Caminé por
toda la de Obregón para visitar a un compa en su casa. Andaba medio pedo y
toqué en una puerta que me pareció familiar –Hola, ¿Está Serch?–. Una chava
modorra, despeinada y de cabello chino abrió. –No sabía que tenía novia– pensé.
Quería entrar pero ella puso su brazo en el marco y me dejó afuera. –¿A dónde
vas?– dijo.
–Pues vengo
con el Serch–
–¿Qué te
pasa? Aquí no vive–
–Checo...–
– Ese wey
vive a un lado–
–Bueno...
pero ya que estoy aquí me puedes invitar a pasar y podemos beber algo ¿no?–
Di un paso
adelante pero la China me cerró la puerta en la cara. Pinches viejas. Uno no
les puede invitar un trago porque se creen especiales. Me pasé a la puerta a
lado. Timbré chingos de veces, unas diecisiete,
pero Serch no estaba. Empezó a llover. Regresé a la calle y caminé aprisa hacia
el centro hasta llegar al Cerdo de Babel. Entré. Para ser una noche lluviosa
había bastante gente.
Era tarde y
solo encontré un asiento libre en la barra, a lado de una chica que tenía el
cabello tan largo que le llegaba hasta las nalgas. Nada especial, pero pensé
“¿Por qué chingados no?”. –Hola, amiga. Soy director de cine, eh. Un famoso
director de cine–. Ella me volteó a ver. Tenían una cara bonita, llena de
pecas. Pude ver cómo su rostro se transformaba poco a poco mientras se llenaba
de desprecio. –¿podrías por favor dejarme en paz?–. Lo dijo fuerte para que el
resto del bar la escuchara. El cantinero,
un tipo moreno con un corte de cabello al estilo Grease, se acercó a la barra para preguntarme si iba a ordenar algo
de beber. –Una Carta Blanca y un mezcal– dije. Desde mi lugar vi como un tipo
con lentes de pasta, un blazer y una camiseta en cuello “v” entraba en el bar.
El cabrón, muy sonriente, iba saludando a todos mesa por mesa hasta que llegó a
la barra junto a mí y la chica
pecosa.
–¡Hey,
Mauricio!–gritó ella.
–No
encontraba estacionamiento– respondió él mientras saludaba a la distancia a
unos weyes de otra mesa.
El tal
Mauricio sacó de la solapa del saco una cajita adornada con un pequeño moño. La
abrió y sacó un par de aretes. ¿Dónde chingados estaba? Pensé que había entrado
en mi bar favorito, pero todos actuaban demasiado amables, como si fuera una
obligación caerle bien a la gente. ¿Quién es tu amigo?– El tipo le preguntó a
ella refiriéndose a mi. –Soy Alfonso Cuarón y ella no quiere platicar
conmigo– le respondí. Ella volteó encabronada hacía mí.
–Pendejo, ¿piensas que no sé cómo es Alfonso Cuarón?–
–No creo que sea justo que me grites de esa manera.–
–¡Me estás fastidiando, deja de molestarme!–
– Oye–. Bebí de un trago lo que quedaba de mi Carta. Me
acerqué a su oído, le toqué el hombro y le susurré –porqué no te vas a la
verga–. Dejé pagada la cerveza y me levanté tan despacio como pude.
– Escuchaste lo que me dijo, Mau.–
– No–
– ¡El pendejo me está diciendo que me vaya a la verga!–
El tal Mauricio se sacudió el saco y me soltó una
amenaza. – Oye,compa. No sé quién seas pero te estás ganando unos chingazos–.
Salí del bar con la intención de irme a otra cantina, pero escuché pasos detrás
de mí. El pinche Mauricio venía siguiéndome junto con algunos de los tipos que
saludó en el Cerdo. Mientras me alejaba de ahí, pensé: ¿En qué momento me metí
en esto? Sólo quería tomarme un trago en casa de un amigo y terminé aquí, jugándole
al verga, sin necesidad. Caminé algunos pasos, pero no podía marcharme así
nada más y quedar como un culo, así que me di media vuelta. Al girar pude ver a
la chica pecosa entre los demás.
Mauricio se puso enfrente de mí, se acercó tanto que
pude ver con detalle el cuidadoso corte de cabello que le habían hecho esa
tarde, rapado por los lados y hasta con delineado de ceja. –Te voy a dar la
oportunidad de que...– intentó
decir Mauricio. Pude ver cómo volaron sus estúpidos lentes de pasta hasta una
de las jardineras después de que mi frente se estrellara en su nariz. La clave
para zafarse de una bronca es aparentar tener menos miedo que el otro, hasta convencerlo de que es una mala
idea meterse contigo. Ese era el plan, hasta que me abrumó el
hecho de que un chica bonita me bateara por un tipo con la ceja más
cuidada que ella. Cuando levanté la
cabeza vi a Mauricio sangrando y tirado en el suelo. El cabezazo me dejó
aturdido. Pude ver como sus amigos se acercaron para rodearme.– Uno por uno,
culeros, a ver si muy chingones– grité. Fue inútil. Salí corriendo por el
callejón Padre Flores hasta llegar a Victoria. Sabía que no podía correr tanto
tiempo. El problema de huir de un
grupo de personas es que probablemente algún cabrón será más rápido que tú. ¿Quiénes chingados eran estos tipos? De pronto, casi llegando a Acuña
comenzó a llover con más fuerza. Era una lluvia sin remordimientos, de esas que
parece que van a romper los vidrios de los carros. Cuando giré a ver si seguían
detrás de mí pude ver a uno de ellos tirado en el piso. Alcancé a escuchar que
unos de ellos gritaba “chingas a tu madre”.
Llegué al
Rockstar, quería secarme y beber una última cerveza después del susto, pero uno
de los guardias no me dejó pasar.
–Ya cerramos la barra, wey– me
dijo, creyéndose el dueño el muy mamón. Caminé hasta llegar a un casa con un
techito lo suficientemente amplio para cubrirme de la lluvia. Esperé ahí un
rato hasta que una señora salió de la casa .–¿Quién anda ahí? Le voy a hablar a
la policía–. Me asomé por la puerta y pude ver a la doña con el teléfono en la
mano. No me quedó de otra, fui a comerme un jocho doble con tocino bajo la
lluvia. Justo en la última mordida sonó mi celular. –Qué pedo pinche Serch,
creo que tengo una historia que contarte–.
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