—Hoy
es el día en que mataron a papá —dijo
Raquel mientras se veía en el espejo y se miraba a los ojos con un gesto de
tristeza—. Sí, hace 39 años.
Mario, su hijo, la
escuchó y se le acercó —¿qué
traes, Ma?
A Raquel se le subieron
los colores, no quería ver los ojos de su hijo. Lo tomó de las manos y las
apretó. Mario, en silencio, sólo la abrazó.
—Hoy
nos juntamos todos. Pero no hablamos de ello ni un solo momento. Hay algo que no
me gusta. Está eso ahí, y nadie quiere verlo.
—Ya
sabes cómo son —le
contestó Mario, mientras pegaba la cabeza de su madre contra su pecho y después
la estrechó con los brazos largos y flacos.
—¿Por
qué andan con sus brujos y sus espiritistas, pidiéndoles consejo, cuando ellos
no me escuchan a mí? —alzó
la voz que casi se le quebraba.
—Antes no salieron de
pleito como siempre, es mejor así. Ya los conoces.
—Pero es él. Siempre él, quien
se evade y no escucha nada.
—No le hagas caso, ya
sabes que así es.
—A mí me juzgan y me
tildan de loca. Todos ellos están en “lo correcto” y mamá no dice nada.
—Es que a lo mejor no
quieren recordar, ¿no?
—Esas cosas se deben
hablar. Pero Checo no se deja. Siempre loqueando. Un día lo vamos a agarrar
entre todos, porque yo no puedo sola. Y me va a escuchar.
—Ay, Ma —expresó Mario en un tono bajito mientras
se pasaba la mano sobre la frente y hacía para atrás sus largos mechones güeros.
Raquel subió a su recámara con la
mano en el vientre. Su mente estaba hecha un remolino. Entre corajes viejos e
impotencia.
El paso del tiempo había hecho que se
le fuera haciendo una coraza de distintos matices y grosores a la relación con
su hermano, hermanas y su madre. Cada uno tenía su postura. A veces compartida
por un hermano o por otro, pero nunca eran unidos. Eso es lo que veía Raquel
todo el tiempo. Y cuando intentaba hablar de ello, se le hacían escurridizos
todos.
Raquel salió a su terraza a ver las
estrellas como siempre. Las miraba largo rato hasta hasta que parecían moverse.
Ella pensaba que algo querían decirle, pero jamás las entendía. O quizá quería
un mensaje, pero ¿cuál?
Meses antes, Raquel había realizado
un arduo trabajo de campo para reunir datos importantes del personal de una
empresa, precisamente en la que trabaja Checo. Él se lo había pedido, con los
“precios” a como ellos lo consideraron. Raquel aceptó y lo hizo. Le llevó un
año terminarlo. Los pagos eran morosos porque las facturas tenían que ser a
crédito, que porque así se manejaba en todas las empresas.
Quién sabe cómo le hizo, pero ni un
adelanto para empezar. Así, con cero pesos en la bolsa. De todas formas, Raquel
estaba contenta, le aliviaba que su hermano le ayudara a obtener un sustento.
Hasta que por alguna línea “malvada”, venida de los escondrijos de algún
departamento en camuflaje, los tratos ya no eran con Checo sino con Fabiola, la
encargada del departamento de Personal: una mujer bajita y de risa burlona.
Todo se veía con ella. Y ella era la que exigía cierto poder de decisión para
autorizar o desautorizar propuestas. Checo, “el gerente chico”, o “el gerente
chueco” como lo llamaban entre corredores y pasillos, tuvo que delegarle ese supuesto
poder. Para él estaba en juego su posición de lealtad ante sus colaboradores.
En el momento en que Raquel entregó
resultados les hizo una propuesta. Fabiola estaba entusiasmada porque pedía ayuda
a gritos. Su departamento estaba hecho un caos. Al fin lo había aceptado.
Pasaron días y Raquel no sabía qué hacer, si dirigirse con Checo o con Fabiola.
