A solas, mirando esa monumental pieza de mierda, Pineda pensó que su desprecio ante al arte contemporáneo estaba fundamentado, como si el destino hubiese puesto en su camino una forma perfecta, lisa, destinada a ser despreciada de manera inmediata y sin ningún tipo de arrepentimiento. Contemplaba un cuadro angustiantemente blanco, o, mejor dicho, blanco hasta la desesperación, blanco preciso, irrefutable, molesto, una pintura donde apenas podía distinguirse el signo de igual pintado en blanco sobre un fondo todavía más blanco. Nada más. Pineda miraba la pintura de pie, el brazo izquierdo doblado contra el pecho con la mano descansando suavemente sobre el antebrazo derecho, cuya mano era sostenida sobre la boca y la nariz, en un ademán que expresaba no sólo desconcierto sino también preocupación; la mirada con las pupilas bien dilatadas para permitir que la mayor cantidad de luz posible ingresase en los ojos de tal forma que Pineda pudiese alcanzar a distinguir los más mínimos detalles
Sitio de creación literaria del Seminario de Literatura Francisco José Amparán