que cuando te vienes, echas tu semen en la mano y luego te lo tragas para no manchar las sábanas.
También está Ramón, tu mejor amigo. Nunca será tarde para decirle que eres tú el que le roba los paquetes de jamón en las fiestas. Además, te comes una rebanada y tiras el resto, infeliz.
¿Qué te parece si también le platicas a alguien que te conmueven los cuadros de caballos? Ya das suficiente lastima como para que alguien se sorprenda de que lloras cuando ves equinos al óleo.
Campeón, confiesa que todas las noches sueñas con alguien que tiene un circo de ardillas y eso te divierte tanto, que te ríes mientras duermes y despiertas orinado.
Diles, diles a todos que quisieras que estos pensamientos no te atormentaran todas las noches antes de dormir, pero que prefieres irte a la tumba así que soltar la mentira.

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