El día 26 de diciembre de 1989, a las 3:07 de la tarde, el único reloj que había en el pueblo Pitayas de Abajo dejó de funcionar. Este se encontraba ubicado encima de la puerta de la casa del comisariado para que todos en la comunidad pudieran estar a tiempo en sus actividades. La primera en notar la falla fue doña Teresita, quien todos los días iba a dejarle el lonche a su marido a la parcela a las 3:15 de la tarde, durante la hora de su descanso. Cuando llegó, encontró a su marido malhumorado y hecho una lluvia de reclamos, que sabía inmerecidos, pues había salido siete minutos antes de la hora de descanso y no cinco, como habitualmente lo hacía. Los siguientes fueron los niños, que vivieron una agobiante última hora. Sabían que el maestro seguiría hablando hasta que sonara el timbre, a las 3:30. Poco a poco todos iban notando que el tiempo no avanzaba. Los niños no salieron de la escuela, los trabajadores de las parcelas trabajaron hasta entrada la noche, la o
Sitio de creación literaria del Seminario de Literatura Francisco José Amparán