Quietas. En una fila ordenada. Las medias yacían sobre la cama. El hombre las contempló durante treinta minutos, tal vez más, fascinado por sus diferencias: negras, grises, algunas más tejidas con patrones geométricos. Tocarlas era un placer al tacto. Con calma, guardó cada par dentro de un maletín. Se miró al espejo, complacido con su imagen: camisa blanca impoluta, corbata azul a rayas, traje gris claro. Un observador avezado podría darse cuenta de que el saco era un poco grande para su cuerpo enjuto, pero él no era del tipo que suele atraer miradas. Sus vecinos lo consideraban ordinario. Su madre lo llamaba torpe y poco ambicioso. Dejó las medias sobrantes en la segunda gaveta del ropero, junto con las fotografías. Cerró con llave la puerta del cuarto. No es que tuviera algo valioso que proteger: una caja de mentas cuyo interior guardaba un billete de 500 pesos y la argolla de su padre. La rutina de quien ha vivido solo durante largo tiempo, en medio de extraños.
Sitio de creación literaria del Seminario de Literatura Francisco José Amparán