Raquel temía una nueva orquestación creada por su hermano. Hizo contacto con
Fabiola, quien la envió a tratar el asunto con la joven asistente. Raquel se
negó y dijo que esperaría a que saliera de la supuesta junta.
—Están
muy elevados tus precios. Sergio autorizó una propuesta de precios menores —dijo
Fabiola en un tono amable y a la vez retador.
—¿Sabes
cuánto le cuesta a la empresa cada persona que se va? Yo te estoy cobrando doscientos
pesos por cada operario y trescientos por cada empleado. ¿Sabes qué le pasa a
una empresa cuando “Personal”, en lugar de hacer planes laborales, se dedica a
hacer entrevistas de salida y el interminable y constante proceso de
Reclutamiento y Selección?, ¿sabes qué sucede cuando este departamento no la
deja extender sus operaciones?
—No
—¿No
lo sabes? ¿No lo sabe tu jefe?
—Estás
excedida Raquel. La otra empresa tiene precios de 20 mil pesos más.
—Claro,
porque están incluyendo dos actividades que a mí no me pediste. Y aun así estoy
baja. Todo esto es para llevarse a cabo en un mes. ¡Un mes!
Raquel por dentro estaba furiosa,
sabía que ya no iba a lograr la autorización de su propuesta. Se sentía
defraudada y traicionada.
—La
propuesta de ellos es que nos estructuren y nos delimiten los roles y
responsabilidades, y de acuerdo con su desenvolvimiento se les da contrato de
planta.
Raquel sintió una estocada bien
adentro del alma, sintió que lo único que podía hacer era salir y no estar ni
un minuto más en ese lugar. Sintió el deseo de que todo fuera esperanzador para
que jamás tuviera que volver a pensar en esa empresa ni por equivocación. Salió
con la vista en alto, recogió su INE de la caseta de vigilancia, entró a un
Oxxo y compró un cigarro. Salió y lo encendió. Sus ojos estaban llorosos. Sin
poder evitarlo las lágrimas rodaron hasta su pecho. ¿Por qué hace eso?, se preguntaba. Ahora a mí. Y no me dio la cara. Hijo de la fregada. Ni parecemos
hermanos. Tomó un taxi y se fue del lugar.
Pasaron seis meses desde ese día.
Raquel y Checo no han tenido jamás una conversación sobre el asunto. Las
pláticas que hay son sólo en el grupo de whats app, donde se dicen cosas de
familia normal. Y cuando a veces las conversaciones se tornan pesadas, solo los
comentarios de Raquel quedan en visto. El que parece ser un observador nocturno
es Checo. Las respuestas de él son para bromear y decir alguna que otra cosa
vana. O se va por los temas escatológicos, que sabe que son de mal gusto, pero
para él son una delicia.
Varios conocidos cercanos y hasta de
la familia se habían quejado de lo mismo: Checo es traicionero. Raquel no lo
podía creer la primera vez que lo escuchó. En la mesa de la cocina, lo
platicaba con su madre, quien seria, con su cuerpo menudo y su vestido de
flores, se limitaba a escuchar y no respondía más que: “así es él”.
—¿Por
qué es así, Ma?
—No
lo sé —dijo sentada en la silla de la cocina con la mirada baja, sacándose
algunas partículas de polvo imaginario debajo de las uñas.
—¿Qué
no se da cuenta?
—No
lo sé.
A Raquel se le vino a la mente esa “línea
malvada”, pensó que esa “línea” no venía de entre pasillos y corredores, sino de
la propia mente de su hermano. Como si algo se estuviera orquestado desde hacía
años, pero en él.
Raquel sentía que se encontraba en un
hoyo profundo. No iba a poder salir de ahí nunca. Ella se la pasaría hable y
hable y no sucedería nada distinto. Necesitaba algo que le mitigara esa
impotencia, esa frustración. La muerte de su padre era lo que estaba presente
para no acomodar las cosas. La solución pudiera estar en una sola cabeza, la de
Checo, pero no estaba en las prioridades de él acercarse a Raquel para verla a
los ojos, así como ella se veía ante el espejo, para decirle: “En un día como
hoy mataron a papá”.
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