En
todos mis años como guardia, nunca había visto una situación como
la de esa familia y su difunto. Por regla del nosocomio, no se les
podía entregar el cuerpo hasta que la cuenta de urgencias quedara
liquidada y como no estaba en sus planes financieros que el occiso
muriera, les resultaría un tanto difícil.
Mientras
la hija mayor conseguía el dinero, la viuda y la hija menor
acompañaban al cuerpo. A esta última se le ocurrió sacar de su
cartera una fotografía en vida del ahora pálido y ponerla en la
mesita junto a la cama. Un poco más tarde la viuda dijo que tenía
hambre y salió en busca de algo que comer. Cuando regresó, metió
de contrabando una hamburguesa para su hija y una veladora para
iluminar la foto del difunto. Por respeto al duelo, lo pasamos por
alto.
Una
hora después empezaron a llegar los familiares. Pasaban de uno por
uno a ver al hermano, al tío, al primo, al compadre; alguien más lo
llamó cabrón y una mujer sólo lloró, así que desconocemos el
parentesco. La viuda, en medio de un mar de mocos y lágrimas, se
encargaba de escoltar al doliente en turno hasta la cama del difunto,
esperar diez minutos y después llevarlo de regreso a la sala de
espera para darle el relevo al siguiente pariente afligido.
Pasó
el tiempo y como la hija mayor no volvía con el dinero, se
resignaron a pasar la noche ahí. Las mujeres de la familia se
unieron a la viuda y comenzaron a rezar el santo rosario. No notamos
el contrabando de veladoras hasta que la luminosidad de éstas escapó
por debajo de la cortina. Fue cuando llegué a interrumpir el cuarto
misterio y las obligué a apagarlas. De la estatuilla de la virgen de
Guadalupe no les dije nada porque también soy Guadalupano.
Una
señora dijo que las letanías le daban hambre y mandó pedir una
cafetera y pan dulce. Afortunadamente uno de los sobrinos era
panadero, porque si no hubiera sido imposible encontrar pan a esa
hora. Cuarenta minutos más tarde, todos, incluyendo el personal de
urgencias y los familiares de los otros encamados, estaban formados
para servirse un vasito de café y tomar una pieza de pan medio duro.
Todavía
no clareaba el día cuando empezaron a llegar los arreglos florales y
personas con más comida. Llegaba tanta que se tuvo que habilitar una
parte de urgencias como cocina improvisada. También se atravesó el
cambio de turno. La enfermera encargada de entregar a los pacientes
decía: “Fulanito, con diagnóstico de coledocolitiasis, pasa a
piso para valoración por cirugía; Sutanita, con síndrome febril,
solo control térmico y alta; Mengano, TCE, vigilancia neurológica
por tres horas más y el señor, que en paz descanse”. El
desconcierto del personal entrante fue tanto que decidieron habla con
el director del hospital. Éste bajó de su oficina y les planteó la
idea de trasladar el cuerpo al anfiteatro antes de que empezara a
descomponerse, pero todo el mundo pegó un grito en el cielo. La
familia decía que ni locos iban a cargar con todas las ollas y los
arreglos para acomodarlos otra vez allá, que no, que muchas gracias.
El director trató de convencerlos, pero como no pudo hacerlo, se
retiró con un plato de tamales a su oficina sin decir nada.
Casi a medio día
las fronteras entre la sala de espera y el área de urgencias
desaparecieron. El lugar estaba lleno de personas que comían, bebían
y platicaban. Hubo quien intentó meter cerveza pero ¡ah no, eso sí
que no! Se dejaron de admitir enfermos porque las camas estaban
ocupadas por parientes con síncopes por hipoglucemia o hipotensión,
además de que las enfermeras dejaron el trabajo y también se
pusieron a llorarle al muertito.
No
pasó mucho hasta que la hija mayor llegó con el dinero, pagó y el
cuerpo fue libre. Entre la viuda y la hija menor orquestaron el
desmontaje del funeral improvisado, despidieron a los invitados y
salieron del lugar. Cuando la hija mayor preguntó que dónde lo iban
a velar, la viuda contestó que en ningún lado, que ya se iban
directo al panteón.
Felicidades sobrino no savia
ResponderBorrark fuera compocitor muy vuen relato y buena letra para un cancion de algun Rokero Reveldon felicidades