Ir al contenido principal

ESTACIONES, por Sylvia Georgina Estrada


1
En las tardes
veo al chico que me gusta
comemos paletas de limón
sentados bajo un nogal
en el fondo del patio.
Cuando lo beso
su boca no sabe dulce
ni amarga
y no sé cómo descifrarlo.


2
Todos los días
el chico que me gusta
me manda una canción
a veces dos.
Siempre busco las letras
sé que hay en ellas
un mensaje oculto para mí
aunque a veces no lo encuentre.


3
El chico que me gusta
me llevó a su casa
jugamos a contar historias
le dije te amo
pero no era cierto.
Quería mostrarle
decir que sí
que yo tenía un corazón.


4
¿A dónde iremos ahora?
A un lugar donde haga frío
respondió el chico que me gusta.
Le compré gorros y guantes
un termo para el café.
Mis obsequios no llegaron a sus manos.
Primero cambió de teléfono
después de barrio
finalmente dejó la ciudad.




Comentarios

Entradas más populares de este blog

SOLDADOS MUERTOS, por Julián Herbert

Conocí a William Ricardo Almasucia –no quiero saber si tal era en verdad su nombre– una noche de viernes, jugando dados en la cantina de Esperanzas. Yo me escapaba de los soldados de Maximiliano luego de envenenar a tres de sus tenientes, pero me había parado una semana entera en ese pueblo de camino donde nadie resulta demasiado sospechoso. Me hospedé en una casa donde, a cambio de moneda juarista, daban aposento y viandas a aventureros y vendedores ambulantes como yo. Durante mi última noche en aquel jacalerío, entré a la cantina con la intención de tomar suficiente sotol como para soportar la marcha rumbo a la frontera en medio de la madrugada, oculto entre los trebejos de un guayín de arrieros. Cuando iba a ordenar, se me atravesó la voz del hombre: –Eh, tú, el del maletín. ¿Qué guardas: dineros o menjurjes? Me volví; pensé que se trataba de un jornalero borracho. Me topé con un oso rubio de dos metros de altura, un gringo que mascaba bien el español. –Son insectici

En busca de perdón, por Luis M. Alvarez

El teléfono sonó a las tres de la mañana. Estaba despierto. Ya eran varias semanas que intentaba dormir de corrido y no podía. A duras penas conciliaba el sueño a ratos y casi siempre durante las mañanas. El día anterior había sido muy difícil para mí. La persona que me llamó no entró en detalles, me dijo lo esencial y colgó. — El motivo de mi llamada es para informarle que su mamá acaba de morir. Me quedé con la bocina en la mano, tratando de digerir la noticia. La relación entre ella y yo nunca fue cordial, peleábamos todo el tiempo por cosas sin importancia. El único factor integrador entre nosotros fue mi padre. Él moderaba las discusiones y trataba de que ambos saliéramos ilesos de nuestras diferencias. Hasta que un día, en medio de una de esas confrontaciones, él tuvo una crisis de salud y murió dos horas más tarde en su cama. El doctor que llamé para que lo atendiera llegó cuando ya no había remedio y solo sirvió para dar fe del deceso. Desde su juventud, mi padre venía