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EN MEDIO DE EXTRAÑOS, por Sylvia Georgina Estrada


Quietas. En una fila ordenada. Las medias yacían sobre la cama. El hombre las contempló durante treinta minutos, tal vez más, fascinado por sus diferencias: negras, grises, algunas más tejidas con patrones geométricos. Tocarlas era un placer al tacto.
Con calma, guardó cada par dentro de un maletín. Se miró al espejo, complacido con su imagen: camisa blanca impoluta, corbata azul a rayas, traje gris claro. Un observador avezado podría darse cuenta de que el saco era un poco grande para su cuerpo enjuto, pero él no era del tipo que suele atraer miradas. Sus vecinos lo consideraban ordinario. Su madre lo llamaba torpe y poco ambicioso.
            Dejó las medias sobrantes en la segunda gaveta del ropero, junto con las fotografías. Cerró con llave la puerta del cuarto. No es que tuviera algo valioso que proteger: una caja de mentas cuyo interior guardaba un billete de 500 pesos y la argolla de su padre.
La rutina de quien ha vivido solo durante largo tiempo, en medio de extraños.

***
El cielo despejado presagió una tarde prometedora. En las banquetas, los vendedores ofrecían las mercancías de sus puestos. Los oficinistas bebían el último café del día. El hombre avivó el paso, abriéndose paso entre el gentío.
Cuando llegó al parque se sentó en una banca, frente a la fuente de Crenas. Sus ojos recorrieron el lugar. Dos corredores de mediana edad, una anciana paseando a su perro, un sujeto leyendo el periódico. Ningún prospecto.
Hombre paciente, curtido en tardes solitarias, esperó. Jamás apresuró una transacción.
Pasaron dos horas y por fin, caminando por el sendero que corría a la izquierda de la glorieta, apareció una joven. Rostro redondo de tez clara, cabello castaño a medio hombro. La chica lucía un vestido holgado y sus pies —diminutos, suaves, perfectos— calzaban sandalias.
El hombre se levantó. Contuvo las ganas de apresurar el paso. Aún ahora, su corazón latía desbocado. Respiró hondo y se acercó a ella con los sentidos cerrados al mundo. Se interpuso en el camino de la mujer. Mostró su sonrisa de dientes grandes.
Buen día, señorita. ¿Me permite hacerle un par de preguntas? dijo con voz firme. Es sobre un producto del que me interesa conocer su opinión.
La chica asintió desconcertada. La petición la tomó por sorpresa. Con pasos inseguros, acompañó a su interlocutor a la banca que éste recién había dejado.
Ella no alcanzó a pronunciar una sola palabra.
El hombre colocó el maletín sobre la banca y lo abrió con lentitud. Alineadas, las medias aguardaron las instrucciones de su dueño.
El parque, ya solitario, se quedó a oscuras.


Comentarios

  1. Hola, Sylvia. Buen día.

    Me ha gustado mucho tu cuento pero he quedado pasmado con el supuesto final...por que termina así, debemos suponer, imaginar el final...el tipo de persona qu puede llegar a ser el hombre??

    Gracias por tu escritura, gracias por tu atención.

    Saludos desde Querétaro.
    Aris.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Hola Aris, muchas gracias por la lectura y por la pregunta. El final del cuento es abierto y ambiguo justo para que el lector imagine qué es lo que hará el protagonista. Me gusta pensar que las medias también son personajes de la historia. Saludos desde Saltillo.

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