Caminé por toda la de Obregón para visitar a un compa en su casa. Andaba medio pedo y toqué en una puerta que me pareció familiar –Hola, ¿Está Serch?–. Una chava modorra, despeinada y de cabello chino abrió. –No sabía que tenía novia– pensé. Quería entrar pero ella puso su brazo en el marco y me dejó afuera. –¿A dónde vas?– dijo. –Pues vengo con el Serch– –¿Qué te pasa? Aquí no vive– –Checo...– – Ese wey vive a un lado– –Bueno... pero ya que estoy aquí me puedes invitar a pasar y podemos beber algo ¿no?– Di un paso adelante pero la China me cerró la puerta en la cara. Pinches viejas. Uno no les puede invitar un trago porque se creen especiales. Me pasé a la puerta a lado. Timbré chingos de veces, unas die cisiete , pero Serch no estaba. Empezó a llover. Regresé a la calle y caminé aprisa hacia el centro hasta llegar al Cerdo de Babel. Entré. Para ser una noche lluviosa había bastante gente. Era tarde y solo encontré un asiento libre en la barra, a lado de una ch
Sitio de creación literaria del Seminario de Literatura Francisco José Amparán